Subir

miércoles, 16 de julio de 2014

La globalización, paralelismo con la revolución industrial

La globalización, más aún asociada al capitalismo, es una realidad que desata fuertes pasiones. Y, como en toda exaltación humana, procuramos no ver el conjunto, sino la parte que nos conmueve. Así sus apasionados defensores hablan de prosperidad, de desarrollo tecnológico, de optimización de recursos, de mejora de la calidad de vida... y sus vehementes detractores nos refieren las desigualdades, el poder absoluto de los mercados, la homogeneización cultural, la precariedad laboral, el calentamiento global... la crisis.
¿Quiénes tienen razón? Pues ambos. Pero no deja de ser una discusión absurda, como debatir sobre la noche y el día. Los avances humanos son tales que han ampliado los dominios de nuestra casa a todo el planeta. El verdadero debate es cómo gestionarlo.

No es la primera vez que el hombre se enfrenta a un momento de cambio tan profundo que abarca a toda la organización social. La revolución industrial supuso, hace no tanto, una transformación absoluta: económica, política, social, cultural, ecológica... No es difícil encontrar el paralelismo. Aprendamos de la experiencia.
Entonces, la burguesía, dueña de los medios de producción, consiguió posicionarse como fuerza dominante frente a una nueva clase social, el proletariado, que constituía la base trabajadora. Surge así el fundamento del capitalismo, la separación entre los dueños del capital y los trabajadores, y entre estos y lo que producen. Por ello, una mayor producción genera un mayor beneficio que sólo redunda en favor del dueño del capital.
Esto conlleva que para mejorar sus beneficios la burguesía no dude en explotar a los trabajadores, en especial a mujeres y niños, con jornadas agotadoras, salarios mínimos, condiciones insalubres de trabajo, etc.
Por otra parte, la burguesía impulsa las teorías liberales que defienden la libre iniciativa y la libertad de mercado. Por lo que pide que el estado no regule la economía e intervenga lo menos posible. Pero, de hecho, el papel del estado es esencial para garantizar el sistema sofocando las revueltas, legislando a favor del capital, protegiendo sus compañías... Igual que hoy, un grupo minoritario dominante se hace con el sistema y lo pone a su servicio a través del dominio del estado. El resultado es una sociedad desequilibrada e insostenible.
Ante estos abusos, hay distintas reacciones.
Una primera reacción es la violenta. Miles de artesanos que veían cómo su forma de vida desaparecía y obreros indignados por las condiciones laborales cargaron contra el símbolo de esta nueva época quemando máquinas y fábricas. Los ludistas, que así se llamaron, fueron duramente reprimidos.
 

Una segunda reacción es la que podríamos denominar utópica. Algunos movimientos, fundamentalmente anarquistas, viendo la explotación de los trabajadores con el amparo del estado, propugnan que desaparezca toda autoridad económica o empresarial y que desaparezca el propio estado y cualquier otro tipo de autoridad. Sueñan con un sistema de modelos cooperativos autosuficientes basados en la agricultura y la artesanía. Es un movimiento pacifista y ecologista. Pocas de estas experiencias perduran si no tienen otros componentes, como el religioso en el caso de los amish. En cualquier caso, no consiguen transformar la sociedad global. Menos aún las facciones violentas.
La tercera reacción es la denominada científica. El socialismo marxista va a tener una influencia enorme hasta nuestros días. Amparado en un denominado método científico, la doctrina marxista propone una visión maniquea de la realidad: la burguesía explotadora y el trabajador explotado. La explotación se produce por el dominio de la burguesía tanto de los medios de producción como de la propia producción. Y el único camino para una sociedad más justa y sin clases sociales pasaría por la revolución consistente en la apropiación por la fuerza de los medios de producción por los trabajadores. Esto no sería posible sin la conquista del estado, estableciendo la dictadura del proletariado para consolidar su dominio de la propiedad. Es preciso que el estado esté al servicio de la revolución dirigiendo el cambio para llegar a una sociedad igualitaria, la sociedad final, perfecta.
La revolución comunista fue una realidad en distintas partes del mundo y fue espantosa. En realidad cambió (y con gran violencia) la opresión del capital a los trabajadores por la opresión del estado a todos los ciudadanos salvo a la minoría dirigente.
Finalmente, la clave que generó el cambio hacia un equilibrio en el sistema fue entender que la industrialización no era mala en sí misma; sino que el problema estaba en que el dominio del poder estaba en manos de una minoría y que controlaba también el poder del estado. Así ante el poder del empresario en el trabajo surgen los sindicatos de trabajadores; y ante el dominio de la burguesía en los gobiernos surgen los partidos políticos populares, laboristas o socialistas.
Ahora bien, ¿y ante la globalización? El análisis sigue siendo válido: la globalización no es mala en sí misma sino que el problema está en que el poder está en manos de una minoría que sólo busca su propio beneficio y se sirve de la debilidad de los estados en su beneficio. Pero los sindicatos y partidos políticos tradicionales ya no responden a las necesidades actuales. ¿Cómo podemos entonces luchar contra esos gigantes internacionales?


Estamos en un nudo de la historia. La tecnología nos abre las puertas a un mundo por construir y en este nuevo escenario las multinacionales y los mercados ya están ocupando posiciones. No perdamos el tiempo intentando cerrar las puertas, sino que convirtámonos en actores protagonistas de ese futuro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario