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jueves, 25 de diciembre de 2014

viernes, 19 de diciembre de 2014

Huele a viejo

Huele a viejo el año que se acaba, con la niebla y el frío arropando su decrepitud. Mientras, alumbrados por la caja tonta en nuestros hogares, soñamos con las promesas del año nuevo envueltas en deslumbrante papel de regalo.
Nos fascina lo nuevo porque lo asimilamos a la pureza, a la ilusión, al cambio. Es como hacer borrón y cuenta nueva. Aunque, a la vez, tiene el sabor de algo antiguo, porque nos transporta a la niñez, vivida o recordada, donde todo era más luminoso, más emocionante... más sencillo. Probablemente por eso nos gusta tanto lo nuevo, porque nos transporta al pasado, a los viejos tiempos.

Desde la fulgurante aparición de Podemos, la pasión por lo nuevo raya con el frenesí. Un partido nuevo, gente nueva, ideas nuevas. Todo limpio de la putrefacta corrupción que nos escupen todos los días las noticias. Incluso un lenguaje nuevo que se ha instalado como un gato se adueña del sillón de la casa: casta, asamblea, participación ciudadana, proceso ilusionante, transversalidad, círculos, empoderamiento, transición inacabada, bipartidismo, PPSOE...

Bueno, nuevo, nuevo... Esa novedad que tiene encontrar un viejo vestido en el desván de la casa de tus abuelos y comprobar que está estupendo, te queda como un guante y además es muy hipster.
Como una epidemia, la aversión a lo viejo como contraposición de lo nuevo se ha extendido rápidamente y políticos de todo signo la han hecho suya al compás de la sociedad jaleada por los medios. Salvo el PP, claro, que pese a estar hundiéndose en su propia inmundicia, nos insiste con esa convicción propia de los locos en que todo lo hace para aplacar la ira de los dioses (hoy léase mercados) tal y como dictan las sanas tradiciones.
La lógica es sencilla. Una pildorita fácil de tragar.
Lo nuevo es sinónimo de pureza, luego es intrínsecamente bueno (hasta que se demuestre lo contrario, como dicen los estadounidenses de los pesticidas, del fracking o de los medicamentos).
La antítesis es lo viejo, sinónimo de podredumbre, de corrupción, luego es intrínsecamente malo.
Así de fácil. Nuevo, bueno. Viejo, malo, casta, puag.
Nos hartamos de oír que el viejo modelo bipartidista del PP-PSOE está acabado, que ya es hora de poner fin al régimen del 78, de acabar con la casta y de recuperar la soberanía para la mayoría ciudadana en un proceso ilusionante de confluencia social, transversal y participativo. ¡Toma ya!
En esto Podemos le gana por goleada a Ganemos. Podemos, pese a sus inicios filocomunistas, abre los brazos a todo el espectro político, pues tiene vocación de partido único. Ganemos, sin embargo, tiene alma de izquierda unida y, dando la espalda al PSOE-casta, aspira a aunar al resto de la izquierda, con lo que no deja de ansiar un nuevo (por lo tanto puro y bueno) bipartidismo: Ganemos vs PPSOE.
Para hablar tanto de diversidad, ¡cómo gusta el blanco o negro!
EQUO se ha posicionado claramente a favor de los movimientos de confluencia, arrastrado por ese fervor maniqueísta y por las continuas pullitas sobre la apabullante irrupción de Podemos frente al tímido avance del partido ecologista.
Sin embargo, precisamente por tratarse de un momento histórico de cambio, EQUO podría diferenciarse por representar el equilibrio. Si despojamos de absolutismos, generalizaciones y asimilaciones infundadas la retórica actual, vemos que no todo lo que se ha hecho hasta ahora está mal; no todos los valores morales están corrompidos; no es todo lo viejo es cinismo o mediocridad ni casta; ni todo lo nuevo aunque reluzca es oro.
Es necesario reconducir el debate y la actuación política a lo esencial: el bien común dentro de un mundo globalizado con un grave problema ecológico y en un estado de dominio absoluto de los desatados mercados financieros.

Quizás no es lo que esté de moda, ni sirve para hacer grandes campañas publicitarias (perdón, electorales), pero muchos echamos en falta esa opción, cuánto mejor en un partido europeísta, ecologista y social.

Hace no mucho, oí a alguien que defendía con ahínco lo nuevo como valor supremo. Huelga decir que los viejos políticos y luchadores sociales veían en su novedad lo que ellos habían defendido siempre. Es curioso cómo podemos usar el lenguaje y distorsionarlo sin pudor para que nos arrulle al oído. Aunque claro, puede que el problema es que a mí siempre me ha gustado el olor a viejo de los libros.
 
Mis mejores deseos para todos: Feliz Navidad y Mejor 2015


viernes, 5 de diciembre de 2014

Democracia: mito o realidad

Decía una vieja canción de Ska-p, tan acertada hoy como hace casi 20 años, “¡vaya sociedad pasiva!, amigo mío, hay que luchar. Democracia significa que el pueblo ha de gobernar.”
Dicen que estamos viviendo una crisis de la democracia. Se gritan proclamas del tipo “democracia real ya” o “lo llaman democracia y no lo es”. Se demanda recuperar la soberanía popular: por ejemplo, los movimientos Ganemos defienden devolver las instituciones municipales a los ciudadanos y para ello piden a estos que se impliquen en la política, lo cual va mucho más allá de depositar su voto en la urna. Y, claro, se habla del derecho del pueblo a decidir y de la necesidad de “educar” a los ciudadanos para la participación “activa”.
Lo que me pregunto es ¿y el pueblo quiere (gobernar)? Y si es que sí, ¿puede? 
 

La democracia es la soberanía del pueblo. Ante otros modelos organizativos donde un individuo o un grupo son los que tienen el poder de establecer las normas y el control de la sociedad, parece que la democracia es efectivamente un buen invento. Es más, entraña unos principios fundamentales como el reconocimiento de los derechos básicos a todos los ciudadanos y la necesidad como sociedad de garantizar la libertad y la capacidad de participar en la organización social de los más débiles.
Esta soberanía se puede ejercer de manera directa o indirecta.
La democracia directa que muchos reclaman es hoy una utopía. ¿Por qué? Uno de los aspectos clave es que hoy ciudadanos somos prácticamente todos. Dar voz a todos, ¿es posible? Si sólo intervienen algunos y el resto se secundan lo defendido por unos u otros ¿no es ya indirecta? Pero, sobre todo, ¿es posible abarcar todas y cada una de las decisiones que se deben tomar en la organización social en todos y cada uno de los niveles (municipal, provincial, regional, estatal)?
Ni si quiera con internet como vehículo para que la ciudadanía participe en las decisiones políticas, podría llevarse a cabo.
En parte también porque, en la antigua Grecia, les venían de perlas los esclavos para el ejercicio de la democracia ya que eran los que realizaban el trabajo y los ciudadanos (cuatro gatos) podían reunirse, debatir, convencer y decidir. ¿Es posible actualmente estar informado de todo para tener un criterio sobre todo?

Ciudadanos y no ciudadanos en la antigua Grecia

 Algunos sostienen que no es necesario que haya una participación al 100%, pero que sí sería ineludible que la gente se involucrarse más para llevarse menos las manos a la cabeza, para lo cual tienen que tener el cauce para hacerlo. De acuerdo, pero entonces no es democracia directa. Aunque, como decía en el artículo anterior, uno de los pilares de la sociedad es precisamente la sociedad civil, que es otra forma de involucrarse y equilibrar las otras dos patas: gobierno y sector privado.
La democracia representativa o indirecta es hoy por hoy una opción necesaria. Eso sí, debe enmarcarse dentro de los acuerdos de convivencia de la sociedad que tienen su máximo exponente en la Constitución; también tiene que respetar la legislación vigente, por lo menos hasta cambiarla; porque la representación (aunque sea conseguida por mayoría absoluta) nunca es total ni un cheque en blanco para los electos que deben responder de las decisiones que toman ante los ciudadanos y ante la justicia.
Parece de cajón, pero hemos comprobado que no es así. Algunos servidores públicos se han servido de lo público para su propio beneficio (luego no representaban a nadie ni acataban las leyes o las esquivaban). Pero esto cae, por suerte, bajo la acción de la justicia. Sin embargo, no hay que olvidar a aquellos que han pensado que, una vez en el poder, la voluntad del pueblo se diluye quedando sólo su voz lo que conlleva no dar explicaciones a nadie, como mucho maldecir a las circunstancias. El castigo de las urnas nos ha salido rana. Habrá que pensar otro.
 


Tema aparte son ciertas asunciones que hemos hecho de lo que es la democracia. Como no quiero cansar, me limitaré a comentar tres.
La democracia debería ser siempre la voluntad de la mayoría. Seguro que muchos estáis asintiendo. Por supuesto, pero con ciertos límites que son los que mandan la Constitución y las leyes. No puede ser que un grupo, aunque sea mayoritario, se imponga a una minoría perjudicándole en sus derechos básicos. La democracia debe favorecer el bien común, no lo olvidemos.
El pueblo siempre tiene razón. Ja y ja. El pueblo está formado por personas y las personas se equivocan (Mirad los dirigentes que tenemos, por no ir más lejos). La política tiene un gran componente pasional, no digo más.
El pueblo tiene derecho a decidir. Sí, claro. Y esto va por Cataluña. Eso sí, no confundamos la parte con el todo. Una parte no puede ni tiene derecho a decidir por el resto, faltaría más. Y todos somos, por ser españoles, murcianos, catalanes, andaluces, riojanos y demás. Luego es una decisión que nos compete a todos.
La democracia es una vieja resabiada que se las conoce todas y sabe vestirse para cada ocasión. ¿Dónde están hoy los filósofos para soñarla?

Como periodista a mí hay una cosa que realmente me preocupa más que si es directa o indirecta o si habilitamos plataformas en internet para la participación ciudadana, ¿puede haber democracia sin información libre y veraz? Ciertamente la objetividad es un ideal, pero ¿y el rigor?