¡Feliz Navidad!
jueves, 25 de diciembre de 2014
viernes, 19 de diciembre de 2014
Huele a viejo
Huele a viejo el año
que se acaba, con la niebla y el frío arropando su decrepitud.
Mientras, alumbrados por la caja tonta en nuestros hogares, soñamos
con las promesas del año nuevo envueltas en deslumbrante papel de
regalo.
Nos fascina lo nuevo
porque lo asimilamos a la pureza, a la ilusión, al cambio. Es como
hacer borrón y cuenta nueva. Aunque, a la vez, tiene el sabor de
algo antiguo, porque nos transporta a la niñez, vivida o recordada,
donde todo era más luminoso, más emocionante... más sencillo.
Probablemente por eso nos gusta tanto lo nuevo, porque nos transporta
al pasado, a los viejos tiempos.
Desde la fulgurante
aparición de Podemos, la pasión por lo nuevo raya con el frenesí.
Un partido nuevo, gente nueva, ideas nuevas. Todo limpio de la
putrefacta corrupción que nos escupen todos los días las noticias.
Incluso un lenguaje nuevo que se ha instalado como un gato se adueña
del sillón de la casa: casta, asamblea, participación ciudadana,
proceso ilusionante, transversalidad, círculos, empoderamiento,
transición inacabada, bipartidismo, PPSOE...
Bueno, nuevo, nuevo...
Esa novedad que tiene encontrar un viejo vestido en el desván de la
casa de tus abuelos y comprobar que está estupendo, te queda como un
guante y además es muy hipster.
Como una epidemia, la
aversión a lo viejo como contraposición de lo nuevo se ha extendido
rápidamente y políticos de todo signo la han hecho suya al compás
de la sociedad jaleada por los medios. Salvo el PP, claro, que pese a
estar hundiéndose en su propia inmundicia, nos insiste con esa
convicción propia de los locos en que todo lo hace para aplacar la
ira de los dioses (hoy léase mercados) tal y como dictan las sanas
tradiciones.
La lógica es sencilla.
Una pildorita fácil de tragar.
Lo nuevo es sinónimo de
pureza, luego es intrínsecamente bueno (hasta que se demuestre lo
contrario, como dicen los estadounidenses de los pesticidas, del
fracking o de los medicamentos).
La antítesis es lo
viejo, sinónimo de podredumbre, de corrupción, luego es
intrínsecamente malo.
Así de fácil. Nuevo,
bueno. Viejo, malo, casta, puag.
Nos hartamos de oír que
el viejo modelo bipartidista del PP-PSOE está acabado, que ya es
hora de poner fin al régimen del 78, de acabar con la casta y de
recuperar la soberanía para la mayoría ciudadana en un proceso
ilusionante de confluencia social, transversal y participativo. ¡Toma
ya!
En esto Podemos le gana
por goleada a Ganemos. Podemos, pese a sus inicios filocomunistas,
abre los brazos a todo el espectro político, pues tiene vocación de
partido único. Ganemos, sin embargo, tiene alma de izquierda unida
y, dando la espalda al PSOE-casta, aspira a aunar al resto de la
izquierda, con lo que no deja de ansiar un nuevo (por lo tanto puro y
bueno) bipartidismo: Ganemos vs PPSOE.
Para hablar tanto de
diversidad, ¡cómo gusta el blanco o negro!
EQUO se ha posicionado
claramente a favor de los movimientos de confluencia, arrastrado por
ese fervor maniqueísta y por las continuas pullitas sobre la
apabullante irrupción de Podemos frente al tímido avance del
partido ecologista.
Sin embargo, precisamente
por tratarse de un momento histórico de cambio, EQUO podría
diferenciarse por representar el equilibrio. Si despojamos de
absolutismos, generalizaciones y asimilaciones infundadas la retórica
actual, vemos que no todo lo que se ha hecho hasta ahora está mal;
no todos los valores morales están corrompidos; no es todo lo viejo
es cinismo o mediocridad ni casta; ni todo lo nuevo aunque reluzca es
oro.
Es necesario reconducir
el debate y la actuación política a lo esencial: el bien común
dentro de un mundo globalizado con un grave problema ecológico y en
un estado de dominio absoluto de los desatados mercados financieros.
Quizás no es lo que esté
de moda, ni sirve para hacer grandes campañas publicitarias (perdón,
electorales), pero muchos echamos en falta esa opción, cuánto mejor
en un partido europeísta, ecologista y social.
Hace no mucho, oí a
alguien que defendía con ahínco lo nuevo como valor supremo. Huelga
decir que los viejos políticos y luchadores sociales veían en su
novedad lo que ellos habían defendido siempre. Es curioso cómo
podemos usar el lenguaje y distorsionarlo sin pudor para que nos
arrulle al oído. Aunque claro, puede que el problema es que a mí
siempre me ha gustado el olor a viejo de los libros.
viernes, 5 de diciembre de 2014
Democracia: mito o realidad
Decía una vieja
canción de Ska-p,
tan acertada hoy como hace casi 20 años, “¡vaya sociedad pasiva!,
amigo mío, hay que luchar. Democracia significa que el
pueblo ha de gobernar.”
Dicen que estamos
viviendo una crisis de la democracia. Se gritan proclamas del tipo
“democracia real ya” o “lo llaman democracia y no lo es”. Se
demanda recuperar la soberanía popular: por ejemplo, los movimientos
Ganemos defienden devolver las instituciones
municipales a los ciudadanos y para ello piden a estos que se
impliquen en la política, lo cual va mucho más allá de depositar
su voto en la urna. Y, claro, se habla del derecho del pueblo a
decidir y de la necesidad de “educar” a los ciudadanos para la
participación “activa”.
Lo que me pregunto es
¿y el pueblo quiere (gobernar)? Y si es que sí, ¿puede?
La democracia es la
soberanía del pueblo. Ante otros modelos organizativos donde un
individuo o un grupo son los que tienen el poder de establecer las
normas y el control de la sociedad, parece que la democracia es
efectivamente un buen invento. Es más, entraña unos principios
fundamentales como el reconocimiento de los derechos básicos a todos
los ciudadanos y la necesidad como sociedad de garantizar la libertad
y la capacidad de participar en la organización social de los más
débiles.
Esta soberanía se puede
ejercer de manera directa o indirecta.
La democracia directa
que muchos reclaman es hoy una utopía. ¿Por qué? Uno de los
aspectos clave es que hoy ciudadanos somos prácticamente todos. Dar
voz a todos, ¿es posible? Si sólo intervienen algunos y el resto se
secundan lo defendido por unos u otros ¿no es ya indirecta? Pero,
sobre todo, ¿es posible abarcar todas y cada una de las decisiones
que se deben tomar en la organización social en todos y cada uno de
los niveles (municipal, provincial, regional, estatal)?
Ni si quiera con internet
como vehículo para que la ciudadanía participe en las decisiones
políticas, podría llevarse a cabo.
En parte también porque,
en la antigua Grecia, les venían de perlas los esclavos para el
ejercicio de la democracia ya que eran los que realizaban el trabajo
y los ciudadanos (cuatro gatos) podían reunirse, debatir, convencer
y decidir. ¿Es posible actualmente estar informado de todo para
tener un criterio sobre todo?
Ciudadanos y no ciudadanos en la antigua Grecia |
Algunos sostienen que no
es necesario que haya una participación al 100%, pero que sí sería
ineludible que la gente se involucrarse más para llevarse menos las
manos a la cabeza, para lo cual tienen que tener el cauce para
hacerlo. De acuerdo, pero entonces no es democracia directa. Aunque,
como decía en el artículo anterior,
uno de los pilares de la sociedad es precisamente la sociedad civil,
que es otra forma de involucrarse y equilibrar las otras dos patas:
gobierno y sector privado.
La democracia
representativa o indirecta es hoy por hoy una opción necesaria.
Eso sí, debe enmarcarse dentro de los acuerdos de convivencia de la
sociedad que tienen su máximo exponente en la Constitución; también
tiene que respetar la legislación vigente, por lo menos hasta
cambiarla; porque la representación (aunque sea conseguida por
mayoría absoluta) nunca es total ni un cheque en blanco para los
electos que deben responder de las decisiones que toman ante los
ciudadanos y ante la justicia.
Parece de cajón, pero
hemos comprobado que no es así. Algunos servidores públicos se han
servido de lo público para su propio beneficio (luego no
representaban a nadie ni acataban las leyes o las esquivaban). Pero
esto cae, por suerte, bajo la acción de la justicia. Sin embargo, no
hay que olvidar a aquellos que han pensado que, una vez en el poder,
la voluntad del pueblo se diluye quedando sólo su voz lo que
conlleva no dar explicaciones a nadie, como mucho maldecir a las
circunstancias. El castigo de las urnas nos ha salido rana. Habrá
que pensar otro.
Tema aparte son ciertas
asunciones que hemos hecho de lo que es la democracia. Como no quiero
cansar, me limitaré a comentar tres.
La democracia debería
ser siempre la voluntad de la mayoría. Seguro que muchos estáis
asintiendo. Por supuesto, pero con ciertos límites que son los que
mandan la Constitución y las leyes. No puede ser que un grupo,
aunque sea mayoritario, se imponga a una minoría perjudicándole en
sus derechos básicos. La democracia debe favorecer el bien común,
no lo olvidemos.
El pueblo siempre
tiene razón. Ja y ja. El pueblo está formado por personas y las
personas se equivocan (Mirad los dirigentes que tenemos, por no ir
más lejos). La política tiene un gran componente pasional, no digo
más.
El pueblo tiene
derecho a decidir. Sí, claro. Y esto va por Cataluña. Eso sí,
no confundamos la parte con el todo. Una parte no puede ni tiene
derecho a decidir por el resto, faltaría más. Y todos somos, por
ser españoles, murcianos, catalanes, andaluces, riojanos y demás.
Luego es una decisión que nos compete a todos.
La democracia es una
vieja resabiada que se las conoce todas y sabe vestirse para cada
ocasión. ¿Dónde están hoy los filósofos para soñarla?
Como periodista a mí
hay una cosa que realmente me preocupa más que si es directa o
indirecta o si habilitamos plataformas en internet para la
participación ciudadana, ¿puede haber democracia sin información
libre y veraz? Ciertamente la objetividad es un ideal, pero ¿y el
rigor?
viernes, 21 de noviembre de 2014
Esta vez sí, equidad
A veces me pasa,
comienzo escribiendo sobre equidad
y termino hablando de corrupción o de la
tendencia del sector privado a despegarse de la realidad y sus normas. Es que una se embala... Pero, después de entonar este “mea
culpa”, hoy sí voy a hablar de equidad, término íntimamente
ligado a Equo (equidad social
+ ecología política) y, por
supuesto, a este blog (por lo del bien común, claro está).
La equidad es dar a cada
cual lo que se merece. Sin entrar en disquisiciones filosóficas
sobre el “concurso de méritos”, el principio de equidad
condiciona un modelo de sociedad donde todas las personas que la
conforman participan equitativamente de los bienes, de las
oportunidades, del poder, etc.
Hay dos teorías
dominantes: liberalismo e igualitarismo social, ambas con aspectos
positivos y muy atractivos.
El liberalismo aboga por
la libertad personal, la iniciativa privada y la autonomía. Sin
embargo, cuando se absolutiza, pasa a considerarse que lo que uno
“logra” es todo por sus propia valía, que no debe nada a la
sociedad, y se permite el dominio de unos pocos sobre el resto como
una consecuencia de la expresión de las diferentes capacidades.
El igualitarismo social
defiende que todos los seres humanos somos iguales y, por lo tanto,
tenemos los mismos derechos. Esta es una gran premisa para una
sociedad justa y respetuosa. Pero, llevado al extremo, puede llevar a
una homogeneización impuesta, que requiere la intervención
castrante y expansiva del estado limitando escandalosamente los
derechos personales que en principio defendía.
Ambas posiciones
desequilibradas llevan a una sociedad no equitativa, es decir,
inicua.
Según Henry Mintzberg,
toda sociedad se sustenta sobre tres patas: gobierno, sector privado
y sociedad civil.
El gobierno es
el garante del bien común; es quien tiene las competencias para el
uso de la fuerza, la defensa de sus ciudadanos, la potestad de poner
normas de convivencia, quien crea y organiza las infraestructuras,
quien garantiza la equidad de los bienes sociales: educación,
sanidad...
El sector
privado es el fruto de la iniciativa, la creatividad y la capacidad
emprendedora o empresarial de un individuo o de un grupo; se basa en
la libertad individual y en la búsqueda de beneficios, es decir, en
la retribución a su esfuerzo, creatividad...
Por último,
la sociedad civil está formada por las asociaciones y organizaciones
privadas con fines diversos: científicos, culturales, deportivos,
recreativos, humanitarios, religiosos, ONGs, etc.
Cuando una de las tres
patas predomina sobre las otras o, por el contrario, está atrofiada,
se pierde el equilibrio, la equidad y la sociedad se deteriora.
Cuando el gobierno pone a
la sociedad y al estado antes que a las personas, se coartan las
libertades, se cercena la creatividad, se impide la libertad de
asociación y de expresión, etc. El resultado son gobiernos
dictatoriales (de uno) u oligárquicos (de un grupo), bien de
derechas (por ejemplo, el franquismo) bien de izquierdas (por
ejemplo, el castrismo).
Cuando el sector privado
domina a los otros dos, el gobierno en vez de garantizar el bien
común se pliega o se alía con el poder económico y favorece sus
intereses, relegando económicamente a la sociedad civil y haciendo
ajustes socio-económicos al capricho de los mercados. Como está
sucediendo actualmente en medio mundo, también en España (tiene
guasa, intereses estratégicos los llaman).
Finalmente, si la pata
más desarrollada es la sociedad civil puede actuar presionando al
estado o al sector privado en aras a los intereses del grupo concreto
más movilizado o con más poder. El resultado pueden ser sociedades
de castas, estados integristas religiosos, etc. En definitiva, que
impongan las ideas de un grupo mayoritario, poderoso o influyente al
resto.
Todos los integrismos
maniqueístas tienden a buscar lograr esa presión, como los
tribalismos nacionalistas, el ecologismo radical a los fanáticos del
lenguaje inclusivo.
La equidad es armonizar
las tres patas sociales, para que cada una realice su cometido sin
flaquear y sin imponerse.
En mi opinión, Equo
es el partido que mayor proyección podría tener en estos momentos
precisamente porque la equidad es una de sus señas de identidad
junto con la sostenibilidad, el respeto por la naturaleza y la
búsqueda de un equilibrio entre nuestras
necesidades y las posibilidades del planeta. ¿Alguien da más?
viernes, 7 de noviembre de 2014
Equidad y sentido común
Una
ya empieza a estar harta de que le cuenten milongas sobre cómo
estamos consiguiendo salir de la crisis gracias a las duras, pero
necesarias, medidas de austeridad, reformas laborales, etc. Aunque
parece que, a fuerza de repetir el mantra, mucha gente se lo cree (el
increíble poder de autoengaño del cerebro humano) y espera
pacientemente que esa mejora en el PIB traiga un pan –o un trabajo–
bajo el brazo. ¿Será por eso que, como
dice Chindas,
nos abren boca con tanto programa gastronómico en la tele?
Por
lo menos, en mi capricho dominical, he podido saborear
las reflexiones de Henry
Mintzberg (El País, 19/10/2014) y de
Joseph
E. Stiglitz (El País, 26/10/2014), que
recomiendo en consonancia con este artículo.
España
es el segundo
país más desigual de la Unión Europea y
el miembro de la OCDE en el que más ha crecido la desigualdad en el
último año, según
Oxfam
Intermón.
Para hacernos una idea, copio dos de los datos que proporciona esta
organización:
Los
3 más ricos de España tienen una riqueza que es más de dos veces
superior a la riqueza acumulada del 20% más pobre. Es
decir, entre Amancio Ortega (Inditex), Rafael del Pino (Ferrovial) y
Juan Roig (Mercadona) tienen el doble que los 9 millones de personas
más pobres.
La
riqueza del 1% más rico es superior a la del 70% más pobre.
Por lo tanto, algo menos de medio millón de personas en España
tienen tanto como 32,5 millones de ciudadanos.
¿Es
esto sostenible? ¿Es aceptable?
Parece
que tenemos asumido que el sector privado puede hacer lo que quiera
con los emolumentos de sus directivos, asesores, etc. En cambio, nos
escandalizamos –crisis mediante– porque los políticos se hagan
con sueldos millonarios a través de los múltiples cargos que pueden
acumular en instituciones públicas y, cómo no, de cuando ni esto es
suficiente y se dedican a refocilarse en asuntos turbios y
corruptelas varias. Lo cual es lógico, en vez de un servicio público
se han pensado que el público está (-mos) a su servicio.
Sin
embargo, lo cierto es que el
sector privado no es ni debe ser sacrosanto.
Y menos aún las grandes empresas y corporaciones controladas en su
mayoría por un grupo minoritario de accionistas y por ejecutivos que
cobran sueldos astronómicos por engrosar las cuentas de sus amos. Si
alguien piensa en el Santander, piensa en la familia Botín, pero
tienen menos de un 1% de las acciones. Eso sí es una dinastía
reinante y no la borbónica.
Es
como si la realidad fuera por un camino y, a medida que subimos en el
escalafón socio-económico, las “leyes” de la realidad cada vez
tuvieran menos efecto. Algo así como subir al espacio para reírnos
de la gravedad.
Como
muestra, un botón. Aunque, cierto, también existen las
cremalleras...
El
pequeño empresario se hipoteca para sacar adelante su negocio y tira
de familia y amigos para que le sostengan cuando flojea la cosa.
Emprender de esta manera supone asumir un modo de vida en la que el
negocio demanda más de lo que devuelve.
Los
primeros trabajadores, Manolo, Pepi o Fulano, se convierten en su
familia y todos arriman el hombro cuando vienen mal dadas. Y si todos
se parten el lomo y el negocio pega fuerte y crece y crece... pasa a
ser Don, deja de conocer a los empleados, como mucho sus nóminas, se
pasa más tiempo “haciendo relaciones” que en la empresa y tiene
que contratar a gente para que le diga qué demandan sus clientes,
porque ya tampoco los conoce.
Así
que sale a bolsa, se queda con un puñado de acciones y el control de
la compañía, tiene un ejecutivo (o una legión) que controla los
famosos dividendos y al que paga (Don con el dinero de la compañía)
una pasta indecente porque diversifique, especule, compre o cierre
otros negocios, pero que cuide sus dividendos. Y ya no hay más
Manolos ni Pepis, porque lo que tiene es un gasto en su cuenta de
resultados, lo que le hace creer que está autorizado a hacer
apología de la esclavitud.
Debe
de ser que como en el espacio exterior no hay oxígeno, se nubla el
entendimiento. Y se jura y se perjura que los mercados son sabios –e
insaciables– y que si nos plegamos a ellos, todo irá bien. Pero
más bien parece que los mercados en realidad son una panda de
matones que te zurran si te enfrentas a ellos o simplemente si te
cruzas en su camino y tienen ganas de desplumarte; así que nos
hacemos los locos, agachamos la cabeza y esperamos que se fijen en
otro pringado.
Los
defensores acérrimos de la libertad (liberalismo) económica ven
normal que Rato, por ejemplo, cobrase 2,34 millones de euros al año
por llevar una caja a la ruina, y con ella a un país. Para los de
antes, 388.440.000 pesetas. Más de un millón de pesetas ¡al día!
Más o menos como el salario de 120 trabajadores. ¿Alguien vale eso?
Por
otro lado, los defensores de la igualdad absoluta dicen que si todos
y todas somos seres humanos o humanas o animalillos varios o varias,
tenemos que calzarnos los mismos zapatos ya nos sobren, ya nos
aprieten.
Pues
bien, in
medium virtus
est.
No todos tenemos las mismas capacidades, ni responsabilidades, ni
dedicación. Pero el estado debe corregir la tendencia del sector
privado a despegarse de la realidad y sus normas. Y la sociedad civil
tiene la obligación de exigir y vigilar al estado para que cumpla su
función y, si no, reemplazarlo por otro que lo haga. Por su parte,
el sector privado, en especial las grandes empresas y sus gestores,
tiene que ser consciente de que sin los ciudadanos no tiene razón de
ser. Y que le puede pasar como al dueño del burro que cuando le
acostumbró a no comer, se le murió.
Una
vez más me he alargado más de lo que pretendía y me he dejado
mucho más en el tintero. Así que para cerrar, os dejo un chiste del
genial Quino.
viernes, 24 de octubre de 2014
Fe y Ecología política
Hace apenas unos días, en un
acto de presentación de Equo, dos personas se disculparon conmigo por haber
tenido relación con el catolicismo en el pasado. En un caso, por haber
bautizado al hijo (hoy ya un joven adulto) y, en el otro, por haber estudiado
en un colegio de curas. Está claro, ser cristiano no está de moda en el sector
“progre”. Debe de ser casi tan malo como ser monárquico o, incluso, empresario.
Vivimos en una sociedad
tremendamente contradictoria –algo que no se puede circunscribir sólo a
España–. Por un lado, hay un cierto hastío y relajación moral que se acomodaron
en la época de bonanza. Por otro, un puritanismo avasallador.
Es curioso que los interminables
casos de corrupción afloren justo cuando se acabó el “cash”. Quizás
antes no sabíamos ponerles número, pero quién era ajeno al amiguismo, al
despilfarro, a la enorme casa nueva, empresa o lo que fuere que de pronto había
montado fulano “de la nada”. Quién no conocía al típico cenutrio que trabajaba
en el ayuntamiento porque tenía un primo... Quién no sabía que el delegado
sindical de su empresa en sus horas sindicales se iba de cañas o de compras.
Quién no sabía que detrás de un “gran hombre” había un padrino (o varios) con
una montaña de trapos sucios. Quién no se pasmaba de cómo los gobiernos
desmantelaban y regalaban a sus compinches uno tras otro las empresas públicas.
Quién no sabía que las fundaciones (o cajas o empresas públicas, etc.) eran un
mamoneo de los –en teoría– encargados de velar por ellas. Y podríamos seguir
así hasta el infinito. Pero no pasaba nada entonces y, aparte del lógico cabreo
y el papeleo en los tribunales de justicia, apenas pasa nada ahora.
Al mismo tiempo que asumimos
rebotados esa realidad de la que formamos parte, buscamos con obsesión de
censor las faltas de coherencia o rigor de las personas que defienden sus
ideales de un mundo diferente. Sin ir más lejos, en una entrevista que le
hicieron a Juan López de Uralde en la radio a colación del citado acto de
presentación de Equo, le sacaron como incoherencia ser omnívoro. No sé qué
concepto tendría la periodista (y muchos otros) de lo que es el ecologismo,
desde luego, no lee este blog.
Y con la religión pasa lo mismo.
Se presupone y exige que toda persona creyente tiene que ser inmaculada. Debe
ser abnegada, generosa, humilde... y todo un compendio de virtudes
cuasi-divinas. ¡Benditos ateos! En cuán alta estima tienen a la religión, para
exigir tanto a sus pobres pecadores.
La cultura occidental ha bebido muchos
de sus valores del cristianismo. La fe, como otras áreas del ser humano, ha
impregnado el arte, la filosofía, la cultura, el folclore, etc. Renegar de todo
lo que representa es como renegar de nuestro pasado. Es como el hijo de
agricultor que al irse a vivir a la ciudad, desprecia sus raíces. No hace falta
que vuelva al pueblo; pero será más feliz si suma sus experiencias y los
conocimientos que le aportan.
No cabe duda de que queremos un
mundo laico, donde tengan cabida todas las creencias, como todas las
manifestaciones culturales, artísticas, políticas... siempre que respeten el
estado de derecho. Y, por suerte, la religión se va quedando en el ámbito
privado de la sociedad civil, que es donde realmente es libre; aunque haya
algunos dogmáticos (gran parte incapaces de bajarse de la atalaya del púlpito)
que no entienden que la fe es amor y respeto, nunca un yugo o una imposición.
Así, ser ecologista y pensar en
el bien común es una forma de ser cristiano, porque es una forma de amar y
respetar a todos los seres humanos y la casa donde vivimos. Gracias a Dios, estos
valores cristianos hoy son universales; por lo que no es necesario ser creyente
para ser ecologista o para luchar por el bien común. ¡Qué liberador poder ser
uno mismo!
viernes, 10 de octubre de 2014
La caída del patriarca
Dicen las películas
de Hollywood que si deseas algo de corazón y cierras los ojos con
fuerza, al volver a abrirlos, tu deseo se habrá cumplido. Eso
explica por qué tanta gente va por la vida con los ojos cerrados a
la realidad. También dicen las mismas pelis, que hay que dejar
hablar al corazón y no a la razón que taimada nos confunde, como la
noche a más de uno. ¡Apañados vamos!
En el ocaso del
franquismo, en una Cataluña que bullía, plural y culta, frente a la
homogeneización del régimen, hubo un médico y banquero que
defendía las libertades. Llegada la transición, el banquero fue
político, creo una convergencia y se vistió de honorable.
Predicó un pasado
glorioso, un milenio dorado, de una Cataluña libre colmada de
virtudes, cual Camelot hispánica, con una lengua rica, una cultura
exquisita, tradiciones ancestrales y fueros casi-divinos. Pero
ninguna dicha es eterna. Las tropas del borbón Felipe V acabaron con
ese bucólico paraíso terrenal en 1714, el 11 de septiembre (hoy,
día de la Diada), al tomar Barcelona dentro de una guerra civil e
internacional donde batallaba por la corona de los territorios
españoles contra un austria. Una minucia en la historia, un hito en
la modernización y apertura de Cataluña y una catástrofe en los
delirios de los independentistas.
Y más aún, profetizó
un futuro glorioso de acorde con tan excelso pasado. Ese futuro
pasaba por la autonomía (qué palabra tan ambigua) y la recuperación
de la lengua, la cultura y las tradiciones. Pero el honorable,
maestro de las medias tintas, vio un nicho en la queja, donde la
realidad no puede hacer sombra al inalcanzable sueño dorado. Así,
entre las brumas de su discurso, fue perfilando el camino hacia esa
nación libre e independiente, perfecta y pura, pues todos sus males
vienen de la perversa relación con el resto de España.
El corazón desbocado de
los nacionalistas había encontrado un guía, un padre, un mesías
que le traería la felicidad a su amada tierra.
La visión el mesías
exigía fidelidad y, poco a poco, la Cataluña plural fue perdiendo
variedad: el que no comulgaba con el nacionalismo no era un buen
catalán; quien criticaba al patriarca atacaba a toda Cataluña. De
múltiples pensares y diversos sentires se pasó al blanco y negro,
al maniqueísmo más absoluto, inculcado y promovido desde las
instituciones que el nacionalismo conquistó. Una bandera, una lengua
y un único pensamiento que se desbordan en manifestaciones del
sentir del pueblo, convencido o azuzado, como en los totalitarismos y
dictaduras – recordemos las grandes aglomeraciones de la Plaza de
Oriente en el franquismo, en las grandes avenidas en el estalinismo,
en la Habana en el castrismo, etc –.
Por supuesto, el mesías
tenía su familia y sus discípulos, algunos, los más allegados, sus
apóstoles. Construir el nuevo milenio dorado requería del esfuerzo
de todos y, desde luego, medios, limosnas piadosas que alimentaran la
acción mesiánica. Las comisiones por contratas de obras o de
servicios no eran corrupción sino el óbolo para construir la nación
catalana. Y era tal la entrega del honorable a la patria y su
simbiosis con la misma, que quién podía cuestionar si él o su
prole se beneficiaban. Ni sus adversarios se animaban a
denunciar; ya se sabe, en todas partes cuecen habas...
Dice una coplilla que he
oído por ahí:
¡Ay Felipe de mi
vida,
Felipe de mi corazón
que no encuentras
nada turbio
en la actuación de
Pujol!
Pero la democracia,
aunque más que ciega, esté coja y pesada, como los dineros
familiares atufan, ha alcanzado a los Pujol. Y el viejo
patriarca, para salvar a sus hijos y lo que pueda de su extenso
patrimonio, ha salido a dar la cara reconociendo cuentas bancarias no
declaradas en el exterior.
¿Y ahora qué? Se cayó
el mito, el patriarca ha abochornado a su patria y todos huyen de
patas poniendo distancia del apestado, sus apóstoles los primeros
que le niegan para que nos los crucifiquen juntos.
En esta España – y no
nos equivoquemos, Cataluña forma parte de ella – son tantos los
escándalos que inundan las noticias y tal el cabreo, hasta de los
más templados, que puede que el caso se diluya en nuestra
indignación sobrecargada.
Pero, ¿qué será de sus
discípulos, huérfanos ahora además de traicionados? ¿Qué será
ahora de ese maniqueísmo milenarista que es el nacionalismo catalán?
Algunos locos,
especialmente sus antiguos apóstoles, seguramente se radicalizarán
en sus posiciones, como una huida hacia delante y como un compromiso
aún mayor con su demencial proyecto.
Muchos discípulos es
posible que caigan en una apatía y un desapego por la política y
sus dirigentes; aunque es difícil es cambien de sentir hacia el
resto de España.
Sin embargo, desde estas
tierras palentinas, yo confío en que esto suponga un resquicio para
que otras formas de pensar y de sentir y de amar la tierra puedan
emerger y salir a la calle y compartir una Cataluña multicolor,
heterogénea, plurilingüe, segura de su cultura y de sus
tradiciones, abierta a la modernidad y al mundo y que nos siga
enriqueciendo al resto de España, como nosotros deseamos
enriquecerla a ella.
¡Visca Catalunya plural,
abierta y solidaria!
viernes, 19 de septiembre de 2014
El precio del poder
Acaba
de comenzar el cole y muchos se quejan de lo que cuestan los libros y
el material escolar. ¡Pobres pringados! Los padres “guays” saben
que lo peor está por venir. Una buena posición social en el aula
tiene un alto precio: ropa y complementos de moda, electrónica,
teléfono, ocio y ¡cumpleaños! Una orgía de derroche para evitar
que el vástago se convierta en apestado.
Así
que no es de extrañar que la última vez que fui a una cadena de
comida rápida, unos mocosos llevaban en la cartera más de lo que me
gasto yo en una semana.
Llegar
al poder cuesta dinero, mucho dinero; y mantenerse en el poder
también.
Los ciudadanos no votan al que no conocen y tienen la memoria frágil
(no hay más que ver quiénes nos gobiernan), por lo que hay que
estar en el candelero siempre, con la frase autocomplaciente en los
labios y la pose de porque
yo lo valgo.
A
la gente (como a los capitales) le gusta apostar por el caballo
ganador y sólo votan a un segundón sin posibilidades cuando quieren
dar un toque de atención al triunfador que se ha pasado de sobrado.
Es como en las películas, la chica mona siempre acaba con el
guapilindo,
aunque sonría a un pobre pardillo para que el protagonista recuerde
que no lo tiene todo ganado.
Los
partidos políticos lo saben. Tener buenas ideas no es sinónimo de
éxito. Véase EQUO
que teniendo una base ideológica – económica, social y ecológica
– muy atractiva, no es capaz ni él mismo de verse como una
alternativa viable.
Podemos,
en cambio, sin definir claramente su ideario, ha sabido convencer de
que es capaz de arrebatar el poder. ¿Quién engrasa su maquinaria?
¿la autofinanciación y el crowdfunding?
Esto ocurre en todos los países democráticos. En USA, por ejemplo,
ningún candidato tiene la más mínima oportunidad si no tiene
padrinos que lo financien. De ahí que algunos digan que USA es el
gran país capitalista, ya que su presidente se debe a los capitales
que lo han aupado al poder.
Pero claro, allí donde hay dinero suele haber turbulencias y no es
extraño que salgan a la palestra noticias sobre la financiación
irregular de partidos políticos en países democráticos como
Alemania, Italia o Francia... ¿y en cual no?
En España, cuando salimos de la dictadura – amiga, como todas, de
enchufes, prebendas y contraprestaciones –, los partidos políticos
abrían sus ojos a la democracia, unos recién paridos, otros recién
salidos de las catacumbas. Y todos buscaban ávidos cargadas ubres
que los impulsaran.
Suárez, vía real, consigue el poder y la notoriedad mediática que
lo acompaña, para él y para UCD.
AP hereda personajes y suculentas alianzas.
A Felipe no le alcanzaba con las cuotas y el trabajo de los
afiliados, así que buscó el maná en Alemania y la Social
Democracia renegando pudorosamente por el camino del marxismo que con
tanto ahínco habían defendido sus compañeros. En la sombra del
olvido quedó el profesor Tierno, buena cabeza e imagen, pero que sin
financiación tuvo que asumir la integración en el PSOE.
Carrillo, por su parte, resurgió cual ave fénix, convertido en
demócrata y hombre de paz, líder del grupo más organizado y
luchador... pero sin suficientes recursos mediáticos para adecuar su
sombra.
Hubo más partidos, cargados de ilusión e ideología, pero no
consiguieron ni si quiera transmitir la más mínima posibilidad de
llegar al poder.
Y
de esta forma han pasado los años y los
partidos han ido puliendo su forma de financiarse: las magras cuotas
de sus afiliados, las subvenciones públicas, los préstamos
bancarios – ¡tan fáciles de conseguir y de que sean condonados!
–, y las donaciones de simpatizantes, tan versátiles...
Y,
claro está, la financiación ilegal: concesiones a cambio de..., porcentajes sobre obras públicas, sobornos, etc. Los pasillos entre
ésta y las contribuciones voluntarias o préstamos son estrechos,
pero fáciles de recorrer.
La
doble contabilidad de los partidos, maletines y sobres,
los fraudes,
la malversación,
el tráfico de influencias, la
prevaricación,
el caciquismo...
han sido y son constantes y a todos los niveles. Los políticos que
se han atrevido a denunciarlo han sido barridos del mapa.
Pero, ¿cómo probarlo en un juicio?
Por
lo visto, sacar el dinero a paraísos fiscales es facilísimo. De
hecho, a penas condenan a nadie. Si el dinero se queda en casa y se
reparte bajo cuerda es todavía mucho más fácil. ¿Quién tirará
de la manta? ¿El empresario, el político...? Y ¿qué dirigente
político es ajeno a esta realidad de su partido, aunque él no se
manche las manos?
Y
en ese pasar el dinero de unas manos a otras, muchas veces en
cantidades ingentes, alguna mano puede desviar unos cuantos fajos a
su propio bolsillo, y ahí comienzan todos los males, porque llega un
momento que, de tan sencillo, se convierte en hábito y, claro, con
el tiempo, eso canta. Cuando salta la liebre, en el partido todos
hablan maravillas del sospechoso, hasta que un juez lo pone en su
punto de mira; entonces, sus anteriores amigos y jefes se rasgan las
vestiduras, traicionados en su confianza. Tocado, pero no hundido, el
partido continúa en el fluir indemostrable de sus turbias aguas.
¡Qué
malos son los políticos! Más o menos como el resto. Los pasillos
entre lo jurídicamente punible y lo ética reprobable están muy
transitados.
¿Es
España un país corrupto? Por supuesto que no. Pero cuando la
economía iba bien, a nadie le importaba la alegría y el
despilfarro, algo caía. Pero post
festum, pestum.
La crisis ha sido un revulsivo que a dejado el descubierto la
necrosis subyacente. Ahora toca sajar, castigar al que se pueda, y
forzar a los políticos a que se establezcan medidas de control para
ponerlo más difícil.
Decían
Carmen,Jesús e Iñaki
que la vida era como una fiesta para 4 idiotas ó 5 todo lo más. En
España la música se acabó hace ya ¡6 años! Y, como siempre, nos
toca pagar la jarana y recoger a los que ni siquiera estábamos
invitados. Mientras, los juerguistas, se han ido a un after hours.
viernes, 29 de agosto de 2014
España federal
Resulta llamativo que
tantas grandes mentes pensantes de nuestro país no sepan que federar
significa unir. Y unir lo que ya está unido... Me recuerda a esas
películas de sobremesa dominical donde parejas casadas en Las Vegas
deciden tener una boda tradicional; pero que, para poder hacerlo
“bien”, con el boato debido, y para darle más realismo, antes se
divorcian.
A perro flaco todo son
pulgas. La crisis global nos ha arrollado y sus embravecidas aguas
han sacado a la luz la mierda del fondo. Los eres de la Andalucía
socialista, los gürtel peperos de Madrid y Valencia, los pujoles de
Cataluña y CiU... hacen el aire irrespirable, se pone la monarquía
parlamentaria a caldo y parece que el pacto constitucional del 78
está caduco en una España que se resquebraja.
Cada vez son más las
voces que abogan por un estado federal como lugar de encuentro para
las distintas “sensibilidades” nacionales.
A un estado federal se
llega cuando varios estados acuerdan unirse y crear un gobierno
conjunto al que se le atribuyen determinados poderes que se pueden ir
ampliando (tendiendo, de hecho, cada vez a una mayor integración).
Por lo tanto, hay dos premisas comunes en los estados federales: la
existencia previa de unos estados plenos que continuarán teniendo
los poderes que no transfieran al federal y la simetría en las
competencias cedidas y conservadas. Además, una vez aceptado el
pacto integrador, no suele admitirse el derecho a la separación.
Véase la guerra de secesión estadounidense cuando los estados del
sur quisieron proclamar su independencia.
El Roto |
Ahora bien, en España no
hay pluralidad de estados desde la época de los Reyes Católicos.
Así que ¿cómo lo hacemos? Desde luego, una opción es estrellar el
país para que se rompa en pedazos (quién sabe cuántos saldrían)
que poder volver a unir estéticamente con la cola federalista. Pero
puede que se pierda algún pedazo o que ya no encajen bien. Además,
al no existir España, todos fuera de la UE. A ver luego cómo nos lo
montamos para que nos vuelvan a admitir... juntos, en grupitos o por
separado.
Por eso, hay quien dice
que, aplicando la técnica del trampantojo, se reforma la
Constitución, se reconoce la entidad nacional de las regiones y se
las convierte en estados y como ya estamos unidos, ya estamos
federados. Estado federal Español. Únicamente falta el tema de los
poderes que ahora son de los estados federados, pero con dejar la
representación nacional, la política exterior y la defensa a la
federal, listo. ¡Viva la deconstrucción virtual!
Pero, claro, ¿y las
“sensibilidades” nacionales? ¿quedarán satisfechas?
¿Cómo puede un estado
federado manifestar su singularidad histórica (o mítica) y
diferenciarse de los otros sin ciertos privilegios o asimetría en la
federación? ¿Los demás estados, ahora plenipotenciarios, van a
permitirlo? Y, en el caso de aceptarse una vinculación desigual,
¿quién determinará qué estado es más especial y, por ende, con
más derechos? Además, ¿aceptarán sus dirigentes políticos no
ostentar todo el poder y no poder tener sus propias embajadas o sus
selecciones nacionales, por ejemplo; o en sus viajes no recibir
honores de estado? ¿Converger en políticas comunes federales no
seguirá siendo la disculpa de sus propios males?
Puede que el trampantojo
federal sirva para establecer definitivamente los límites de las
distintas entidades políticas, pero ¿acabará con las pulgas de la
corrupción, de los problemas económicos, del paro, o tan siquiera
con las malas pulgas de los nacionalismos?
El truco, quizás, sea
alimentar al perro; es decir, sanear el país y fortalecerlo con
reformas económicas y políticas que favorezcan a las personas y no
a los chupópteros varios.
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