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sábado, 17 de enero de 2015

Libertad de expresión

Yo no soy Charlie, ni falta que hace. No hace falta compartir sus opiniones ni su forma de expresarlas para condenar lo ocurrido. Todo asesinato es execrable.
No cabe duda de que el objetivo fundamental de los asesinos era infundir el terror en la sociedad occidental. Ya no es Boko Haram en Nigeria (y todo el centro de África) o el Estado Islámico en Siria e Irak, son unos terroristas fundamentalistas franceses, en su propio país, en Europa, en Occidente. La unidad contra el terrorismo y en defensa de los valores democráticos y la libertad de expresión es básica. La manifestación en París de los jefes de Estado y de gobierno junto con otros representantes políticos y religiosos no fue una hipocresía, sino una obligación.

Pero éste no es un artículo sobre Charlie Hebdo, sino sobre la libertad de expresión.

La libertad, también la de expresión, como toda acción humana no es absoluta. Olvidemos de una vez esa visión infantil y egocéntrica de que si soy libre tengo derecho a hacer o decir todo lo que me da la gana, porque no es así. No tengo derecho a ofender a los demás, ni a dañarlos, ni a injuriarlos, ni a insultar sus creencias (no sólo religiosas). Porque los demás, como yo, tienen derecho a ser respetados.
Ha quedado perdido dentro del comentario del Papa pero, como bien dijo, “cada persona no sólo tiene la libertad, sino la obligación de decir lo que piensa para apoyar el bien común”. Tengo derecho a expresarme libremente porque tengo derecho a ser constructor de pensamiento, puedo y debo ser partícipe y transformador de la realidad; pero no destructor. Es evidente que la libertad de expresión no puede esgrimirse para dañar o perjudicar a otros (por ejemplo, difamando, hostigando...) ni para incitar al odio o a la violencia.
Siguiendo con el ejemplo que utilizó el Papa, nos es lo mismo que te rías de cómo se viste mi mamá, o de cómo cocina o del carácter que tiene; a que la insultes. En el primer caso puede que no me parezca muy bien y que te replique, o puede que hasta me ría contigo. En el segundo no esperes que vuelva a dirigirte la palabra.
¿Qué consecuencias debe tener el abuso de la libertad de opinión? ¿La reprobación social? ¿Una pena? Y, ¿cuál? ¿una multa? Lo que no ofrece dudas es que el precio por tergiversar la libertad de expresión nunca puede ser un castigo físico, menos aún segar una vida. Ninguna idea, ninguna opinión vale una vida.
 Algunos acostumbran a ejercer su libertad de expresión sin pensar que podrían hacer uso primero de su libertad de pensamiento. Hay deslenguados que pululan en las redes sociales con la antorcha siempre presta por si hay que convertirse en turba. Su historial de comentarios está habitualmente cargado de bilis que escupen a diestro y siniestro. Suelen eregirse en adalides de la libertad de expresión y denostan con saña a los que osan a opinar de manera diferente a ellos.
Por suerte, en España es posible expresarse libremente (dentro de los límites que marca la ley, como es lógico en un estado de derecho) y gracias a esto hoy podemos leer sus opiniones igual que estás leyendo la mía.
Y sí, el ahora famoso Facu Díaz ha tenido que declarar ante un juez por un sketch, pero con eso se ha zanjado el asunto, como es normal. Y, por supuesto, el código penal recoge límites a la libertad de expresión; los que han legislado los políticos elegidos democráticamente de acuerdo, en principio, con el sentir popular. En cualquier caso, ahí estamos los ciudadanos que podemos votar a quien creemos que va a gestionar mejor la organización común y el patrimonio y que va a legislar de manera más adecuada.
Y, por supuesto, es cierto que la famosa ley mordaza es una abominación del actual ejecutivo, pero ¿por qué? No ya porque limite formas de ejercer la libertad de expresión, entre otras cosas; sino porque usurpa a la justicia la capacidad de determinar si se procede de acuerdo a la ley o no, dejándolo en manos de la administración que se erige como juez y parte, y poniendo duras sanciones económicas en función de la supuesta gravedad y reiteración de los hechos, alejadas de las multas judiciales que siempre tienen en cuenta la capacidad económica del reo.

Afortunadamente, disponemos de cauces para expresar nuestras reflexiones buscando mejorar nuestra realidad.

Los lectores de Charlie Hebdo dicen que la sátira nos lleva a reflexionar sobre cosas que damos por sentadas y que es un revulsivo social. Lo que está claro es que a quien no le guste, no hay mejor desprecio que no hacer aprecio. Con eso basta.

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