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viernes, 8 de mayo de 2015

Bienvenidos a la campaña electoral

El Roto -El País
Acabamos de estrenar la campaña electoral de las elecciones municipales y autonómicas y los mensajes ya nos suenan machacones y las palabras huecas. Es el momento de los coches paseando sus soniquetes, de los mítines, de los políticos en la calle como caracoles al sol después de la lluvia... Y de continuar la tarea de la precampaña en la que los partidos y sus prohombres (y alguna que otra mujer) han acampado en los medios de comunicación para hacernos llegar su visión y su misión política.
Es tiempo de promesas y de apelar a los sentimientos para que compremos futuros de cartón-piedra llenos de felicidad, prosperidad y victoria.

En este año, vamos a renovar una de las tres patas de la organización social (gobierno, poder económico y sociedad civil): la del poder político. Desde el gobierno municipal hasta el nacional, nuestro voto va a decidir quién va a ser el garante del bien común.
Durante la campaña el ciudadano tendrá que escarbar entre la opinión disfrazada de información, entre las promesas electorales y entre las descalificaciones a los otros partidos para encontrar los cimientos sobre los que asentarán su actuación política los diferentes partidos, agrupaciones y coaliciones en la medida en que consigan más o menos poder.
Algunos sostienen que, cuanto más fina y esbelta sea esta pata del poder político, los mercados y el sector privado podrán crecer más y proporcionar más trabajo y beneficios a la sociedad.
Otros creen que el gobierno debe enlazarse a la sociedad civil, de esta manera la sabia de ésta fortalecerá el poder político frente al sector privado y a su vez el gobierno la favorecerá siendo impulsor del proyectos, educando en el activismo, etc.
Por supuesto, hay quienes creemos que si se pierde el equilibrio, más aún si se busca expresamente engordar o atrofiar alguna de las tres patas, la sociedad se deteriora.
En estos días vamos a oír propuestas concretas; pero, sobre todo, esbozos de principios de actuación: van a favorecer esto, van a controlar aquello, van a promover lo otro... Sin embargo, los ciudadanos tenemos que ser conscientes que el gobierno no es absoluto y que está limitado por otros poderes (incluso las mayorías absolutas están condicionadas por los mercados, las decisiones de entes políticos superiores, etc.) y por las circunstancias de cada momento.
Es cierto, que los políticos tienen que postularse como ganadores para poder serlo y que tienen que hacer un alarde de un poder mayor al que realmente tienen. Y, por si fueran pocas las limitaciones con que se encuentran a nivel local, regional o nacional, vivimos en un mundo globalizado; aunque sólo en parte. El sector privado de las grandes empresas trasnacionales y de los mercados financieros ha globalizado el mundo: las comunicaciones, los productos, la producción, etc. Han formado un sólido y vasto pilar económico global para una sociedad globalizada. Sin embargo, no hay un poder político coordinado que vele por los intereses de los ciudadanos del oikos planetario; y no hay una sociedad civil fuerte que marque su impronta.
Es el momento de estructurar las tres patas de la sociedad universal. Ese es el verdadero cambio del que no se oye hablar. Tomemos las riendas del futuro y veamos en qué mundo queremos vivir.
Es el momento de comprometernos, de organizarnos civilmente de manera global para defender un mundo más humano, equitativo y sostenible.
Pero, sobre todo, es el momento de llevar a nuestros ayuntamientos, diputaciones y autonomías un proyecto que no se pare ahí, que partiendo del cuidado y de la gestión responsable de lo cercano se expanda y que se coordine a nivel global recuperando el poder que han acaparado los mercados.
EQUO es un proyecto con proyección global, integrado en el Partido Verde Europeo, asentado sobre los cimientos de la ecología y la equidad social. Parece un buen comienzo.

Hay un capítulo de Los Simpson en el que Bart quiere crear un ejército para enfrentarse a los matones del colegio. Reúne en su casa del árbol a todos sus compañeros, maltratados como él por Nelson y sus secuaces, y comienza su arenga: “no puedo prometeros la victoria...” Ante la desbandada, recula y se lanza a prometer lo que quieren oír.
A veces, lo peor de las promesas no es que no se cumplan, sino el coste de que sí lo hagan.



viernes, 24 de abril de 2015

La educación no es una fábrica homologada

Leía en El País Semanal del día 19, que las plantas son unas grandes charlatanas que llenan el aire con sus mensajes. Fascinante, ¿verdad?
Apenas cuatro días antes, el mismo periódico nos contaba cómo el Ministerio de Educación pensaba sustituir la selectividad por una reválida de 350 preguntas tipo test. Aberrante, ¿no es así?
¿Por qué será que el primer artículo me suena más a educación que el segundo, que me rechina con ese afán deformador (o uniformador, que es lo mismo)?

La educación es un asunto muy serio pues define en gran medida la sociedad del mañana. Cada vez que un partido llega al Gobierno no duda en emprender una reforma educativa pues todos tienen una idea de su modelo social ideal y saben por dónde empieza.
No es este un asunto baladí. Sin embargo, las continuas reformas no han aportado en términos generales mejoras significativas en el nivel educativo nacional, más bien al contrario. Ésta última del PP alcanza para muchos las mayores cotas de dislate. ¿Qué demuestra un chaval de 17 ó 18 años con 350 preguntas tipo test?
El niño, desde que nace, está en continua interacción con todo lo que le rodea: observa, experimenta y aprende. Desde la época “de las cavernas” los adultos se han encargado de guiar su descubrimiento del mundo que le rodea y en ocasiones compartiendo además sus conocimientos sobre áreas específicas reservándole así un lugar en la sociedad.
Pero los conocimientos han aumentado de manera exponencial y no es necesario memorizarlos para transmitirlos a la siguiente generación. La cantidad de información que existe en la actualidad es inabarcable. Muchos entendidos dicen que es el momento de centrarnos en otras capacidades más útiles que la memoria. Pero, ¿eso es la educación? ¿una mera cuestión de utilidad? Y utilidad ¿para qué? ¿para adaptarse al cambiante mundo laboral? ¿para ser un ciudadano ejemplar? ¿para ser una rueda más del engranaje que el sistema utiliza para perpetuarse?
En los tres primeros años de vida, desarrolla el 80% de sus capacidades, y al terminar educación infantil, su cerebro se ha desarrollado en un 90%. Una etapa importantísima y sin embargo, relegada a funciones cuasi-asistenciales y de preparación para la etapa escolar obligatoria. ¿Por qué? Quizás porque todavía, sólo estamos formando personas. Eso sí, personitas muy dóciles capaces de estar horas sentados en pupitres de colorines (estamos en infantil, todavía hay color).
Después comienza esa carrera de obstáculos para conseguir un título que le permita encontrar un puesto de trabajo. Quien no se ajusta al modelo está abocado al fracaso escolar. Pero... ¿cómo se puede fracasar en la educación obligatoria? ¿Acaso hay unos conocimientos mínimos para ser persona, para poder desarrollarse y vivir en sociedad?
Quizás el problema sea que como sociedad nos hemos olvidado de para qué sirve la escuela (por lo menos la básica) y de que es algo tan, tan importante que no se puede dejar al arbitrio de los gobernantes o al interés de las empresas. Tendría que ser fruto de un pacto de todos: políticos, padres, educadores, de la sociedad en su conjunto.
Entre los estándares de calidad, los protocolos de actuación, la homogeneización de las pruebas y los conocimientos mínimos, ¿dónde está el lenguaje de las plantas? ¿dónde se descubren las increíbles hazañas de la historia impulsadas por inquietudes sublimes y oscuras pulsiones? ¿dónde conocer a los grandes pensadores es como ir en una montaña rusa? ¿dónde se puede describir el mundo en mil lenguajes distintos? ¿dónde se forja el bien común, la equidad y la empatía? ¿dónde se aprende a amar y respetar el planeta?
Un maestro hace que las piedras cobren vida; que una visita a un monumento sea un apasionante viaje al pasado; que una pizarra llena de fórmulas sea un mensaje encriptado; que un paseo por el monte sea la puerta a un universo fantástico poblado de seres increíbles con propiedades mágicas; o que una tormenta se convierta en una adivinanza: “¿oísteis el trueno? Contemos... ¡el rayo!... ¿a cuánto está entonces?”
En este camino compartido, es donde el niño crece, donde se robustecen su curiosidad y sus ganas de descubrir y comprender el mundo, donde consigue las herramientas para interactuar en él. Es imposible fracasar porque éste es sólo el comienzo de su propia historia.
¿Sabrá esto el señor Wert?

El conocimiento y el respeto van dados de la mano. Si yo no conozco algo, cómo voy a protegerlo, cuidarlo, mimarlo, preocuparme por él. Si no conocemos nuestro planeta, cómo vamos a defenderlo. Si no conozco a mis vecinos, cómo defenderé el bien común. ¿Será eso lo que quieren algunos reformadores?

viernes, 10 de abril de 2015

Los Tratados de libre comercio, servicios e inversiones entre EEUU y UE

El 18 de abril se celebra el Día de Acción Global contra los Tratados de Libre Comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea. Hasta en Palencia, una pequeña capital de provincias, la Plataforma local “No al TTIP” ha organizado una mesa informativa en la plaza Mayor.
¿Por qué esta movilización en contra de unos tratados que a priori van a crear empleo y fortalecer la economía de la zona en un momento de crisis como el actual? ¿Los que se oponen son los anti-europeístas y los grupos de izquierdas radicales?

“El TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership o Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión) tiene como objetivo eliminar las barreras comerciales entre los Estados Unidos y la Unión Europea (suprimir aranceles, normativa innecesaria, restricciones a la inversión, etc.) y simplificar la compraventa de bienes y servicios entre estos dos espacios. Eliminar esas barreras supondrá crecimiento económico, creación de empleos y una disminución de los precios”, según se explica en la página web de la Comisión Europea.
Esto implica que, de lograrse el acuerdo, los Estados de la UE –también las propias directivas de la UE– y EEUU deberán armonizar su legislación en diferentes materias: regulación laboral, propiedad intelectual, protección del medio ambiente, calidad de los alimentos, información al consumidor, etc. ¿En qué sentido: hacia una mayor desregularización como demandan las grandes multinacionales o hacia una regulación en beneficio de la población?
Dada la poca información que hay disponible sobre el Tratado, no sabemos cómo van a conseguir que esos beneficios sirvan al bien común. Baste recordar que el crecimiento económico lo valoran en un incremento del PIB (que habrá que verlo), lo cual nos habla de más riqueza, pero no de cómo se distribuye (¿serán los ricos más ricos, aumentarán las desigualdades o se incluirán medidas para fortalecer a los más débiles?); lo mismo pasa con el empleo, ¿de qué calidad será? ¿con qué condiciones laborales?; y con la bajada de los precios, ¿a costa de qué? ¿tan sólo por la eliminación de los aranceles?
Estos son aspectos fundamentales del Tratado sobre los que no se obtiene respuesta quizás porque, dada la tendencia política-económica a ambos lados del Atlántico, se confía en que la desregularización y la liberalizacion de los mercados traiga por sí misma un maná de virtudes.
Es claro que las grandes empresas multinacionales tienen gran peso en las negociaciones. Pero el Tratado no está cerrado, los ciudadanos europeos y estadounidenses podemos exigir a nuestros representantes un marco de negociación que favorezca al grueso de la población, que defienda el bien común a corto, medio y largo plazo, lo que ineludiblemente pasa por la defensa también del medio ambiente y de una economía sostenible.


Precisamente, frente a los grandes poderes económicos y especulativos-financieros, la respuesta es la unión política y social. Un Estado como el español no puede plantar cara al poder de las multinacionales porque pueden hundirlo; EEUU o UE por si solos pueden tomar medidas, pero serán parciales. Sin embargo, un acuerdo de la índole del que nos ocupa si está bien hecho puede suponer un hito que cambie el paradigma socio-económico actual controlando la bulimia de los mercados producto de las insensatas políticas laissez faire, laissez passer”. Aunque parece que no estamos en ese camino.
Algunas de las líneas rojas de este tratado deberían ser:
  1. La eliminación de los paraísos fiscales en toda la zona. Es algo sumamente sencillo, si se quiere hacerlo, ya que están basados en la confianza de los depositarios. Un paso necesario, pues, será legislar que no puede haber secreto bancario entre los Estados miembros.
  2. Establecer una similitud impositiva, lo que redundaría en un mayor equilibrio en el desarrollo económico; que se tribute donde se genere el beneficio, redundando así en el del lugar y no en el de un vecino aprovechado.
  3. Tasa Tobin u otro tipo de regulación de los mercados especulativos que no generan ningún beneficio ni son productivos pero que pueden destrozar economías.
  4. Exigencia de unas garantías de justicia laboral y de respeto medioambiental (en consonancia con las nuestras) a los productos fabricados o producidos fuera de la zona del tratado e introducidos por multinacionales europeas o norteamericanas.
  5. Y, por supuesto, la armonización de la legislación debe ser a favor de los ciudadanos, de los consumidores y de la pequeña y mediana empresa.
La defensa de los intereses generales no es una cuestión de colores. Como consumidora quiero saber lo que compro y que sea saludable. Como persona quiero saber que quienes lo han producido pueden vivir dignamente de su trabajo y realizarlo con seguridad. Como miembro de la especie humana quiero saber que se ha hecho respetando el ecosistema, sin abusar de los recursos y desde una perspectiva sostenible que permita la vida en el planeta y su diversidad para muchas más generaciones. Como ciudadana quiero que los políticos me representen y defiendan los intereses de la sociedad y no los de un grupo. ¿Alguien opina distinto?

viernes, 27 de marzo de 2015

Más de lo mismo

En mi último artículo, ¿Se está fraguando un nuevo modelo político?, decía que Equo ha perdido una ocasión fantástica para demostrar que estaba hecho de otra pasta. Un lector, Jesús S., con mucho tino decía “¿qué podía hacer Equo distinto a lo hecho? ¿Cuál es la oportunidad perdida?”.
Pues bien, estas acertadas preguntas me han hecho darme cuenta de que yo también he hecho más de lo mismo, es decir, centrarme en la reflexión crítica (con más o menos acierto) pasando de refilón por la propuesta constructiva.
Intentaré enmendarme.

La inminencia de la convocatoria de elecciones y el breve plazo que se abre para plasmar en candidaturas el trabajo realizado, está haciendo que los nervios se tensen y, como suele pasar en estos casos, que los que acaben recibiendo las críticas más duras o las respuestas más airadas sean los que están a nuestro lado.
Me parece encomiable que haya gente todavía tan generosa y dispuesta a aportar su granito de arena para lograr una sociedad más justa más armonica con su entorno natural en los variopintos contextos municipales y autonómicos. Pero eso no es nada nuevo aunque, como sabemos, no todo lo viejo es malo, como no todo lo nuevo es bueno (¡viva los matices!). Aunque, claro, tampoco no es garante de cambio.
La campaña electoral se presenta, viendo como calienta motores, como más de lo mismo: el PP con su canción sobre la recuperación, la confianza (!) y la estabilidad y la izquierda con su actual soniquete de la “Casta”, lo “Viejo”, el “Bipartidismo” y de “Empoderar a la gente” y el PSOE y Ciudadanos hablando de compromiso y de reforzar la democracia.

Ahora bien, esto es lo que me gustaría a mí escuchar en mayo.

Discurso

Me gustaría una campaña fresca que me recuerde todo lo que tenemos de bueno y que no sea excluyente sino que plantee cómo puede ser mi municipio y mi autonomía con realismo: sabiendo dónde estamos y a dónde queremos y podemos llegar. Estoy harta de los que sólo saben criticar y costruyen su identidad únicamente en la oposición al resto.

Formas

Me gustaría encontrar una propuesta inteligente, integradora, sin generalizaciones ni simplificaciones, donde se riegue la esperanza, el trabajo conjunto por una sociedad mejor y el optimismo. Detesto el maniqueismo y que interpelen a mis sentimientos (azuzando el malestar para ponerme en contra de “los otros”) en vez de a la razón.

Contenidos

Espero que los que mañana gobiernen el lugar donde vivo lo hagan con cabeza, con principios básicos y claros: el bien común y, por supuesto, en sana convivencia con el entorno. Pero quiero propuestas realistas, de acorde con el mundo globalizado en el que vivimos; y, sobre todo, quiero que no den por sentado que son la voz de los ciudadanos, porque la gente tenemos cada uno nuestra propia voz que no es monocroma sino plural, rica y variada.


Probablemente muchos de estos aspectos están recogidos en movimientos y partidos políticos; estupendo, potenciémoslos.
La ecología política no es un color de un complemento de moda ni una hoja en el programa electoral. Es una filosofía de vida y de convivencia. ¿Es necesaria? Imprescindible. Por eso en las prisas por poder influir en un nuevo modelo social se ha quedado de vistoso (ojalá) complemento. Pero al césar lo que es del césar: no es un triunfo, pero tampoco un premio de consolación. Es una etapa del camino si no olvidamos los objetivos: crear una sociedad más equitativa y sostenible que garantice una mayor riqueza vital a las generaciones presentes y futuras.
La ecología tiene que encontrar su camino. No le conviene cerrarse a las convenciones actuales, no necesita etiquetas de izquierdas ni de derechas; porque la ecología política es puro sentido común. ¿Por qué ser carne o pescado pudiendo ser una nutritiva y sabrosa ensalada (de nuestro huerto o balcón ecológico, claro)? Fabulosa como plato completo y enriquecedora como acompañamiento.

En este blog precisamente intento proponer cuál puede ser ese camino. No todo está dicho, por supuesto, pero... ¡quedan tantos artículos por escribir!


viernes, 13 de marzo de 2015

¿Se está fraguando un nuevo modelo político?

Queda poco para las elecciones autonómicas y municipales y escuchando a algunos parece que estamos ante una batalla épica entre los malvados señores de la casta, los de la llamada vieja política, y los jóvenes valerosos y perseguidos, cual Robin Hood y sus alegres compañeros, que luchan por devolver la soberanía al pueblo e instaurar una nueva era de paz y properidad bajo un nuevo modelo político.
Ante semejante tesitura histórica unos y otros reclaman al resto de partidos y a los electores que se sumen a su bando, que dejen atrás sus prejuicios y resquemores y hagan lo correcto que, por ende, es la única salida posible ante la hecatombe que supondría el triunfo del enemigo.
Soplan vientos de cambio, auguran; pero, ¿realmente se está fraguando un nuevo modelo político?

En los análisis políticos abundan las reflexiones sobre los “actores políticos” (vamos, los partidos políticos y sus dirigentes) extendiendo su novedad o no y ciertas características internas a la “nueva” y a la “vieja” política. De igual forma algunos tienden a asimilar la corrupción o el nepotismo con los antiguos partidos y la honradez, la ilusión o la frescura con los nuevos. Mas el ser humano es rico en matices, en luces y sombras: ayer, hoy y mañana.
El Roto
En consecuencia, no creo que las nuevas formaciones sean promotoras per se de un nuevo modelo político y, de momento, están demostrando estar en su salsa en el actual. Hablar de república, empoderamiento ciudadano o transparencia democrática no tiene nada de novedoso.
Ahora bien, sí soplan vientos de cambio. Está en el ambiente; se nota aunque no se sepa bien el qué. Lo cierto es que los avances tecnológicos nos brindan futuros insospechados; pero en los que la globalización, la falta de regulación de los mercados financieros y especulativos, la pérdida de biodiversidad, el cambio climático o la falta de equidad son algunos de sus retos. Cómo se da respuesta válida a estas realidades va a ser lo que determine los nuevos modelos políticos.
No podemos cerrar los ojos ante una realidad que nos desborda donde el poder de maniobra de los estados es mínimo, cuánto menos el de las comunidades autónomas y el de los municipios. El nuevo modelo político tendrá que pasar por nuevas formas de organización supranacionales, por crear dos nuevas y robustas patas globales: el poder público y la sociedad civil, que equilibren a la siempre insatisfecha pata del poder privado de los ricos y poderosos.
Y esto es importante, porque nos están diciendo que la sociedad civil debe movilizarse y organizarse en el ámbito político y así nos espolean “agrupaciones ciudadanas” como Podemos o Ganemos. Pero es que tan importante es la función de las organizaciones políticas como la de las organizaciones civiles, de hecho cubren necesidades distintas. Es más, una de las funciones de la sociedad civil es el control de la función pública.
La política tiene como fin la armonización de la vida en común, lo que incluye equilibrar la iniciativa privada y el bien común. Hay ciertos aspectos que se han descuidado y debilitado como la separación de poderes, o la importancia de la sociedad civil que debe ser mimada y cultivada entre otras cosas luchando contra el actual empobrecimiento cultural. Pero también hay cambios acuciantes que no sé si constituirán un nuevo modelo político, pero que deberían marcar una forma distinta de hacer política, es inconcebible el sistema de gobierno-oposición en una sociedad moderna. No tiene sentido que se juegue a la confrontación vacía y estéril. Como ya he dicho en otra ocasión, el papel del presidente (estatal o autonómico) o de un alcalde tiene que ser liderar un equipo de trabajo integrado no sólo por miembros de su partido, sino por todos los representantes elegidos por los ciudadanos. Y la función de estos últimos es controlar, opinar, proponer pero también colaborar.

Equo ha perdido una ocasión fantástica para demostrar que estaba hecho de otra pasta pues sus valores, formas y proyección son los de un partido preparado para el futuro. Es necesaria cierta “altura de miras” para no dejarse envolver en la vorágine de “lo nuevo” tan pasada de moda.



viernes, 27 de febrero de 2015

El voto huérfano

En estos últimos días varias personas me han preguntado qué opinión tengo sobre algunos partidos como Podemos o Ciudadanos. Otras, incluso, me han pedido que les diga a quién pueden votar en las próximas elecciones. Por supuesto, me hubiera encantado poder recomendarles a todos que votasen a Equo, pero para eso tendrían que poder encontrarlo en las papeletas el 24 de mayo.

Somos muchos los que contemplamos patidifusos cómo los partidos políticos viven en una realidad alternativa, pero que proyecta una densa sombra sobre la nuestra. El desencanto es mayúsculo; lo que lleva a la indignación, pero también a la apatía y la abulia. Resulta increible que políticos de todo signo jueguen a la burla moral del delito prescrito o del que no se puede probar legalmente y a las prácticas poco éticas aunque legales (no olvidemos quién legisla).
Estamos además inmersos en una terrible crisis (sí, aún lo estamos) provocada en gran medida por las malas prácticas de las entidades financieras y especulativas y agravada por las peores decisiones de unos timoratos gobernantes plegados a las demandas de esos mismos insaciables mercados financieros.
En tres meses hay elecciones y parece que soplan vientos de cambio. Ya veremos hacia dónde.
Por de pronto, los que están gobernando nos intentan sedar con sus machaconas letanías que nos pintan la crisis y la corrupción como un desvarío y la recuperación como una realidad palpable y tangible. No son pocos los crédulos ni los que se esfuerzan en confiar porque temen más lo desconocido.
El resto de formaciones políticas, en general, busca la manera de mantener excitados e iracundos a los votantes con las tropelías ajenas para conseguir una adhesión sin matices: con ellos o con nosotros (si estás contra ellos, estás con nosotros). Es desde luego la bandera de Podemos y de los partidos (o agrupaciones y coaliciones) de confluencia que están surgiendo (Ganemos y demás). Es imperativo, dicen, llegar a las instituciones para acabar con el bipartidismo y así dejar la vieja política atrás y empezar algo nuevo -aunque empleen un lenguaje viejo-.
Ante semejante panorama, me permito contaros un cuento:  

La historia del voto huérfano

Érase una vez un voto. Como todo voto era chiquitito y no pesaba mucho. Sin embargo tenía un bonito color dorado que lanzaba hermosos destellos.
Las urracas siempre estaban al acecho para llevárselo a su nido.
En algunos de estos nidos había tal número de votos que brillaban casi tanto como las guaridas de los poderosos dragones repletas de oro.
Nuestro voto conocía bien esos nidos. Al principio le había gustado estar acompañado de otros votos. También se había sentido a gusto bajo las protectoras alas de las urracas. Hasta el día en que se dio cuenta de que las urracas no eran más que armazones huecos movidos por otros votos, tan chiquititos como él, que soñaban ser dragones.
Por eso se puso a buscar.
Pronto se topó con grupos de votos que contruían nuevos nidos para armazones de pájaros multicolores.
Encontró riadas de votos que odiaban la codicia de los dragones y en vez de nidos se refugiaban en confortables y bulliciosas ollas custodiadas por figuras de gnomos y de duendes.
Incluso descubrió pequeños grupos de votos juiciosos y comprometidos con bellos ideales.
Como es lógico, poco a poco se iban juntando, para poder hacer un nido con un pájaro más hermoso y grande o un caldero enorme con el duende más gigantesco. Todos decían que siendo tan pequeñitos y con tan poco peso necesitaban ser muchos y fuertes para que no se los llevara el aire. Es mejor ser una útil pluma o una pata del caldero que ser un colibrí o un pucherito, decían sabiamente.
Nada de esto convencía a nuestro voto. Apesadumbrado pasaba las horas encerrado, indeciso, sin saber qué hacer. No quería ser lo que no era. No quería fingir ser oro ni dentro de un nido ni en un caldero.
Apesadumbrado, decidió dar un paseo por el campo, para reconfortarse en la naturaleza. Junto al verde de los árboles destacaba el fulgurante dorado de un trigal. Decidido encaminó allí sus pasos para sentir la fuerza y la potencia de esas pequeñas semillas.
Al acercase comprobó sorprendido que era una multitud de votos como él, deseosos de transformar la realidad, de hacer un mundo más equilibrado y positivo, pero no tenían voz porque no creían en las palabras huecas.
Impotente, se sentó en el suelo y comenzó a cantar. Al principio tan bajito que casi ni los que estaban a su lado le oían. Pero uno de ellos, se sentó a su lado y se sumó a su canción.
Desde las ramas de los árboles los falsos pájaros se burlaban con su armónico trino. Junto a sus raíces, los simulados duendes lo ignoraban buscando ansiosos más votos para su olla.
Nuestro voto, feliz, siguió cantando seguro de que un verso es capaz de dar vida a un sueño.

sábado, 14 de febrero de 2015

La unión de la izquierda



Permíteme unas breves preguntas. ¿Te consideras de izquierdas o de derechas? ¿Conservador o progresista? ¿Crees que el cambio climático es real? ¿Te preocupa? ¿Más o menos que la crisis o el paro? ¿Eres republicano o monárquico? ¿Creyente o ateo?

Si no te gusta constreñirte o has matizado cada respuesta, te interesarán éste y los próximos artículos de este blog. Si, por el contrario, has contestado rápidamente, seguro de tus convicciones, te invito igualmente a seguir estos artículos cuyo modesto fin es cuestionar precisamente lo que damos por sentado.

Empecemos...


El tema, hoy recurrente, sobre todo entre los activistas de izquierdas, de la necesidad de la unión de todas las formaciones de izquierdas para poder discutir el poder a los dos, hasta ahora, partidos hegemónicos: PP y PSOE, a mí me suscita varias dudas.

¿Qué es la izquierda?

En primer lugar, es cierto que en política es habitual hablar de la izquierda y de la derecha, de si un partido es conservador o progresista; incluso de medios de comunicación, de jueces, de profesores, etc. de una u otra opción. Todos creemos saber lo que significan estos términos, pero en el devenir histórico han adquirido significados diferentes a los conceptos que originariamente representaban. Así que es muy probable, o por lo menos no extraño, que lo que usted entiende por izquierda no sea lo mismo que entiendo yo, y ambos difiramos de lo que identifica como izquierdas su vecino del cuarto.

Así, para algunos el prototipo de derechas corresponde a empresarios (especialmente los grandes), en muchas ocasiones ajenos a la realidad de los más desfavorecidos, defensores a ultranza del liberalismo económico y de los beneficios para sus empresas aún a costa de los trabajadores por ser creadores de empleo. Para otros puede que sea un individuo católico, conservador, monárquico o defensor de valores tradicionales. Aunque, claro, podríamos poner más ejemplos.

Con la izquierda pasa lo mismo. En el imaginario colectivo una persona de izquierdas puede que sea de clase media o baja, trabajador, anticapitalista, o que ponga “x” en vez de la “o” en las palabras en masculino (la @ ya está pasada de moda, ¿será casta?) y procure hablar siempre en femenino, puede que sea atea, republicana o que defienda la Renta Básica, para otros hablará de sostenibilidad, de renovables y de consumo ecológico, de cercanía y responsable.

Ahora bien, ¿la realidad es así de maniquea? ¿Con cuantas coincidencias te puedes situar en una opción u otra? Más aún cuando muchos toman su opción política por descarte. Será por eso que, en realidad, la mayor parte de la población se considera de centro.


El frente común de izquierdas: ¿es posible?

En España, para algunos, la unión de la izquierda es el gran anhelo para la transformación social y económica del país. Para ellos, el PSOE ha entrado en el juego de los mercados (tal alejados de la preocupación por el bien común que es la que debiera ser la verdadera bandera de la izquierda). Izquierda Unida (que nunca ha conseguido hacer gala de su nombre) también se ha visto salpicada por corruptelas y revolcones con el buen vivir dentro por ejemplo de las cajas de ahorros. Y ahora los Ganemos, renombrados en Ciudades en Común o Iniciativas varias quieren demostrar que son capaces de lograr esa confluencia (los enemigos de mi enemigo son mis amigos).

Pero, ¿realmente sólo les diferencian matices? ¿todos tienen los mismos principios y objetivos? ¿están dispuestos a aceptar cualquier decisión mayoritaria?

Estos movimientos se ven a si mismos como garantes de la honestidad, honradez, el sentido común y demás virtudes que debieran ser normales en cualquier persona que quiere dedicar una etapa de su vida al servicio público. ¿Acaso ser de izquierdas es sinónimo de estas bondades? ¿El firmar un acuerdo ético va a inhibir a los falaces?

Entonces, si no todo vale “a la izquierda del PSOE” (aquí deberíamos volver al primer punto, ¿qué es la izquierda?), ¿es posible la unión de toda la izquierda o se está creando una nueva y limitada izquierda unida?


¿Existe una demanda social?

Muchos militantes de izquierdas defienden encendidamente la confluencia como respuesta a una demanda social que pide que se pacte en base a los elementos comunes obviando los pequeños o grandes matices que diferencian a los llamados partidos de izquierdas para tener la posibilidad de romper el bipartidismo y entrar, o adquirir peso, en las instituciones.

Por ello hablan de poner las instituciones de nuevo al servicio de los ciudadanos. Y hacen hincapié en que son movimientos ciudadanos (¡claro, no van a ser movimientos animales!). Las masas movilizadas tienen ahora quien se haga eco de sus demandas y no sólo eso, sino que pueden entrar en ese opaco mundo de la política. Claro que no se lo ponen muy fácil ni Podemos ni la mayor parte de los movimientos de confluencia. El juego asambleario se inventó hace mucho y hay verdaderos expertos en su manejo.

Además, beben la participación ciudadana en sus confluencias de miembros de las asociaciones civiles; y, de entre éstos, la mayor parte de a los que dan cancha es a los que ya les eran afines. ¿Y el particular que quiere participar? Trabajar, por supuesto, pero... ¿cuántas de sus propuestas son secundadas? ¿acaso no hay una (o varias) más o menos subterránea corriente que va marcando el camino?

¿Es deseable?


Dejemos esa pregunta en el aire hasta el próximo artículo. Aunque os invito a que compartáis aquí vuestra opinión.


viernes, 30 de enero de 2015

Hacia un nuevo bipartidismo

Resulta curioso, cuando no tronchante, escuchar a tantos hablar del bipartidismo, ya sea de su encendida defensa o de su previsto declive, dando la espalda a lo evidente: la casa es la misma, aunque cambien los vecinos o se muden de piso.

El País, 18 de enero de 2015
Comienza Ramoneda su artículo del pasado domingo en El País diciendo que “los griegos han sido los primeros en romper con el modelo bipartidista cada día más excluyente que predomina en Europa”. Podemos y los Ganemos de toda España piden el fin del bipartidismo como requisito para poder “devolver” las instituciones a los ciudadanos. Pero, ¿cuál es el modelo que quieren romper?
El bipartidismo se basa, de manera muy simplificada, en que dos grandes fuerzas juegan casi en exclusiva a ser gobierno u oposición. Actualmente en España esos partidos son PP y PSOE, pero la aspiración de los anti-bipartidismo (por llamarlos de alguna manera) es ocupar el lugar del PSOE y ya de paso desplazar al PP a la oposición. En algún caso, incluso la de convertirse en el partido único; vamos, en plan dictadura (todo por el pueblo, por supuesto).
En Grecia está claro, Syriza ha ocupado el lugar del Pasok y ha dejado a Nueva Democracia en la oposición. Sí, es una coalición más a la izquierda de lo que estamos acostumbrados, vale; pero no se ha acabado con el bipartidismo, simplemente se han cambiado sus actores.
De hecho, en España ya hemos vivido esa situación. El lugar en el duo UCD-PSOE de los primeros lo ocupó el PP (entonces AP). Y, de momento, en estas seguimos.
Algo diferente sería la fragmentación del voto de tal manera que no hubiera sólo dos, sino múltiples actores con peso similar en el parlamento. ¿Es posible gobernar cuando hay que negociar y pactar no sólo la formación del gobierno sino casi hasta cada coma? Es muy probable que nuestro modelo político no fuera capaz de dar una respuesta eficaz. Aunque, claro, a lo mejor había que desarrollar otro modelo que de cabida de manera más efectiva a la pluralidad de opciones políticas, por ejemplo cambiando el papel de la oposición.
Por ejemplo, ¿es posible el tripartidismo? ¿puede tener sentido?
Quienes crean que es posible el tripartidismo: PP-PSOE-Podemos, creo que se equivocan. El partido que no quede ni como gobierno ni como oposición acabará en el gallinero de la política con el hándicap de haber perdido su posición preferente en el juego.
No obstante, el futuro puede traer el tripartidismo al sumar a las dos posiciones dominantes actuales -los que defienden la libre iniciativa y la libertad de mercado (liberalismo) y los que priorizan el bienestar social y el intervencionismo del estado (socialismo)- una tercera, que es la que defiende la responsabilidad y el compromiso con el planeta (ecologismo). O quizás se convierta en la alternativa social y ecológica que ocupe el lugar del desmotivado socialismo de hoy. Como las otras, surge como respuesta a una necesidad histórica. En estos momentos el cambio climático y otras consecuencias de los abusos medioambientales no dejan dudas, es necesaria esta tercera opción además con vocación global.
¿Sabremos reconocer esa necesidad en las próximas elecciones?

De ser así de lo que deberíamos ir hablando no es del fin del bipartidismo, sino del fin de la “oposición”. No serán dos púgiles en un rin, sino un grupo de trabajo donde alguien asume (durante una legislatura) la dirección del proyecto común. ¿Alguien se apunta?


sábado, 17 de enero de 2015

Libertad de expresión

Yo no soy Charlie, ni falta que hace. No hace falta compartir sus opiniones ni su forma de expresarlas para condenar lo ocurrido. Todo asesinato es execrable.
No cabe duda de que el objetivo fundamental de los asesinos era infundir el terror en la sociedad occidental. Ya no es Boko Haram en Nigeria (y todo el centro de África) o el Estado Islámico en Siria e Irak, son unos terroristas fundamentalistas franceses, en su propio país, en Europa, en Occidente. La unidad contra el terrorismo y en defensa de los valores democráticos y la libertad de expresión es básica. La manifestación en París de los jefes de Estado y de gobierno junto con otros representantes políticos y religiosos no fue una hipocresía, sino una obligación.

Pero éste no es un artículo sobre Charlie Hebdo, sino sobre la libertad de expresión.

La libertad, también la de expresión, como toda acción humana no es absoluta. Olvidemos de una vez esa visión infantil y egocéntrica de que si soy libre tengo derecho a hacer o decir todo lo que me da la gana, porque no es así. No tengo derecho a ofender a los demás, ni a dañarlos, ni a injuriarlos, ni a insultar sus creencias (no sólo religiosas). Porque los demás, como yo, tienen derecho a ser respetados.
Ha quedado perdido dentro del comentario del Papa pero, como bien dijo, “cada persona no sólo tiene la libertad, sino la obligación de decir lo que piensa para apoyar el bien común”. Tengo derecho a expresarme libremente porque tengo derecho a ser constructor de pensamiento, puedo y debo ser partícipe y transformador de la realidad; pero no destructor. Es evidente que la libertad de expresión no puede esgrimirse para dañar o perjudicar a otros (por ejemplo, difamando, hostigando...) ni para incitar al odio o a la violencia.
Siguiendo con el ejemplo que utilizó el Papa, nos es lo mismo que te rías de cómo se viste mi mamá, o de cómo cocina o del carácter que tiene; a que la insultes. En el primer caso puede que no me parezca muy bien y que te replique, o puede que hasta me ría contigo. En el segundo no esperes que vuelva a dirigirte la palabra.
¿Qué consecuencias debe tener el abuso de la libertad de opinión? ¿La reprobación social? ¿Una pena? Y, ¿cuál? ¿una multa? Lo que no ofrece dudas es que el precio por tergiversar la libertad de expresión nunca puede ser un castigo físico, menos aún segar una vida. Ninguna idea, ninguna opinión vale una vida.
 Algunos acostumbran a ejercer su libertad de expresión sin pensar que podrían hacer uso primero de su libertad de pensamiento. Hay deslenguados que pululan en las redes sociales con la antorcha siempre presta por si hay que convertirse en turba. Su historial de comentarios está habitualmente cargado de bilis que escupen a diestro y siniestro. Suelen eregirse en adalides de la libertad de expresión y denostan con saña a los que osan a opinar de manera diferente a ellos.
Por suerte, en España es posible expresarse libremente (dentro de los límites que marca la ley, como es lógico en un estado de derecho) y gracias a esto hoy podemos leer sus opiniones igual que estás leyendo la mía.
Y sí, el ahora famoso Facu Díaz ha tenido que declarar ante un juez por un sketch, pero con eso se ha zanjado el asunto, como es normal. Y, por supuesto, el código penal recoge límites a la libertad de expresión; los que han legislado los políticos elegidos democráticamente de acuerdo, en principio, con el sentir popular. En cualquier caso, ahí estamos los ciudadanos que podemos votar a quien creemos que va a gestionar mejor la organización común y el patrimonio y que va a legislar de manera más adecuada.
Y, por supuesto, es cierto que la famosa ley mordaza es una abominación del actual ejecutivo, pero ¿por qué? No ya porque limite formas de ejercer la libertad de expresión, entre otras cosas; sino porque usurpa a la justicia la capacidad de determinar si se procede de acuerdo a la ley o no, dejándolo en manos de la administración que se erige como juez y parte, y poniendo duras sanciones económicas en función de la supuesta gravedad y reiteración de los hechos, alejadas de las multas judiciales que siempre tienen en cuenta la capacidad económica del reo.

Afortunadamente, disponemos de cauces para expresar nuestras reflexiones buscando mejorar nuestra realidad.

Los lectores de Charlie Hebdo dicen que la sátira nos lleva a reflexionar sobre cosas que damos por sentadas y que es un revulsivo social. Lo que está claro es que a quien no le guste, no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Con eso basta.

viernes, 2 de enero de 2015

Buenos propósitos para el año nuevo

¡Feliz Año Nuevo a todos! Espero que lo hayáis pasado estupendamente y que estéis cargados de energía e ilusión para el 2015.

Muchos tendréis grandes propósitos para este año; otros, midiendo fuerzas, os habréis planteado cosas sencillas; alguno, descreído, habrá renunciado a lo que considera una misión imposible. Sin embargo, es bueno reflexionar sobre los aspectos que queremos mejorar en nuestra vida porque, aún sin lograrlo plenamente, nos sirve de guía y de motivación especialmente cuando nos sentimos tentados a dejarnos llevar por la corriente a la deriva.

De manera colectiva, como sociedad, también deberíamos hacer nuestra lista de buenos propósitos para el 2015. No deseos que nos pueda conceder un genio o resolver otro, sino proyectos que como sociedad podemos llevar a cabo.
Ser una sociedad más equilibrada, más reflexiva.
 
El Roto
Nos hemos acostumbrado a la inmediatez que nos proporciona nuestro modo de vida. Si quiero hablar con alguien siempre está localizable -yo soy joven, pero todavía recuerdo cuando en mi pueblo sólo había un teléfono y nos venían a buscar a casa si teníamos alguna llamada- y si no contesta nos irritamos (¡vaya con el doble check!). Nuestros deseos y apetencias condicionan nuestra vida ya que todo es accesible al momento. ¿Dónde quedó el refresco de la comida del domingo o el postre especial de los cumpleaños? ¿Dónde quedó la ilusión por ese regalo que esperabas desde hace meses en tu zapato? Hoy ya está pasado de moda.

Igualmente, somos rápidos para juzgar y para opinar y sin mesura, porque si nos equivocamos no pasa nada, en seguida queda olvidado. Y, como todo se mide según nuestras apetencias, dejamos que la pasión se desborde y que apenas deje un resquicio a la razón, alimentando los extremos, pues el equilibrio requiere tiempo y reflexión. Así, no es extraño que cuestionemos hechos “¡porque opinamos que no estamos de acuerdo!” o, por ejemplo, que hagamos arengas violentas contra los violentos.

Ser una sociedad más equitativa, más generosa.

El bien común debería ser nuestra estrella del norte. Cuando dejamos de mirarnos el ombligo, cuando pasamos de ver a los demás como rivales a verlos como compañeros, parte de la tensión en la que vivimos desaparece. Pocas personas disfrutan perjudicando al resto; sin embargo, todos en algún momento hemos hecho daño a alguien porque estábamos centrados sólo en nosotros y en nuestras razones.

Estamos acostumbrados a medir nuestro éxito, incluso nuestra felicidad, en comparación con el del vecino. Como si de una balanza se tratase, ponemos nuestros intereses enfrentados a los del resto. Sin embargo, las mayores cotas de satisfacción se alcanzan cuando son compartidas.

Ser una sociedad más ecologista, más respetuosa.

Hay muchas cosas que podemos hacer nosotros para mejorar el entorno en el que vivimos. Gestos sencillos para ahorrar energía, reciclar, compartir el coche, usar la bicicleta, cerrar los grifos...; pero también con nuestra cesta de la compra podemos transformar el mundo. Exijamos productos hechos respetando el entorno y, por supuesto a las personas. Compremos productos duraderos, reutilizables, o, simplemente empecemos a dar valor a lo que compramos. Si no acumulamos tanto, podemos pagar más por lo que verdaderamente necesitamos.

Y, por supuesto, seamos limpios y respetuosos, no sólo con la naturaleza; sino en nuestros pueblos y ciudades. Cuidemos y valoremos el lugar donde vivimos; porque sí, a lo mejor, es responsabilidad del ayuntamiento que las aceras estén bien, que haya papeleras o que el césped esté cuidado; pero... ¿eso nos da derecho a tirar la basura al suelo o a llevarnos las plantitas que ponen en las rotondas?

Ser una sociedad más positiva, más productiva.

Ya lo decía Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido (por cierto, os lo recomiendo), incluso ante las situaciones más extremas el hombre siempre tiene capacidad de elección.

Es cierto que las circunstancias son muy difíciles para mucha gente. Y, para colmo, mientras ves lo fáciles que son para unos pocos. Podemos regodearnos en la frustración; podemos lamentarnos, enfadarnos, indignarnos; podemos rebelarnos, instalarnos en la crítica; podemos hundirnos... pero también podemos sonreír, arremangarnos y trabajar para cambiar las cosas. No es cuestión de buscar culpables, sino de saber que nosotros somos los responsables de nuestro futuro.



Yo este año voy a hacer acto de constricción e intentar aplicarme el cuento. Porque ¡qué difícil es todo lo que he propuesto!