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viernes, 24 de abril de 2015

La educación no es una fábrica homologada

Leía en El País Semanal del día 19, que las plantas son unas grandes charlatanas que llenan el aire con sus mensajes. Fascinante, ¿verdad?
Apenas cuatro días antes, el mismo periódico nos contaba cómo el Ministerio de Educación pensaba sustituir la selectividad por una reválida de 350 preguntas tipo test. Aberrante, ¿no es así?
¿Por qué será que el primer artículo me suena más a educación que el segundo, que me rechina con ese afán deformador (o uniformador, que es lo mismo)?

La educación es un asunto muy serio pues define en gran medida la sociedad del mañana. Cada vez que un partido llega al Gobierno no duda en emprender una reforma educativa pues todos tienen una idea de su modelo social ideal y saben por dónde empieza.
No es este un asunto baladí. Sin embargo, las continuas reformas no han aportado en términos generales mejoras significativas en el nivel educativo nacional, más bien al contrario. Ésta última del PP alcanza para muchos las mayores cotas de dislate. ¿Qué demuestra un chaval de 17 ó 18 años con 350 preguntas tipo test?
El niño, desde que nace, está en continua interacción con todo lo que le rodea: observa, experimenta y aprende. Desde la época “de las cavernas” los adultos se han encargado de guiar su descubrimiento del mundo que le rodea y en ocasiones compartiendo además sus conocimientos sobre áreas específicas reservándole así un lugar en la sociedad.
Pero los conocimientos han aumentado de manera exponencial y no es necesario memorizarlos para transmitirlos a la siguiente generación. La cantidad de información que existe en la actualidad es inabarcable. Muchos entendidos dicen que es el momento de centrarnos en otras capacidades más útiles que la memoria. Pero, ¿eso es la educación? ¿una mera cuestión de utilidad? Y utilidad ¿para qué? ¿para adaptarse al cambiante mundo laboral? ¿para ser un ciudadano ejemplar? ¿para ser una rueda más del engranaje que el sistema utiliza para perpetuarse?
En los tres primeros años de vida, desarrolla el 80% de sus capacidades, y al terminar educación infantil, su cerebro se ha desarrollado en un 90%. Una etapa importantísima y sin embargo, relegada a funciones cuasi-asistenciales y de preparación para la etapa escolar obligatoria. ¿Por qué? Quizás porque todavía, sólo estamos formando personas. Eso sí, personitas muy dóciles capaces de estar horas sentados en pupitres de colorines (estamos en infantil, todavía hay color).
Después comienza esa carrera de obstáculos para conseguir un título que le permita encontrar un puesto de trabajo. Quien no se ajusta al modelo está abocado al fracaso escolar. Pero... ¿cómo se puede fracasar en la educación obligatoria? ¿Acaso hay unos conocimientos mínimos para ser persona, para poder desarrollarse y vivir en sociedad?
Quizás el problema sea que como sociedad nos hemos olvidado de para qué sirve la escuela (por lo menos la básica) y de que es algo tan, tan importante que no se puede dejar al arbitrio de los gobernantes o al interés de las empresas. Tendría que ser fruto de un pacto de todos: políticos, padres, educadores, de la sociedad en su conjunto.
Entre los estándares de calidad, los protocolos de actuación, la homogeneización de las pruebas y los conocimientos mínimos, ¿dónde está el lenguaje de las plantas? ¿dónde se descubren las increíbles hazañas de la historia impulsadas por inquietudes sublimes y oscuras pulsiones? ¿dónde conocer a los grandes pensadores es como ir en una montaña rusa? ¿dónde se puede describir el mundo en mil lenguajes distintos? ¿dónde se forja el bien común, la equidad y la empatía? ¿dónde se aprende a amar y respetar el planeta?
Un maestro hace que las piedras cobren vida; que una visita a un monumento sea un apasionante viaje al pasado; que una pizarra llena de fórmulas sea un mensaje encriptado; que un paseo por el monte sea la puerta a un universo fantástico poblado de seres increíbles con propiedades mágicas; o que una tormenta se convierta en una adivinanza: “¿oísteis el trueno? Contemos... ¡el rayo!... ¿a cuánto está entonces?”
En este camino compartido, es donde el niño crece, donde se robustecen su curiosidad y sus ganas de descubrir y comprender el mundo, donde consigue las herramientas para interactuar en él. Es imposible fracasar porque éste es sólo el comienzo de su propia historia.
¿Sabrá esto el señor Wert?

El conocimiento y el respeto van dados de la mano. Si yo no conozco algo, cómo voy a protegerlo, cuidarlo, mimarlo, preocuparme por él. Si no conocemos nuestro planeta, cómo vamos a defenderlo. Si no conozco a mis vecinos, cómo defenderé el bien común. ¿Será eso lo que quieren algunos reformadores?

viernes, 10 de abril de 2015

Los Tratados de libre comercio, servicios e inversiones entre EEUU y UE

El 18 de abril se celebra el Día de Acción Global contra los Tratados de Libre Comercio entre Estados Unidos y la Unión Europea. Hasta en Palencia, una pequeña capital de provincias, la Plataforma local “No al TTIP” ha organizado una mesa informativa en la plaza Mayor.
¿Por qué esta movilización en contra de unos tratados que a priori van a crear empleo y fortalecer la economía de la zona en un momento de crisis como el actual? ¿Los que se oponen son los anti-europeístas y los grupos de izquierdas radicales?

“El TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership o Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión) tiene como objetivo eliminar las barreras comerciales entre los Estados Unidos y la Unión Europea (suprimir aranceles, normativa innecesaria, restricciones a la inversión, etc.) y simplificar la compraventa de bienes y servicios entre estos dos espacios. Eliminar esas barreras supondrá crecimiento económico, creación de empleos y una disminución de los precios”, según se explica en la página web de la Comisión Europea.
Esto implica que, de lograrse el acuerdo, los Estados de la UE –también las propias directivas de la UE– y EEUU deberán armonizar su legislación en diferentes materias: regulación laboral, propiedad intelectual, protección del medio ambiente, calidad de los alimentos, información al consumidor, etc. ¿En qué sentido: hacia una mayor desregularización como demandan las grandes multinacionales o hacia una regulación en beneficio de la población?
Dada la poca información que hay disponible sobre el Tratado, no sabemos cómo van a conseguir que esos beneficios sirvan al bien común. Baste recordar que el crecimiento económico lo valoran en un incremento del PIB (que habrá que verlo), lo cual nos habla de más riqueza, pero no de cómo se distribuye (¿serán los ricos más ricos, aumentarán las desigualdades o se incluirán medidas para fortalecer a los más débiles?); lo mismo pasa con el empleo, ¿de qué calidad será? ¿con qué condiciones laborales?; y con la bajada de los precios, ¿a costa de qué? ¿tan sólo por la eliminación de los aranceles?
Estos son aspectos fundamentales del Tratado sobre los que no se obtiene respuesta quizás porque, dada la tendencia política-económica a ambos lados del Atlántico, se confía en que la desregularización y la liberalizacion de los mercados traiga por sí misma un maná de virtudes.
Es claro que las grandes empresas multinacionales tienen gran peso en las negociaciones. Pero el Tratado no está cerrado, los ciudadanos europeos y estadounidenses podemos exigir a nuestros representantes un marco de negociación que favorezca al grueso de la población, que defienda el bien común a corto, medio y largo plazo, lo que ineludiblemente pasa por la defensa también del medio ambiente y de una economía sostenible.


Precisamente, frente a los grandes poderes económicos y especulativos-financieros, la respuesta es la unión política y social. Un Estado como el español no puede plantar cara al poder de las multinacionales porque pueden hundirlo; EEUU o UE por si solos pueden tomar medidas, pero serán parciales. Sin embargo, un acuerdo de la índole del que nos ocupa si está bien hecho puede suponer un hito que cambie el paradigma socio-económico actual controlando la bulimia de los mercados producto de las insensatas políticas laissez faire, laissez passer”. Aunque parece que no estamos en ese camino.
Algunas de las líneas rojas de este tratado deberían ser:
  1. La eliminación de los paraísos fiscales en toda la zona. Es algo sumamente sencillo, si se quiere hacerlo, ya que están basados en la confianza de los depositarios. Un paso necesario, pues, será legislar que no puede haber secreto bancario entre los Estados miembros.
  2. Establecer una similitud impositiva, lo que redundaría en un mayor equilibrio en el desarrollo económico; que se tribute donde se genere el beneficio, redundando así en el del lugar y no en el de un vecino aprovechado.
  3. Tasa Tobin u otro tipo de regulación de los mercados especulativos que no generan ningún beneficio ni son productivos pero que pueden destrozar economías.
  4. Exigencia de unas garantías de justicia laboral y de respeto medioambiental (en consonancia con las nuestras) a los productos fabricados o producidos fuera de la zona del tratado e introducidos por multinacionales europeas o norteamericanas.
  5. Y, por supuesto, la armonización de la legislación debe ser a favor de los ciudadanos, de los consumidores y de la pequeña y mediana empresa.
La defensa de los intereses generales no es una cuestión de colores. Como consumidora quiero saber lo que compro y que sea saludable. Como persona quiero saber que quienes lo han producido pueden vivir dignamente de su trabajo y realizarlo con seguridad. Como miembro de la especie humana quiero saber que se ha hecho respetando el ecosistema, sin abusar de los recursos y desde una perspectiva sostenible que permita la vida en el planeta y su diversidad para muchas más generaciones. Como ciudadana quiero que los políticos me representen y defiendan los intereses de la sociedad y no los de un grupo. ¿Alguien opina distinto?