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viernes, 27 de febrero de 2015

El voto huérfano

En estos últimos días varias personas me han preguntado qué opinión tengo sobre algunos partidos como Podemos o Ciudadanos. Otras, incluso, me han pedido que les diga a quién pueden votar en las próximas elecciones. Por supuesto, me hubiera encantado poder recomendarles a todos que votasen a Equo, pero para eso tendrían que poder encontrarlo en las papeletas el 24 de mayo.

Somos muchos los que contemplamos patidifusos cómo los partidos políticos viven en una realidad alternativa, pero que proyecta una densa sombra sobre la nuestra. El desencanto es mayúsculo; lo que lleva a la indignación, pero también a la apatía y la abulia. Resulta increible que políticos de todo signo jueguen a la burla moral del delito prescrito o del que no se puede probar legalmente y a las prácticas poco éticas aunque legales (no olvidemos quién legisla).
Estamos además inmersos en una terrible crisis (sí, aún lo estamos) provocada en gran medida por las malas prácticas de las entidades financieras y especulativas y agravada por las peores decisiones de unos timoratos gobernantes plegados a las demandas de esos mismos insaciables mercados financieros.
En tres meses hay elecciones y parece que soplan vientos de cambio. Ya veremos hacia dónde.
Por de pronto, los que están gobernando nos intentan sedar con sus machaconas letanías que nos pintan la crisis y la corrupción como un desvarío y la recuperación como una realidad palpable y tangible. No son pocos los crédulos ni los que se esfuerzan en confiar porque temen más lo desconocido.
El resto de formaciones políticas, en general, busca la manera de mantener excitados e iracundos a los votantes con las tropelías ajenas para conseguir una adhesión sin matices: con ellos o con nosotros (si estás contra ellos, estás con nosotros). Es desde luego la bandera de Podemos y de los partidos (o agrupaciones y coaliciones) de confluencia que están surgiendo (Ganemos y demás). Es imperativo, dicen, llegar a las instituciones para acabar con el bipartidismo y así dejar la vieja política atrás y empezar algo nuevo -aunque empleen un lenguaje viejo-.
Ante semejante panorama, me permito contaros un cuento:  

La historia del voto huérfano

Érase una vez un voto. Como todo voto era chiquitito y no pesaba mucho. Sin embargo tenía un bonito color dorado que lanzaba hermosos destellos.
Las urracas siempre estaban al acecho para llevárselo a su nido.
En algunos de estos nidos había tal número de votos que brillaban casi tanto como las guaridas de los poderosos dragones repletas de oro.
Nuestro voto conocía bien esos nidos. Al principio le había gustado estar acompañado de otros votos. También se había sentido a gusto bajo las protectoras alas de las urracas. Hasta el día en que se dio cuenta de que las urracas no eran más que armazones huecos movidos por otros votos, tan chiquititos como él, que soñaban ser dragones.
Por eso se puso a buscar.
Pronto se topó con grupos de votos que contruían nuevos nidos para armazones de pájaros multicolores.
Encontró riadas de votos que odiaban la codicia de los dragones y en vez de nidos se refugiaban en confortables y bulliciosas ollas custodiadas por figuras de gnomos y de duendes.
Incluso descubrió pequeños grupos de votos juiciosos y comprometidos con bellos ideales.
Como es lógico, poco a poco se iban juntando, para poder hacer un nido con un pájaro más hermoso y grande o un caldero enorme con el duende más gigantesco. Todos decían que siendo tan pequeñitos y con tan poco peso necesitaban ser muchos y fuertes para que no se los llevara el aire. Es mejor ser una útil pluma o una pata del caldero que ser un colibrí o un pucherito, decían sabiamente.
Nada de esto convencía a nuestro voto. Apesadumbrado pasaba las horas encerrado, indeciso, sin saber qué hacer. No quería ser lo que no era. No quería fingir ser oro ni dentro de un nido ni en un caldero.
Apesadumbrado, decidió dar un paseo por el campo, para reconfortarse en la naturaleza. Junto al verde de los árboles destacaba el fulgurante dorado de un trigal. Decidido encaminó allí sus pasos para sentir la fuerza y la potencia de esas pequeñas semillas.
Al acercase comprobó sorprendido que era una multitud de votos como él, deseosos de transformar la realidad, de hacer un mundo más equilibrado y positivo, pero no tenían voz porque no creían en las palabras huecas.
Impotente, se sentó en el suelo y comenzó a cantar. Al principio tan bajito que casi ni los que estaban a su lado le oían. Pero uno de ellos, se sentó a su lado y se sumó a su canción.
Desde las ramas de los árboles los falsos pájaros se burlaban con su armónico trino. Junto a sus raíces, los simulados duendes lo ignoraban buscando ansiosos más votos para su olla.
Nuestro voto, feliz, siguió cantando seguro de que un verso es capaz de dar vida a un sueño.

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