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jueves, 25 de diciembre de 2014

viernes, 19 de diciembre de 2014

Huele a viejo

Huele a viejo el año que se acaba, con la niebla y el frío arropando su decrepitud. Mientras, alumbrados por la caja tonta en nuestros hogares, soñamos con las promesas del año nuevo envueltas en deslumbrante papel de regalo.
Nos fascina lo nuevo porque lo asimilamos a la pureza, a la ilusión, al cambio. Es como hacer borrón y cuenta nueva. Aunque, a la vez, tiene el sabor de algo antiguo, porque nos transporta a la niñez, vivida o recordada, donde todo era más luminoso, más emocionante... más sencillo. Probablemente por eso nos gusta tanto lo nuevo, porque nos transporta al pasado, a los viejos tiempos.

Desde la fulgurante aparición de Podemos, la pasión por lo nuevo raya con el frenesí. Un partido nuevo, gente nueva, ideas nuevas. Todo limpio de la putrefacta corrupción que nos escupen todos los días las noticias. Incluso un lenguaje nuevo que se ha instalado como un gato se adueña del sillón de la casa: casta, asamblea, participación ciudadana, proceso ilusionante, transversalidad, círculos, empoderamiento, transición inacabada, bipartidismo, PPSOE...

Bueno, nuevo, nuevo... Esa novedad que tiene encontrar un viejo vestido en el desván de la casa de tus abuelos y comprobar que está estupendo, te queda como un guante y además es muy hipster.
Como una epidemia, la aversión a lo viejo como contraposición de lo nuevo se ha extendido rápidamente y políticos de todo signo la han hecho suya al compás de la sociedad jaleada por los medios. Salvo el PP, claro, que pese a estar hundiéndose en su propia inmundicia, nos insiste con esa convicción propia de los locos en que todo lo hace para aplacar la ira de los dioses (hoy léase mercados) tal y como dictan las sanas tradiciones.
La lógica es sencilla. Una pildorita fácil de tragar.
Lo nuevo es sinónimo de pureza, luego es intrínsecamente bueno (hasta que se demuestre lo contrario, como dicen los estadounidenses de los pesticidas, del fracking o de los medicamentos).
La antítesis es lo viejo, sinónimo de podredumbre, de corrupción, luego es intrínsecamente malo.
Así de fácil. Nuevo, bueno. Viejo, malo, casta, puag.
Nos hartamos de oír que el viejo modelo bipartidista del PP-PSOE está acabado, que ya es hora de poner fin al régimen del 78, de acabar con la casta y de recuperar la soberanía para la mayoría ciudadana en un proceso ilusionante de confluencia social, transversal y participativo. ¡Toma ya!
En esto Podemos le gana por goleada a Ganemos. Podemos, pese a sus inicios filocomunistas, abre los brazos a todo el espectro político, pues tiene vocación de partido único. Ganemos, sin embargo, tiene alma de izquierda unida y, dando la espalda al PSOE-casta, aspira a aunar al resto de la izquierda, con lo que no deja de ansiar un nuevo (por lo tanto puro y bueno) bipartidismo: Ganemos vs PPSOE.
Para hablar tanto de diversidad, ¡cómo gusta el blanco o negro!
EQUO se ha posicionado claramente a favor de los movimientos de confluencia, arrastrado por ese fervor maniqueísta y por las continuas pullitas sobre la apabullante irrupción de Podemos frente al tímido avance del partido ecologista.
Sin embargo, precisamente por tratarse de un momento histórico de cambio, EQUO podría diferenciarse por representar el equilibrio. Si despojamos de absolutismos, generalizaciones y asimilaciones infundadas la retórica actual, vemos que no todo lo que se ha hecho hasta ahora está mal; no todos los valores morales están corrompidos; no es todo lo viejo es cinismo o mediocridad ni casta; ni todo lo nuevo aunque reluzca es oro.
Es necesario reconducir el debate y la actuación política a lo esencial: el bien común dentro de un mundo globalizado con un grave problema ecológico y en un estado de dominio absoluto de los desatados mercados financieros.

Quizás no es lo que esté de moda, ni sirve para hacer grandes campañas publicitarias (perdón, electorales), pero muchos echamos en falta esa opción, cuánto mejor en un partido europeísta, ecologista y social.

Hace no mucho, oí a alguien que defendía con ahínco lo nuevo como valor supremo. Huelga decir que los viejos políticos y luchadores sociales veían en su novedad lo que ellos habían defendido siempre. Es curioso cómo podemos usar el lenguaje y distorsionarlo sin pudor para que nos arrulle al oído. Aunque claro, puede que el problema es que a mí siempre me ha gustado el olor a viejo de los libros.
 
Mis mejores deseos para todos: Feliz Navidad y Mejor 2015


viernes, 5 de diciembre de 2014

Democracia: mito o realidad

Decía una vieja canción de Ska-p, tan acertada hoy como hace casi 20 años, “¡vaya sociedad pasiva!, amigo mío, hay que luchar. Democracia significa que el pueblo ha de gobernar.”
Dicen que estamos viviendo una crisis de la democracia. Se gritan proclamas del tipo “democracia real ya” o “lo llaman democracia y no lo es”. Se demanda recuperar la soberanía popular: por ejemplo, los movimientos Ganemos defienden devolver las instituciones municipales a los ciudadanos y para ello piden a estos que se impliquen en la política, lo cual va mucho más allá de depositar su voto en la urna. Y, claro, se habla del derecho del pueblo a decidir y de la necesidad de “educar” a los ciudadanos para la participación “activa”.
Lo que me pregunto es ¿y el pueblo quiere (gobernar)? Y si es que sí, ¿puede? 
 

La democracia es la soberanía del pueblo. Ante otros modelos organizativos donde un individuo o un grupo son los que tienen el poder de establecer las normas y el control de la sociedad, parece que la democracia es efectivamente un buen invento. Es más, entraña unos principios fundamentales como el reconocimiento de los derechos básicos a todos los ciudadanos y la necesidad como sociedad de garantizar la libertad y la capacidad de participar en la organización social de los más débiles.
Esta soberanía se puede ejercer de manera directa o indirecta.
La democracia directa que muchos reclaman es hoy una utopía. ¿Por qué? Uno de los aspectos clave es que hoy ciudadanos somos prácticamente todos. Dar voz a todos, ¿es posible? Si sólo intervienen algunos y el resto se secundan lo defendido por unos u otros ¿no es ya indirecta? Pero, sobre todo, ¿es posible abarcar todas y cada una de las decisiones que se deben tomar en la organización social en todos y cada uno de los niveles (municipal, provincial, regional, estatal)?
Ni si quiera con internet como vehículo para que la ciudadanía participe en las decisiones políticas, podría llevarse a cabo.
En parte también porque, en la antigua Grecia, les venían de perlas los esclavos para el ejercicio de la democracia ya que eran los que realizaban el trabajo y los ciudadanos (cuatro gatos) podían reunirse, debatir, convencer y decidir. ¿Es posible actualmente estar informado de todo para tener un criterio sobre todo?

Ciudadanos y no ciudadanos en la antigua Grecia

 Algunos sostienen que no es necesario que haya una participación al 100%, pero que sí sería ineludible que la gente se involucrarse más para llevarse menos las manos a la cabeza, para lo cual tienen que tener el cauce para hacerlo. De acuerdo, pero entonces no es democracia directa. Aunque, como decía en el artículo anterior, uno de los pilares de la sociedad es precisamente la sociedad civil, que es otra forma de involucrarse y equilibrar las otras dos patas: gobierno y sector privado.
La democracia representativa o indirecta es hoy por hoy una opción necesaria. Eso sí, debe enmarcarse dentro de los acuerdos de convivencia de la sociedad que tienen su máximo exponente en la Constitución; también tiene que respetar la legislación vigente, por lo menos hasta cambiarla; porque la representación (aunque sea conseguida por mayoría absoluta) nunca es total ni un cheque en blanco para los electos que deben responder de las decisiones que toman ante los ciudadanos y ante la justicia.
Parece de cajón, pero hemos comprobado que no es así. Algunos servidores públicos se han servido de lo público para su propio beneficio (luego no representaban a nadie ni acataban las leyes o las esquivaban). Pero esto cae, por suerte, bajo la acción de la justicia. Sin embargo, no hay que olvidar a aquellos que han pensado que, una vez en el poder, la voluntad del pueblo se diluye quedando sólo su voz lo que conlleva no dar explicaciones a nadie, como mucho maldecir a las circunstancias. El castigo de las urnas nos ha salido rana. Habrá que pensar otro.
 


Tema aparte son ciertas asunciones que hemos hecho de lo que es la democracia. Como no quiero cansar, me limitaré a comentar tres.
La democracia debería ser siempre la voluntad de la mayoría. Seguro que muchos estáis asintiendo. Por supuesto, pero con ciertos límites que son los que mandan la Constitución y las leyes. No puede ser que un grupo, aunque sea mayoritario, se imponga a una minoría perjudicándole en sus derechos básicos. La democracia debe favorecer el bien común, no lo olvidemos.
El pueblo siempre tiene razón. Ja y ja. El pueblo está formado por personas y las personas se equivocan (Mirad los dirigentes que tenemos, por no ir más lejos). La política tiene un gran componente pasional, no digo más.
El pueblo tiene derecho a decidir. Sí, claro. Y esto va por Cataluña. Eso sí, no confundamos la parte con el todo. Una parte no puede ni tiene derecho a decidir por el resto, faltaría más. Y todos somos, por ser españoles, murcianos, catalanes, andaluces, riojanos y demás. Luego es una decisión que nos compete a todos.
La democracia es una vieja resabiada que se las conoce todas y sabe vestirse para cada ocasión. ¿Dónde están hoy los filósofos para soñarla?

Como periodista a mí hay una cosa que realmente me preocupa más que si es directa o indirecta o si habilitamos plataformas en internet para la participación ciudadana, ¿puede haber democracia sin información libre y veraz? Ciertamente la objetividad es un ideal, pero ¿y el rigor?

viernes, 21 de noviembre de 2014

Esta vez sí, equidad

A veces me pasa, comienzo escribiendo sobre equidad y termino hablando de corrupción o de la tendencia del sector privado a despegarse de la realidad y sus normas. Es que una se embala... Pero, después de entonar este “mea culpa”, hoy sí voy a hablar de equidad, término íntimamente ligado a Equo (equidad social + ecología política) y, por supuesto, a este blog (por lo del bien común, claro está).

La equidad es dar a cada cual lo que se merece. Sin entrar en disquisiciones filosóficas sobre el “concurso de méritos”, el principio de equidad condiciona un modelo de sociedad donde todas las personas que la conforman participan equitativamente de los bienes, de las oportunidades, del poder, etc.
Hay dos teorías dominantes: liberalismo e igualitarismo social, ambas con aspectos positivos y muy atractivos.
El liberalismo aboga por la libertad personal, la iniciativa privada y la autonomía. Sin embargo, cuando se absolutiza, pasa a considerarse que lo que uno “logra” es todo por sus propia valía, que no debe nada a la sociedad, y se permite el dominio de unos pocos sobre el resto como una consecuencia de la expresión de las diferentes capacidades.
El igualitarismo social defiende que todos los seres humanos somos iguales y, por lo tanto, tenemos los mismos derechos. Esta es una gran premisa para una sociedad justa y respetuosa. Pero, llevado al extremo, puede llevar a una homogeneización impuesta, que requiere la intervención castrante y expansiva del estado limitando escandalosamente los derechos personales que en principio defendía.


Ambas posiciones desequilibradas llevan a una sociedad no equitativa, es decir, inicua.
Según Henry Mintzberg, toda sociedad se sustenta sobre tres patas: gobierno, sector privado y sociedad civil.
El gobierno es el garante del bien común; es quien tiene las competencias para el uso de la fuerza, la defensa de sus ciudadanos, la potestad de poner normas de convivencia, quien crea y organiza las infraestructuras, quien garantiza la equidad de los bienes sociales: educación, sanidad...
El sector privado es el fruto de la iniciativa, la creatividad y la capacidad emprendedora o empresarial de un individuo o de un grupo; se basa en la libertad individual y en la búsqueda de beneficios, es decir, en la retribución a su esfuerzo, creatividad...
Por último, la sociedad civil está formada por las asociaciones y organizaciones privadas con fines diversos: científicos, culturales, deportivos, recreativos, humanitarios, religiosos, ONGs, etc.
Cuando una de las tres patas predomina sobre las otras o, por el contrario, está atrofiada, se pierde el equilibrio, la equidad y la sociedad se deteriora.
Cuando el gobierno pone a la sociedad y al estado antes que a las personas, se coartan las libertades, se cercena la creatividad, se impide la libertad de asociación y de expresión, etc. El resultado son gobiernos dictatoriales (de uno) u oligárquicos (de un grupo), bien de derechas (por ejemplo, el franquismo) bien de izquierdas (por ejemplo, el castrismo).
Cuando el sector privado domina a los otros dos, el gobierno en vez de garantizar el bien común se pliega o se alía con el poder económico y favorece sus intereses, relegando económicamente a la sociedad civil y haciendo ajustes socio-económicos al capricho de los mercados. Como está sucediendo actualmente en medio mundo, también en España (tiene guasa, intereses estratégicos los llaman).

Finalmente, si la pata más desarrollada es la sociedad civil puede actuar presionando al estado o al sector privado en aras a los intereses del grupo concreto más movilizado o con más poder. El resultado pueden ser sociedades de castas, estados integristas religiosos, etc. En definitiva, que impongan las ideas de un grupo mayoritario, poderoso o influyente al resto.
Todos los integrismos maniqueístas tienden a buscar lograr esa presión, como los tribalismos nacionalistas, el ecologismo radical a los fanáticos del lenguaje inclusivo.
La equidad es armonizar las tres patas sociales, para que cada una realice su cometido sin flaquear y sin imponerse.

En mi opinión, Equo es el partido que mayor proyección podría tener en estos momentos precisamente porque la equidad es una de sus señas de identidad junto con la sostenibilidad, el respeto por la naturaleza y la búsqueda de un equilibrio entre nuestras necesidades y las posibilidades del planeta. ¿Alguien da más?

viernes, 7 de noviembre de 2014

Equidad y sentido común

Una ya empieza a estar harta de que le cuenten milongas sobre cómo estamos consiguiendo salir de la crisis gracias a las duras, pero necesarias, medidas de austeridad, reformas laborales, etc. Aunque parece que, a fuerza de repetir el mantra, mucha gente se lo cree (el increíble poder de autoengaño del cerebro humano) y espera pacientemente que esa mejora en el PIB traiga un pan –o un trabajo– bajo el brazo. ¿Será por eso que, como dice Chindas, nos abren boca con tanto programa gastronómico en la tele?
Por lo menos, en mi capricho dominical, he podido saborear las reflexiones de Henry Mintzberg (El País, 19/10/2014) y de Joseph E. Stiglitz (El País, 26/10/2014), que recomiendo en consonancia con este artículo.

España es el segundo país más desigual de la Unión Europea y el miembro de la OCDE en el que más ha crecido la desigualdad en el último año, según  Oxfam Intermón. Para hacernos una idea, copio dos de los datos que proporciona esta organización:
Los 3 más ricos de España tienen una riqueza que es más de dos veces superior a la riqueza acumulada del 20% más pobre. Es decir, entre Amancio Ortega (Inditex), Rafael del Pino (Ferrovial) y Juan Roig (Mercadona) tienen el doble que los 9 millones de personas más pobres.
La riqueza del 1% más rico es superior a la del 70% más pobre. Por lo tanto, algo menos de medio millón de personas en España tienen tanto como 32,5 millones de ciudadanos.
¿Es esto sostenible? ¿Es aceptable?


Parece que tenemos asumido que el sector privado puede hacer lo que quiera con los emolumentos de sus directivos, asesores, etc. En cambio, nos escandalizamos –crisis mediante– porque los políticos se hagan con sueldos millonarios a través de los múltiples cargos que pueden acumular en instituciones públicas y, cómo no, de cuando ni esto es suficiente y se dedican a refocilarse en asuntos turbios y corruptelas varias. Lo cual es lógico, en vez de un servicio público se han pensado que el público está (-mos) a su servicio.
Sin embargo, lo cierto es que el sector privado no es ni debe ser sacrosanto. Y menos aún las grandes empresas y corporaciones controladas en su mayoría por un grupo minoritario de accionistas y por ejecutivos que cobran sueldos astronómicos por engrosar las cuentas de sus amos. Si alguien piensa en el Santander, piensa en la familia Botín, pero tienen menos de un 1% de las acciones. Eso sí es una dinastía reinante y no la borbónica.
Es como si la realidad fuera por un camino y, a medida que subimos en el escalafón socio-económico, las “leyes” de la realidad cada vez tuvieran menos efecto. Algo así como subir al espacio para reírnos de la gravedad.
Como muestra, un botón. Aunque, cierto, también existen las cremalleras...
El pequeño empresario se hipoteca para sacar adelante su negocio y tira de familia y amigos para que le sostengan cuando flojea la cosa. Emprender de esta manera supone asumir un modo de vida en la que el negocio demanda más de lo que devuelve.
Los primeros trabajadores, Manolo, Pepi o Fulano, se convierten en su familia y todos arriman el hombro cuando vienen mal dadas. Y si todos se parten el lomo y el negocio pega fuerte y crece y crece... pasa a ser Don, deja de conocer a los empleados, como mucho sus nóminas, se pasa más tiempo “haciendo relaciones” que en la empresa y tiene que contratar a gente para que le diga qué demandan sus clientes, porque ya tampoco los conoce.
Así que sale a bolsa, se queda con un puñado de acciones y el control de la compañía, tiene un ejecutivo (o una legión) que controla los famosos dividendos y al que paga (Don con el dinero de la compañía) una pasta indecente porque diversifique, especule, compre o cierre otros negocios, pero que cuide sus dividendos. Y ya no hay más Manolos ni Pepis, porque lo que tiene es un gasto en su cuenta de resultados, lo que le hace creer que está autorizado a hacer apología de la esclavitud.
Debe de ser que como en el espacio exterior no hay oxígeno, se nubla el entendimiento. Y se jura y se perjura que los mercados son sabios –e insaciables– y que si nos plegamos a ellos, todo irá bien. Pero más bien parece que los mercados en realidad son una panda de matones que te zurran si te enfrentas a ellos o simplemente si te cruzas en su camino y tienen ganas de desplumarte; así que nos hacemos los locos, agachamos la cabeza y esperamos que se fijen en otro pringado.
Los defensores acérrimos de la libertad (liberalismo) económica ven normal que Rato, por ejemplo, cobrase 2,34 millones de euros al año por llevar una caja a la ruina, y con ella a un país. Para los de antes, 388.440.000 pesetas. Más de un millón de pesetas ¡al día! Más o menos como el salario de 120 trabajadores. ¿Alguien vale eso?
Por otro lado, los defensores de la igualdad absoluta dicen que si todos y todas somos seres humanos o humanas o animalillos varios o varias, tenemos que calzarnos los mismos zapatos ya nos sobren, ya nos aprieten.
Pues bien, in medium virtus est. No todos tenemos las mismas capacidades, ni responsabilidades, ni dedicación. Pero el estado debe corregir la tendencia del sector privado a despegarse de la realidad y sus normas. Y la sociedad civil tiene la obligación de exigir y vigilar al estado para que cumpla su función y, si no, reemplazarlo por otro que lo haga. Por su parte, el sector privado, en especial las grandes empresas y sus gestores, tiene que ser consciente de que sin los ciudadanos no tiene razón de ser. Y que le puede pasar como al dueño del burro que cuando le acostumbró a no comer, se le murió.

Una vez más me he alargado más de lo que pretendía y me he dejado mucho más en el tintero. Así que para cerrar, os dejo un chiste del genial Quino.


viernes, 24 de octubre de 2014

Fe y Ecología política

Hace apenas unos días, en un acto de presentación de Equo, dos personas se disculparon conmigo por haber tenido relación con el catolicismo en el pasado. En un caso, por haber bautizado al hijo (hoy ya un joven adulto) y, en el otro, por haber estudiado en un colegio de curas. Está claro, ser cristiano no está de moda en el sector “progre”. Debe de ser casi tan malo como ser monárquico o, incluso, empresario.

Vivimos en una sociedad tremendamente contradictoria –algo que no se puede circunscribir sólo a España–. Por un lado, hay un cierto hastío y relajación moral que se acomodaron en la época de bonanza. Por otro, un puritanismo avasallador.
Es curioso que los interminables casos de corrupción afloren justo cuando se acabó el “cash”. Quizás antes no sabíamos ponerles número, pero quién era ajeno al amiguismo, al despilfarro, a la enorme casa nueva, empresa o lo que fuere que de pronto había montado fulano “de la nada”. Quién no conocía al típico cenutrio que trabajaba en el ayuntamiento porque tenía un primo... Quién no sabía que el delegado sindical de su empresa en sus horas sindicales se iba de cañas o de compras. Quién no sabía que detrás de un “gran hombre” había un padrino (o varios) con una montaña de trapos sucios. Quién no se pasmaba de cómo los gobiernos desmantelaban y regalaban a sus compinches uno tras otro las empresas públicas. Quién no sabía que las fundaciones (o cajas o empresas públicas, etc.) eran un mamoneo de los –en teoría– encargados de velar por ellas. Y podríamos seguir así hasta el infinito. Pero no pasaba nada entonces y, aparte del lógico cabreo y el papeleo en los tribunales de justicia, apenas pasa nada ahora.
Al mismo tiempo que asumimos rebotados esa realidad de la que formamos parte, buscamos con obsesión de censor las faltas de coherencia o rigor de las personas que defienden sus ideales de un mundo diferente. Sin ir más lejos, en una entrevista que le hicieron a Juan López de Uralde en la radio a colación del citado acto de presentación de Equo, le sacaron como incoherencia ser omnívoro. No sé qué concepto tendría la periodista (y muchos otros) de lo que es el ecologismo, desde luego, no lee este blog.
Y con la religión pasa lo mismo. Se presupone y exige que toda persona creyente tiene que ser inmaculada. Debe ser abnegada, generosa, humilde... y todo un compendio de virtudes cuasi-divinas. ¡Benditos ateos! En cuán alta estima tienen a la religión, para exigir tanto a sus pobres pecadores.
La cultura occidental ha bebido muchos de sus valores del cristianismo. La fe, como otras áreas del ser humano, ha impregnado el arte, la filosofía, la cultura, el folclore, etc. Renegar de todo lo que representa es como renegar de nuestro pasado. Es como el hijo de agricultor que al irse a vivir a la ciudad, desprecia sus raíces. No hace falta que vuelva al pueblo; pero será más feliz si suma sus experiencias y los conocimientos que le aportan.
No cabe duda de que queremos un mundo laico, donde tengan cabida todas las creencias, como todas las manifestaciones culturales, artísticas, políticas... siempre que respeten el estado de derecho. Y, por suerte, la religión se va quedando en el ámbito privado de la sociedad civil, que es donde realmente es libre; aunque haya algunos dogmáticos (gran parte incapaces de bajarse de la atalaya del púlpito) que no entienden que la fe es amor y respeto, nunca un yugo o una imposición.
Así, ser ecologista y pensar en el bien común es una forma de ser cristiano, porque es una forma de amar y respetar a todos los seres humanos y la casa donde vivimos. Gracias a Dios, estos valores cristianos hoy son universales; por lo que no es necesario ser creyente para ser ecologista o para luchar por el bien común. ¡Qué liberador poder ser uno mismo!

Valga decir que, cuando me sorprendió que se disculparan por ese coyuntural pasado y me manifesté cristiana, ambos me dejaron claro que ellos eran tolerantes y que no me preocupara porque no me iban a mirar mal por mi fe.

viernes, 10 de octubre de 2014

La caída del patriarca

Dicen las películas de Hollywood que si deseas algo de corazón y cierras los ojos con fuerza, al volver a abrirlos, tu deseo se habrá cumplido. Eso explica por qué tanta gente va por la vida con los ojos cerrados a la realidad. También dicen las mismas pelis, que hay que dejar hablar al corazón y no a la razón que taimada nos confunde, como la noche a más de uno. ¡Apañados vamos!

En el ocaso del franquismo, en una Cataluña que bullía, plural y culta, frente a la homogeneización del régimen, hubo un médico y banquero que defendía las libertades. Llegada la transición, el banquero fue político, creo una convergencia y se vistió de honorable.
Predicó un pasado glorioso, un milenio dorado, de una Cataluña libre colmada de virtudes, cual Camelot hispánica, con una lengua rica, una cultura exquisita, tradiciones ancestrales y fueros casi-divinos. Pero ninguna dicha es eterna. Las tropas del borbón Felipe V acabaron con ese bucólico paraíso terrenal en 1714, el 11 de septiembre (hoy, día de la Diada), al tomar Barcelona dentro de una guerra civil e internacional donde batallaba por la corona de los territorios españoles contra un austria. Una minucia en la historia, un hito en la modernización y apertura de Cataluña y una catástrofe en los delirios de los independentistas.
Y más aún, profetizó un futuro glorioso de acorde con tan excelso pasado. Ese futuro pasaba por la autonomía (qué palabra tan ambigua) y la recuperación de la lengua, la cultura y las tradiciones. Pero el honorable, maestro de las medias tintas, vio un nicho en la queja, donde la realidad no puede hacer sombra al inalcanzable sueño dorado. Así, entre las brumas de su discurso, fue perfilando el camino hacia esa nación libre e independiente, perfecta y pura, pues todos sus males vienen de la perversa relación con el resto de España.
El corazón desbocado de los nacionalistas había encontrado un guía, un padre, un mesías que le traería la felicidad a su amada tierra.
La visión el mesías exigía fidelidad y, poco a poco, la Cataluña plural fue perdiendo variedad: el que no comulgaba con el nacionalismo no era un buen catalán; quien criticaba al patriarca atacaba a toda Cataluña. De múltiples pensares y diversos sentires se pasó al blanco y negro, al maniqueísmo más absoluto, inculcado y promovido desde las instituciones que el nacionalismo conquistó. Una bandera, una lengua y un único pensamiento que se desbordan en manifestaciones del sentir del pueblo, convencido o azuzado, como en los totalitarismos y dictaduras – recordemos las grandes aglomeraciones de la Plaza de Oriente en el franquismo, en las grandes avenidas en el estalinismo, en la Habana en el castrismo, etc –.
Por supuesto, el mesías tenía su familia y sus discípulos, algunos, los más allegados, sus apóstoles. Construir el nuevo milenio dorado requería del esfuerzo de todos y, desde luego, medios, limosnas piadosas que alimentaran la acción mesiánica. Las comisiones por contratas de obras o de servicios no eran corrupción sino el óbolo para construir la nación catalana. Y era tal la entrega del honorable a la patria y su simbiosis con la misma, que quién podía cuestionar si él o su prole se beneficiaban. Ni sus adversarios se animaban a denunciar; ya se sabe, en todas partes cuecen habas...
Dice una coplilla que he oído por ahí:
¡Ay Felipe de mi vida,
Felipe de mi corazón
que no encuentras nada turbio
en la actuación de Pujol!
Pero la democracia, aunque más que ciega, esté coja y pesada, como los dineros familiares atufan, ha alcanzado a los Pujol. Y el viejo patriarca, para salvar a sus hijos y lo que pueda de su extenso patrimonio, ha salido a dar la cara reconociendo cuentas bancarias no declaradas en el exterior.
¿Y ahora qué? Se cayó el mito, el patriarca ha abochornado a su patria y todos huyen de patas poniendo distancia del apestado, sus apóstoles los primeros que le niegan para que nos los crucifiquen juntos.
En esta España – y no nos equivoquemos, Cataluña forma parte de ella – son tantos los escándalos que inundan las noticias y tal el cabreo, hasta de los más templados, que puede que el caso se diluya en nuestra indignación sobrecargada.
Pero, ¿qué será de sus discípulos, huérfanos ahora además de traicionados? ¿Qué será ahora de ese maniqueísmo milenarista que es el nacionalismo catalán?
Algunos locos, especialmente sus antiguos apóstoles, seguramente se radicalizarán en sus posiciones, como una huida hacia delante y como un compromiso aún mayor con su demencial proyecto.
Muchos discípulos es posible que caigan en una apatía y un desapego por la política y sus dirigentes; aunque es difícil es cambien de sentir hacia el resto de España.
Sin embargo, desde estas tierras palentinas, yo confío en que esto suponga un resquicio para que otras formas de pensar y de sentir y de amar la tierra puedan emerger y salir a la calle y compartir una Cataluña multicolor, heterogénea, plurilingüe, segura de su cultura y de sus tradiciones, abierta a la modernidad y al mundo y que nos siga enriqueciendo al resto de España, como nosotros deseamos enriquecerla a ella.

¡Visca Catalunya plural, abierta y solidaria!


viernes, 19 de septiembre de 2014

El precio del poder

Acaba de comenzar el cole y muchos se quejan de lo que cuestan los libros y el material escolar. ¡Pobres pringados! Los padres “guays” saben que lo peor está por venir. Una buena posición social en el aula tiene un alto precio: ropa y complementos de moda, electrónica, teléfono, ocio y ¡cumpleaños! Una orgía de derroche para evitar que el vástago se convierta en apestado.
Así que no es de extrañar que la última vez que fui a una cadena de comida rápida, unos mocosos llevaban en la cartera más de lo que me gasto yo en una semana.

Llegar al poder cuesta dinero, mucho dinero; y mantenerse en el poder también. Los ciudadanos no votan al que no conocen y tienen la memoria frágil (no hay más que ver quiénes nos gobiernan), por lo que hay que estar en el candelero siempre, con la frase autocomplaciente en los labios y la pose de porque yo lo valgo.
A la gente (como a los capitales) le gusta apostar por el caballo ganador y sólo votan a un segundón sin posibilidades cuando quieren dar un toque de atención al triunfador que se ha pasado de sobrado. Es como en las películas, la chica mona siempre acaba con el guapilindo, aunque sonría a un pobre pardillo para que el protagonista recuerde que no lo tiene todo ganado.
Los partidos políticos lo saben. Tener buenas ideas no es sinónimo de éxito. Véase EQUO que teniendo una base ideológica – económica, social y ecológica – muy atractiva, no es capaz ni él mismo de verse como una alternativa viable.
Podemos, en cambio, sin definir claramente su ideario, ha sabido convencer de que es capaz de arrebatar el poder. ¿Quién engrasa su maquinaria? ¿la autofinanciación y el crowdfunding?
Esto ocurre en todos los países democráticos. En USA, por ejemplo, ningún candidato tiene la más mínima oportunidad si no tiene padrinos que lo financien. De ahí que algunos digan que USA es el gran país capitalista, ya que su presidente se debe a los capitales que lo han aupado al poder.
Pero claro, allí donde hay dinero suele haber turbulencias y no es extraño que salgan a la palestra noticias sobre la financiación irregular de partidos políticos en países democráticos como Alemania, Italia o Francia... ¿y en cual no?
En España, cuando salimos de la dictadura – amiga, como todas, de enchufes, prebendas y contraprestaciones –, los partidos políticos abrían sus ojos a la democracia, unos recién paridos, otros recién salidos de las catacumbas. Y todos buscaban ávidos cargadas ubres que los impulsaran.
Suárez, vía real, consigue el poder y la notoriedad mediática que lo acompaña, para él y para UCD.
AP hereda personajes y suculentas alianzas.
A Felipe no le alcanzaba con las cuotas y el trabajo de los afiliados, así que buscó el maná en Alemania y la Social Democracia renegando pudorosamente por el camino del marxismo que con tanto ahínco habían defendido sus compañeros. En la sombra del olvido quedó el profesor Tierno, buena cabeza e imagen, pero que sin financiación tuvo que asumir la integración en el PSOE.
Carrillo, por su parte, resurgió cual ave fénix, convertido en demócrata y hombre de paz, líder del grupo más organizado y luchador... pero sin suficientes recursos mediáticos para adecuar su sombra.
Hubo más partidos, cargados de ilusión e ideología, pero no consiguieron ni si quiera transmitir la más mínima posibilidad de llegar al poder.
Y de esta forma han pasado los años y los partidos han ido puliendo su forma de financiarse: las magras cuotas de sus afiliados, las subvenciones públicas, los préstamos bancarios – ¡tan fáciles de conseguir y de que sean condonados! –, y las donaciones de simpatizantes, tan versátiles...
Y, claro está, la financiación ilegal: concesiones a cambio de..., porcentajes sobre obras públicas, sobornos, etc. Los pasillos entre ésta y las contribuciones voluntarias o préstamos son estrechos, pero fáciles de recorrer.
La doble contabilidad de los partidos, maletines y sobres, los fraudes, la malversación, el tráfico de influencias, la prevaricación, el caciquismo... han sido y son constantes y a todos los niveles. Los políticos que se han atrevido a denunciarlo han sido barridos del mapa. Pero, ¿cómo probarlo en un juicio?
Por lo visto, sacar el dinero a paraísos fiscales es facilísimo. De hecho, a penas condenan a nadie. Si el dinero se queda en casa y se reparte bajo cuerda es todavía mucho más fácil. ¿Quién tirará de la manta? ¿El empresario, el político...? Y ¿qué dirigente político es ajeno a esta realidad de su partido, aunque él no se manche las manos?
Y en ese pasar el dinero de unas manos a otras, muchas veces en cantidades ingentes, alguna mano puede desviar unos cuantos fajos a su propio bolsillo, y ahí comienzan todos los males, porque llega un momento que, de tan sencillo, se convierte en hábito y, claro, con el tiempo, eso canta. Cuando salta la liebre, en el partido todos hablan maravillas del sospechoso, hasta que un juez lo pone en su punto de mira; entonces, sus anteriores amigos y jefes se rasgan las vestiduras, traicionados en su confianza. Tocado, pero no hundido, el partido continúa en el fluir indemostrable de sus turbias aguas.
¡Qué malos son los políticos! Más o menos como el resto. Los pasillos entre lo jurídicamente punible y lo ética reprobable están muy transitados.
¿Es España un país corrupto? Por supuesto que no. Pero cuando la economía iba bien, a nadie le importaba la alegría y el despilfarro, algo caía. Pero post festum, pestum. La crisis ha sido un revulsivo que a dejado el descubierto la necrosis subyacente. Ahora toca sajar, castigar al que se pueda, y forzar a los políticos a que se establezcan medidas de control para ponerlo más difícil.

Decían Carmen,Jesús e Iñaki que la vida era como una fiesta para 4 idiotas ó 5 todo lo más. En España la música se acabó hace ya ¡6 años! Y, como siempre, nos toca pagar la jarana y recoger a los que ni siquiera estábamos invitados. Mientras, los juerguistas, se han ido a un after hours.

viernes, 29 de agosto de 2014

España federal

Resulta llamativo que tantas grandes mentes pensantes de nuestro país no sepan que federar significa unir. Y unir lo que ya está unido... Me recuerda a esas películas de sobremesa dominical donde parejas casadas en Las Vegas deciden tener una boda tradicional; pero que, para poder hacerlo “bien”, con el boato debido, y para darle más realismo, antes se divorcian.

A perro flaco todo son pulgas. La crisis global nos ha arrollado y sus embravecidas aguas han sacado a la luz la mierda del fondo. Los eres de la Andalucía socialista, los gürtel peperos de Madrid y Valencia, los pujoles de Cataluña y CiU... hacen el aire irrespirable, se pone la monarquía parlamentaria a caldo y parece que el pacto constitucional del 78 está caduco en una España que se resquebraja.
Cada vez son más las voces que abogan por un estado federal como lugar de encuentro para las distintas “sensibilidades” nacionales.
A un estado federal se llega cuando varios estados acuerdan unirse y crear un gobierno conjunto al que se le atribuyen determinados poderes que se pueden ir ampliando (tendiendo, de hecho, cada vez a una mayor integración). Por lo tanto, hay dos premisas comunes en los estados federales: la existencia previa de unos estados plenos que continuarán teniendo los poderes que no transfieran al federal y la simetría en las competencias cedidas y conservadas. Además, una vez aceptado el pacto integrador, no suele admitirse el derecho a la separación. Véase la guerra de secesión estadounidense cuando los estados del sur quisieron proclamar su independencia.
El Roto
Ahora bien, en España no hay pluralidad de estados desde la época de los Reyes Católicos. Así que ¿cómo lo hacemos? Desde luego, una opción es estrellar el país para que se rompa en pedazos (quién sabe cuántos saldrían) que poder volver a unir estéticamente con la cola federalista. Pero puede que se pierda algún pedazo o que ya no encajen bien. Además, al no existir España, todos fuera de la UE. A ver luego cómo nos lo montamos para que nos vuelvan a admitir... juntos, en grupitos o por separado.
Por eso, hay quien dice que, aplicando la técnica del trampantojo, se reforma la Constitución, se reconoce la entidad nacional de las regiones y se las convierte en estados y como ya estamos unidos, ya estamos federados. Estado federal Español. Únicamente falta el tema de los poderes que ahora son de los estados federados, pero con dejar la representación nacional, la política exterior y la defensa a la federal, listo. ¡Viva la deconstrucción virtual!
Pero, claro, ¿y las “sensibilidades” nacionales? ¿quedarán satisfechas?
¿Cómo puede un estado federado manifestar su singularidad histórica (o mítica) y diferenciarse de los otros sin ciertos privilegios o asimetría en la federación? ¿Los demás estados, ahora plenipotenciarios, van a permitirlo? Y, en el caso de aceptarse una vinculación desigual, ¿quién determinará qué estado es más especial y, por ende, con más derechos? Además, ¿aceptarán sus dirigentes políticos no ostentar todo el poder y no poder tener sus propias embajadas o sus selecciones nacionales, por ejemplo; o en sus viajes no recibir honores de estado? ¿Converger en políticas comunes federales no seguirá siendo la disculpa de sus propios males?
Puede que el trampantojo federal sirva para establecer definitivamente los límites de las distintas entidades políticas, pero ¿acabará con las pulgas de la corrupción, de los problemas económicos, del paro, o tan siquiera con las malas pulgas de los nacionalismos?

El truco, quizás, sea alimentar al perro; es decir, sanear el país y fortalecerlo con reformas económicas y políticas que favorezcan a las personas y no a los chupópteros varios.