En
estos últimos días varias personas me han preguntado qué opinión
tengo sobre algunos partidos como Podemos
o Ciudadanos.
Otras, incluso, me han pedido que les diga a quién pueden votar en
las próximas elecciones. Por supuesto, me hubiera encantado poder
recomendarles a todos que votasen a Equo,
pero para eso tendrían que poder encontrarlo en las papeletas el 24
de mayo.
Somos muchos los que contemplamos patidifusos cómo los partidos
políticos viven en una realidad alternativa, pero que proyecta una
densa sombra sobre la nuestra. El desencanto es mayúsculo; lo que
lleva a la indignación, pero también a la apatía y la abulia.
Resulta increible que políticos de todo signo jueguen a la
burla moral del delito prescrito o del que no se puede probar
legalmente y a las prácticas poco éticas aunque legales (no
olvidemos quién legisla).
Estamos además inmersos en una terrible crisis (sí, aún lo
estamos) provocada en gran medida por las malas prácticas de las
entidades financieras y especulativas y agravada por las peores
decisiones de unos timoratos gobernantes plegados a las demandas de
esos mismos insaciables mercados financieros.
En tres meses hay elecciones y parece que soplan vientos de cambio.
Ya veremos hacia dónde.
Por de pronto, los que están gobernando nos intentan sedar con sus
machaconas letanías que nos pintan la crisis y la corrupción como
un desvarío y la recuperación como una realidad palpable y
tangible. No son pocos los crédulos ni los que se esfuerzan en
confiar porque temen más lo desconocido.
El resto de formaciones políticas, en general, busca la manera de
mantener excitados e iracundos a los votantes con las tropelías
ajenas para conseguir una adhesión sin matices: con ellos o
con nosotros (si estás contra
ellos, estás con nosotros). Es desde luego la
bandera de Podemos y de los partidos (o agrupaciones y coaliciones)
de confluencia que están surgiendo (Ganemos y demás). Es
imperativo, dicen, llegar a las instituciones para acabar con el
bipartidismo
y así dejar la vieja política atrás y empezar algo nuevo -aunque
empleen un lenguaje viejo-.
Ante semejante panorama, me permito contaros un cuento:
La
historia del voto huérfano
Érase
una vez un voto. Como todo voto era chiquitito y no pesaba mucho. Sin
embargo tenía un bonito color dorado que lanzaba hermosos destellos.
Las
urracas siempre estaban al acecho para llevárselo a su nido.
En
algunos de estos nidos había tal número de votos que brillaban casi
tanto como las guaridas de los poderosos dragones repletas de oro.
Nuestro
voto conocía bien esos nidos. Al principio le había gustado estar
acompañado de otros votos. También se había sentido a gusto bajo
las protectoras alas de las urracas. Hasta el día en que se dio
cuenta de que las urracas no eran más que armazones huecos movidos
por otros votos, tan chiquititos como él, que soñaban ser dragones.
Por
eso se puso a buscar.
Pronto
se topó con grupos de votos que contruían nuevos nidos para
armazones de pájaros multicolores.
Encontró
riadas de votos que odiaban la codicia de los dragones y en vez de
nidos se refugiaban en confortables y bulliciosas ollas custodiadas
por figuras de gnomos y de duendes.
Incluso
descubrió pequeños grupos de votos juiciosos y comprometidos con
bellos ideales.
Como
es lógico, poco a poco se iban juntando, para poder hacer un nido
con un pájaro más hermoso y grande o un caldero enorme con el
duende más gigantesco. Todos decían que siendo tan pequeñitos y
con tan poco peso necesitaban ser muchos y fuertes para que no se los
llevara el aire. Es mejor ser una útil pluma o una pata del caldero
que ser un colibrí o un pucherito, decían sabiamente.
Nada
de esto convencía a nuestro voto. Apesadumbrado pasaba las horas
encerrado, indeciso, sin saber qué hacer. No quería ser lo que no
era. No quería fingir ser oro ni dentro de un nido ni en un caldero.
Apesadumbrado,
decidió dar un paseo por el campo, para reconfortarse en la
naturaleza. Junto al verde de los árboles destacaba el fulgurante
dorado de un trigal. Decidido encaminó allí sus pasos para sentir
la fuerza y la potencia de esas pequeñas semillas.
Al
acercase comprobó sorprendido que era una multitud de votos como él,
deseosos de transformar la realidad, de hacer un mundo más
equilibrado y positivo, pero no tenían voz porque no creían en las
palabras huecas.
Impotente,
se sentó en el suelo y comenzó a cantar. Al principio tan bajito
que casi ni los que estaban a su lado le oían. Pero uno de ellos, se
sentó a su lado y se sumó a su canción.
Desde
las ramas de los árboles los falsos pájaros se burlaban con su
armónico trino. Junto a sus raíces, los simulados duendes lo
ignoraban buscando ansiosos más votos para su olla.
Nuestro
voto, feliz, siguió cantando seguro de que un
verso es capaz de dar vida a un sueño.
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