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viernes, 10 de octubre de 2014

La caída del patriarca

Dicen las películas de Hollywood que si deseas algo de corazón y cierras los ojos con fuerza, al volver a abrirlos, tu deseo se habrá cumplido. Eso explica por qué tanta gente va por la vida con los ojos cerrados a la realidad. También dicen las mismas pelis, que hay que dejar hablar al corazón y no a la razón que taimada nos confunde, como la noche a más de uno. ¡Apañados vamos!

En el ocaso del franquismo, en una Cataluña que bullía, plural y culta, frente a la homogeneización del régimen, hubo un médico y banquero que defendía las libertades. Llegada la transición, el banquero fue político, creo una convergencia y se vistió de honorable.
Predicó un pasado glorioso, un milenio dorado, de una Cataluña libre colmada de virtudes, cual Camelot hispánica, con una lengua rica, una cultura exquisita, tradiciones ancestrales y fueros casi-divinos. Pero ninguna dicha es eterna. Las tropas del borbón Felipe V acabaron con ese bucólico paraíso terrenal en 1714, el 11 de septiembre (hoy, día de la Diada), al tomar Barcelona dentro de una guerra civil e internacional donde batallaba por la corona de los territorios españoles contra un austria. Una minucia en la historia, un hito en la modernización y apertura de Cataluña y una catástrofe en los delirios de los independentistas.
Y más aún, profetizó un futuro glorioso de acorde con tan excelso pasado. Ese futuro pasaba por la autonomía (qué palabra tan ambigua) y la recuperación de la lengua, la cultura y las tradiciones. Pero el honorable, maestro de las medias tintas, vio un nicho en la queja, donde la realidad no puede hacer sombra al inalcanzable sueño dorado. Así, entre las brumas de su discurso, fue perfilando el camino hacia esa nación libre e independiente, perfecta y pura, pues todos sus males vienen de la perversa relación con el resto de España.
El corazón desbocado de los nacionalistas había encontrado un guía, un padre, un mesías que le traería la felicidad a su amada tierra.
La visión el mesías exigía fidelidad y, poco a poco, la Cataluña plural fue perdiendo variedad: el que no comulgaba con el nacionalismo no era un buen catalán; quien criticaba al patriarca atacaba a toda Cataluña. De múltiples pensares y diversos sentires se pasó al blanco y negro, al maniqueísmo más absoluto, inculcado y promovido desde las instituciones que el nacionalismo conquistó. Una bandera, una lengua y un único pensamiento que se desbordan en manifestaciones del sentir del pueblo, convencido o azuzado, como en los totalitarismos y dictaduras – recordemos las grandes aglomeraciones de la Plaza de Oriente en el franquismo, en las grandes avenidas en el estalinismo, en la Habana en el castrismo, etc –.
Por supuesto, el mesías tenía su familia y sus discípulos, algunos, los más allegados, sus apóstoles. Construir el nuevo milenio dorado requería del esfuerzo de todos y, desde luego, medios, limosnas piadosas que alimentaran la acción mesiánica. Las comisiones por contratas de obras o de servicios no eran corrupción sino el óbolo para construir la nación catalana. Y era tal la entrega del honorable a la patria y su simbiosis con la misma, que quién podía cuestionar si él o su prole se beneficiaban. Ni sus adversarios se animaban a denunciar; ya se sabe, en todas partes cuecen habas...
Dice una coplilla que he oído por ahí:
¡Ay Felipe de mi vida,
Felipe de mi corazón
que no encuentras nada turbio
en la actuación de Pujol!
Pero la democracia, aunque más que ciega, esté coja y pesada, como los dineros familiares atufan, ha alcanzado a los Pujol. Y el viejo patriarca, para salvar a sus hijos y lo que pueda de su extenso patrimonio, ha salido a dar la cara reconociendo cuentas bancarias no declaradas en el exterior.
¿Y ahora qué? Se cayó el mito, el patriarca ha abochornado a su patria y todos huyen de patas poniendo distancia del apestado, sus apóstoles los primeros que le niegan para que nos los crucifiquen juntos.
En esta España – y no nos equivoquemos, Cataluña forma parte de ella – son tantos los escándalos que inundan las noticias y tal el cabreo, hasta de los más templados, que puede que el caso se diluya en nuestra indignación sobrecargada.
Pero, ¿qué será de sus discípulos, huérfanos ahora además de traicionados? ¿Qué será ahora de ese maniqueísmo milenarista que es el nacionalismo catalán?
Algunos locos, especialmente sus antiguos apóstoles, seguramente se radicalizarán en sus posiciones, como una huida hacia delante y como un compromiso aún mayor con su demencial proyecto.
Muchos discípulos es posible que caigan en una apatía y un desapego por la política y sus dirigentes; aunque es difícil es cambien de sentir hacia el resto de España.
Sin embargo, desde estas tierras palentinas, yo confío en que esto suponga un resquicio para que otras formas de pensar y de sentir y de amar la tierra puedan emerger y salir a la calle y compartir una Cataluña multicolor, heterogénea, plurilingüe, segura de su cultura y de sus tradiciones, abierta a la modernidad y al mundo y que nos siga enriqueciendo al resto de España, como nosotros deseamos enriquecerla a ella.

¡Visca Catalunya plural, abierta y solidaria!


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