Dicen las películas
de Hollywood que si deseas algo de corazón y cierras los ojos con
fuerza, al volver a abrirlos, tu deseo se habrá cumplido. Eso
explica por qué tanta gente va por la vida con los ojos cerrados a
la realidad. También dicen las mismas pelis, que hay que dejar
hablar al corazón y no a la razón que taimada nos confunde, como la
noche a más de uno. ¡Apañados vamos!
En el ocaso del
franquismo, en una Cataluña que bullía, plural y culta, frente a la
homogeneización del régimen, hubo un médico y banquero que
defendía las libertades. Llegada la transición, el banquero fue
político, creo una convergencia y se vistió de honorable.
Predicó un pasado
glorioso, un milenio dorado, de una Cataluña libre colmada de
virtudes, cual Camelot hispánica, con una lengua rica, una cultura
exquisita, tradiciones ancestrales y fueros casi-divinos. Pero
ninguna dicha es eterna. Las tropas del borbón Felipe V acabaron con
ese bucólico paraíso terrenal en 1714, el 11 de septiembre (hoy,
día de la Diada), al tomar Barcelona dentro de una guerra civil e
internacional donde batallaba por la corona de los territorios
españoles contra un austria. Una minucia en la historia, un hito en
la modernización y apertura de Cataluña y una catástrofe en los
delirios de los independentistas.
Y más aún, profetizó
un futuro glorioso de acorde con tan excelso pasado. Ese futuro
pasaba por la autonomía (qué palabra tan ambigua) y la recuperación
de la lengua, la cultura y las tradiciones. Pero el honorable,
maestro de las medias tintas, vio un nicho en la queja, donde la
realidad no puede hacer sombra al inalcanzable sueño dorado. Así,
entre las brumas de su discurso, fue perfilando el camino hacia esa
nación libre e independiente, perfecta y pura, pues todos sus males
vienen de la perversa relación con el resto de España.
El corazón desbocado de
los nacionalistas había encontrado un guía, un padre, un mesías
que le traería la felicidad a su amada tierra.
La visión el mesías
exigía fidelidad y, poco a poco, la Cataluña plural fue perdiendo
variedad: el que no comulgaba con el nacionalismo no era un buen
catalán; quien criticaba al patriarca atacaba a toda Cataluña. De
múltiples pensares y diversos sentires se pasó al blanco y negro,
al maniqueísmo más absoluto, inculcado y promovido desde las
instituciones que el nacionalismo conquistó. Una bandera, una lengua
y un único pensamiento que se desbordan en manifestaciones del
sentir del pueblo, convencido o azuzado, como en los totalitarismos y
dictaduras – recordemos las grandes aglomeraciones de la Plaza de
Oriente en el franquismo, en las grandes avenidas en el estalinismo,
en la Habana en el castrismo, etc –.
Por supuesto, el mesías
tenía su familia y sus discípulos, algunos, los más allegados, sus
apóstoles. Construir el nuevo milenio dorado requería del esfuerzo
de todos y, desde luego, medios, limosnas piadosas que alimentaran la
acción mesiánica. Las comisiones por contratas de obras o de
servicios no eran corrupción sino el óbolo para construir la nación
catalana. Y era tal la entrega del honorable a la patria y su
simbiosis con la misma, que quién podía cuestionar si él o su
prole se beneficiaban. Ni sus adversarios se animaban a
denunciar; ya se sabe, en todas partes cuecen habas...
Dice una coplilla que he
oído por ahí:
¡Ay Felipe de mi
vida,
Felipe de mi corazón
que no encuentras
nada turbio
en la actuación de
Pujol!
Pero la democracia,
aunque más que ciega, esté coja y pesada, como los dineros
familiares atufan, ha alcanzado a los Pujol. Y el viejo
patriarca, para salvar a sus hijos y lo que pueda de su extenso
patrimonio, ha salido a dar la cara reconociendo cuentas bancarias no
declaradas en el exterior.
¿Y ahora qué? Se cayó
el mito, el patriarca ha abochornado a su patria y todos huyen de
patas poniendo distancia del apestado, sus apóstoles los primeros
que le niegan para que nos los crucifiquen juntos.
En esta España – y no
nos equivoquemos, Cataluña forma parte de ella – son tantos los
escándalos que inundan las noticias y tal el cabreo, hasta de los
más templados, que puede que el caso se diluya en nuestra
indignación sobrecargada.
Pero, ¿qué será de sus
discípulos, huérfanos ahora además de traicionados? ¿Qué será
ahora de ese maniqueísmo milenarista que es el nacionalismo catalán?
Algunos locos,
especialmente sus antiguos apóstoles, seguramente se radicalizarán
en sus posiciones, como una huida hacia delante y como un compromiso
aún mayor con su demencial proyecto.
Muchos discípulos es
posible que caigan en una apatía y un desapego por la política y
sus dirigentes; aunque es difícil es cambien de sentir hacia el
resto de España.
Sin embargo, desde estas
tierras palentinas, yo confío en que esto suponga un resquicio para
que otras formas de pensar y de sentir y de amar la tierra puedan
emerger y salir a la calle y compartir una Cataluña multicolor,
heterogénea, plurilingüe, segura de su cultura y de sus
tradiciones, abierta a la modernidad y al mundo y que nos siga
enriqueciendo al resto de España, como nosotros deseamos
enriquecerla a ella.
¡Visca Catalunya plural,
abierta y solidaria!
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