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viernes, 8 de mayo de 2015

Bienvenidos a la campaña electoral

El Roto -El País
Acabamos de estrenar la campaña electoral de las elecciones municipales y autonómicas y los mensajes ya nos suenan machacones y las palabras huecas. Es el momento de los coches paseando sus soniquetes, de los mítines, de los políticos en la calle como caracoles al sol después de la lluvia... Y de continuar la tarea de la precampaña en la que los partidos y sus prohombres (y alguna que otra mujer) han acampado en los medios de comunicación para hacernos llegar su visión y su misión política.
Es tiempo de promesas y de apelar a los sentimientos para que compremos futuros de cartón-piedra llenos de felicidad, prosperidad y victoria.

En este año, vamos a renovar una de las tres patas de la organización social (gobierno, poder económico y sociedad civil): la del poder político. Desde el gobierno municipal hasta el nacional, nuestro voto va a decidir quién va a ser el garante del bien común.
Durante la campaña el ciudadano tendrá que escarbar entre la opinión disfrazada de información, entre las promesas electorales y entre las descalificaciones a los otros partidos para encontrar los cimientos sobre los que asentarán su actuación política los diferentes partidos, agrupaciones y coaliciones en la medida en que consigan más o menos poder.
Algunos sostienen que, cuanto más fina y esbelta sea esta pata del poder político, los mercados y el sector privado podrán crecer más y proporcionar más trabajo y beneficios a la sociedad.
Otros creen que el gobierno debe enlazarse a la sociedad civil, de esta manera la sabia de ésta fortalecerá el poder político frente al sector privado y a su vez el gobierno la favorecerá siendo impulsor del proyectos, educando en el activismo, etc.
Por supuesto, hay quienes creemos que si se pierde el equilibrio, más aún si se busca expresamente engordar o atrofiar alguna de las tres patas, la sociedad se deteriora.
En estos días vamos a oír propuestas concretas; pero, sobre todo, esbozos de principios de actuación: van a favorecer esto, van a controlar aquello, van a promover lo otro... Sin embargo, los ciudadanos tenemos que ser conscientes que el gobierno no es absoluto y que está limitado por otros poderes (incluso las mayorías absolutas están condicionadas por los mercados, las decisiones de entes políticos superiores, etc.) y por las circunstancias de cada momento.
Es cierto, que los políticos tienen que postularse como ganadores para poder serlo y que tienen que hacer un alarde de un poder mayor al que realmente tienen. Y, por si fueran pocas las limitaciones con que se encuentran a nivel local, regional o nacional, vivimos en un mundo globalizado; aunque sólo en parte. El sector privado de las grandes empresas trasnacionales y de los mercados financieros ha globalizado el mundo: las comunicaciones, los productos, la producción, etc. Han formado un sólido y vasto pilar económico global para una sociedad globalizada. Sin embargo, no hay un poder político coordinado que vele por los intereses de los ciudadanos del oikos planetario; y no hay una sociedad civil fuerte que marque su impronta.
Es el momento de estructurar las tres patas de la sociedad universal. Ese es el verdadero cambio del que no se oye hablar. Tomemos las riendas del futuro y veamos en qué mundo queremos vivir.
Es el momento de comprometernos, de organizarnos civilmente de manera global para defender un mundo más humano, equitativo y sostenible.
Pero, sobre todo, es el momento de llevar a nuestros ayuntamientos, diputaciones y autonomías un proyecto que no se pare ahí, que partiendo del cuidado y de la gestión responsable de lo cercano se expanda y que se coordine a nivel global recuperando el poder que han acaparado los mercados.
EQUO es un proyecto con proyección global, integrado en el Partido Verde Europeo, asentado sobre los cimientos de la ecología y la equidad social. Parece un buen comienzo.

Hay un capítulo de Los Simpson en el que Bart quiere crear un ejército para enfrentarse a los matones del colegio. Reúne en su casa del árbol a todos sus compañeros, maltratados como él por Nelson y sus secuaces, y comienza su arenga: “no puedo prometeros la victoria...” Ante la desbandada, recula y se lanza a prometer lo que quieren oír.
A veces, lo peor de las promesas no es que no se cumplan, sino el coste de que sí lo hagan.