Huele a viejo el año
que se acaba, con la niebla y el frío arropando su decrepitud.
Mientras, alumbrados por la caja tonta en nuestros hogares, soñamos
con las promesas del año nuevo envueltas en deslumbrante papel de
regalo.
Nos fascina lo nuevo
porque lo asimilamos a la pureza, a la ilusión, al cambio. Es como
hacer borrón y cuenta nueva. Aunque, a la vez, tiene el sabor de
algo antiguo, porque nos transporta a la niñez, vivida o recordada,
donde todo era más luminoso, más emocionante... más sencillo.
Probablemente por eso nos gusta tanto lo nuevo, porque nos transporta
al pasado, a los viejos tiempos.
Desde la fulgurante
aparición de Podemos, la pasión por lo nuevo raya con el frenesí.
Un partido nuevo, gente nueva, ideas nuevas. Todo limpio de la
putrefacta corrupción que nos escupen todos los días las noticias.
Incluso un lenguaje nuevo que se ha instalado como un gato se adueña
del sillón de la casa: casta, asamblea, participación ciudadana,
proceso ilusionante, transversalidad, círculos, empoderamiento,
transición inacabada, bipartidismo, PPSOE...
Bueno, nuevo, nuevo...
Esa novedad que tiene encontrar un viejo vestido en el desván de la
casa de tus abuelos y comprobar que está estupendo, te queda como un
guante y además es muy hipster.
Como una epidemia, la
aversión a lo viejo como contraposición de lo nuevo se ha extendido
rápidamente y políticos de todo signo la han hecho suya al compás
de la sociedad jaleada por los medios. Salvo el PP, claro, que pese a
estar hundiéndose en su propia inmundicia, nos insiste con esa
convicción propia de los locos en que todo lo hace para aplacar la
ira de los dioses (hoy léase mercados) tal y como dictan las sanas
tradiciones.
La lógica es sencilla.
Una pildorita fácil de tragar.
Lo nuevo es sinónimo de
pureza, luego es intrínsecamente bueno (hasta que se demuestre lo
contrario, como dicen los estadounidenses de los pesticidas, del
fracking o de los medicamentos).
La antítesis es lo
viejo, sinónimo de podredumbre, de corrupción, luego es
intrínsecamente malo.
Así de fácil. Nuevo,
bueno. Viejo, malo, casta, puag.
Nos hartamos de oír que
el viejo modelo bipartidista del PP-PSOE está acabado, que ya es
hora de poner fin al régimen del 78, de acabar con la casta y de
recuperar la soberanía para la mayoría ciudadana en un proceso
ilusionante de confluencia social, transversal y participativo. ¡Toma
ya!
En esto Podemos le gana
por goleada a Ganemos. Podemos, pese a sus inicios filocomunistas,
abre los brazos a todo el espectro político, pues tiene vocación de
partido único. Ganemos, sin embargo, tiene alma de izquierda unida
y, dando la espalda al PSOE-casta, aspira a aunar al resto de la
izquierda, con lo que no deja de ansiar un nuevo (por lo tanto puro y
bueno) bipartidismo: Ganemos vs PPSOE.
Para hablar tanto de
diversidad, ¡cómo gusta el blanco o negro!
EQUO se ha posicionado
claramente a favor de los movimientos de confluencia, arrastrado por
ese fervor maniqueísta y por las continuas pullitas sobre la
apabullante irrupción de Podemos frente al tímido avance del
partido ecologista.
Sin embargo, precisamente
por tratarse de un momento histórico de cambio, EQUO podría
diferenciarse por representar el equilibrio. Si despojamos de
absolutismos, generalizaciones y asimilaciones infundadas la retórica
actual, vemos que no todo lo que se ha hecho hasta ahora está mal;
no todos los valores morales están corrompidos; no es todo lo viejo
es cinismo o mediocridad ni casta; ni todo lo nuevo aunque reluzca es
oro.
Es necesario reconducir
el debate y la actuación política a lo esencial: el bien común
dentro de un mundo globalizado con un grave problema ecológico y en
un estado de dominio absoluto de los desatados mercados financieros.
Quizás no es lo que esté
de moda, ni sirve para hacer grandes campañas publicitarias (perdón,
electorales), pero muchos echamos en falta esa opción, cuánto mejor
en un partido europeísta, ecologista y social.
Hace no mucho, oí a
alguien que defendía con ahínco lo nuevo como valor supremo. Huelga
decir que los viejos políticos y luchadores sociales veían en su
novedad lo que ellos habían defendido siempre. Es curioso cómo
podemos usar el lenguaje y distorsionarlo sin pudor para que nos
arrulle al oído. Aunque claro, puede que el problema es que a mí
siempre me ha gustado el olor a viejo de los libros.
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