Leía en El
País Semanal del día 19, que las
plantas son unas grandes charlatanas que llenan el aire con sus
mensajes. Fascinante, ¿verdad?
Apenas cuatro días
antes, el mismo periódico nos contaba cómo el Ministerio de
Educación pensaba sustituir la selectividad por una reválida de 350
preguntas tipo test. Aberrante, ¿no es
así?
¿Por qué será que
el primer artículo me suena más a educación que el segundo, que me
rechina con ese afán deformador (o uniformador, que es lo mismo)?
La educación es un
asunto muy serio pues define en gran medida la sociedad del mañana. Cada vez que un
partido llega al Gobierno no duda en emprender una reforma educativa
pues todos tienen una idea de su modelo social ideal y saben por
dónde empieza.
No es este un asunto
baladí. Sin embargo, las continuas reformas no han aportado en
términos generales mejoras significativas en el nivel educativo
nacional, más bien al contrario. Ésta última del PP alcanza para
muchos las mayores cotas de dislate. ¿Qué demuestra un chaval de 17
ó 18 años con 350 preguntas tipo test?
El niño, desde que nace,
está en continua interacción con todo lo que le rodea: observa,
experimenta y aprende. Desde la época “de las cavernas” los
adultos se han encargado de guiar su descubrimiento del mundo que le
rodea y en ocasiones compartiendo además sus conocimientos sobre
áreas específicas reservándole así un lugar en la sociedad.
Pero los conocimientos
han aumentado de manera exponencial y no es necesario memorizarlos
para transmitirlos a la siguiente generación. La cantidad de
información que existe en la actualidad es inabarcable. Muchos
entendidos dicen que es el momento de centrarnos en otras capacidades
más útiles que la memoria. Pero, ¿eso es la educación? ¿una mera
cuestión de utilidad? Y utilidad ¿para qué? ¿para adaptarse al
cambiante mundo laboral? ¿para ser un ciudadano ejemplar? ¿para ser
una rueda más del engranaje que el sistema utiliza para perpetuarse?
En los tres primeros años
de vida, desarrolla el 80% de sus capacidades, y al terminar
educación infantil, su cerebro se ha desarrollado en un 90%. Una
etapa importantísima y sin embargo, relegada a funciones
cuasi-asistenciales y de preparación para la etapa escolar
obligatoria. ¿Por qué? Quizás porque todavía, sólo estamos
formando personas. Eso sí, personitas muy dóciles capaces de estar
horas sentados en pupitres de colorines (estamos en infantil, todavía
hay color).
Después comienza esa
carrera de obstáculos para conseguir un título que le permita
encontrar un puesto de trabajo. Quien no se ajusta al modelo está
abocado al fracaso escolar. Pero... ¿cómo se puede fracasar en la
educación obligatoria? ¿Acaso hay unos conocimientos mínimos para
ser persona, para poder desarrollarse y vivir en sociedad?
Quizás el problema sea
que como sociedad nos hemos olvidado de para qué sirve la escuela (por lo menos la básica) y
de que es algo tan, tan importante que no se puede dejar al arbitrio
de los gobernantes o al interés de las empresas. Tendría que ser fruto de un pacto de todos: políticos, padres, educadores, de la sociedad en su conjunto.
Entre los estándares de
calidad, los protocolos de actuación, la homogeneización de las
pruebas y los conocimientos mínimos, ¿dónde está el lenguaje de
las plantas? ¿dónde se descubren las increíbles hazañas de la
historia impulsadas por inquietudes sublimes y oscuras pulsiones?
¿dónde conocer a los grandes pensadores es como ir en una montaña
rusa? ¿dónde se puede describir el mundo en mil lenguajes
distintos? ¿dónde se forja el bien común, la equidad y la empatía?
¿dónde se aprende a amar y respetar el planeta?
Un maestro hace que las
piedras cobren vida; que una visita a un monumento sea un apasionante
viaje al pasado; que una pizarra llena de fórmulas sea un mensaje
encriptado; que un paseo por el monte sea la puerta a un universo
fantástico poblado de seres increíbles con propiedades mágicas; o
que una tormenta se convierta en una adivinanza: “¿oísteis el
trueno? Contemos... ¡el rayo!... ¿a cuánto está entonces?”
En este camino
compartido, es donde el niño crece, donde se robustecen su
curiosidad y sus ganas de descubrir y comprender el mundo, donde
consigue las herramientas para interactuar en él. Es imposible
fracasar porque éste es sólo el comienzo de su propia historia.
¿Sabrá esto el señor
Wert?
El conocimiento y el
respeto van dados de la mano. Si yo no conozco algo, cómo voy a
protegerlo, cuidarlo, mimarlo, preocuparme por él. Si no conocemos
nuestro planeta, cómo vamos a defenderlo. Si no conozco a mis
vecinos, cómo defenderé el bien común. ¿Será eso lo que quieren algunos reformadores?
No hay comentarios:
Publicar un comentario