Es
curioso cómo el ser humano es capaz de obviar lo evidente. El tema
de la crisis, sin ir más lejos, nos ha revolcado, como una ola
traicionera, y nos ha dejado aturullados en la orilla escupiendo agua
y preguntándonos qué ha pasado. Y ahora qué hacemos, ¿nos giramos
hacia el inmenso mar e intentamos seguir nadando en la orilla? ¿o
gateamos hasta la playa para poner a salvo la toalla y la mochila?.
Hoy
el mar está picado, es una fuerza incontrolada y a penas nos
atrevemos a meter los pies en la orilla para que no nos arrastre otra
ola. Pero la playa está atestada de gente y nos sentamos en nuestra
toalla y nos quejamos de que la arena está llena de mierda, de que
los padres no controlan a los niños, de que la gente se pone a jugar
a las palas cuando no hay espacio, de que hace calor y no podemos
refrescarnos...
Es
decir, miramos hacia el mar o miramos la playa como si de dos
espacios independientes se tratasen.
La globalización es un hecho: hoy nuestra casa es todo el planeta. Y
no es algo nuevo, es el perfeccionamiento de la tendencia del hombre
a la expansión.
Desde siempre, el ser humano, en la medida de sus posibilidades, ha
procurado establecer relaciones con sus congéneres; principalmente
de intercambio: de productos, tecnologías, conocimiento, personas
(por ejemplo como mano de obra o para reponer población)... no pocas
veces con violencia.
Por otra parte, la acción del hombre siempre ha dejado huella en su
entorno natural. La deforestación, la introducción de especies
foráneas o un uso abusivo de los recursos son sólo algunos ejemplos
con consecuencias nefastas para los ecosistemas; pero desde los
tiempos de las sociedades agrícolas-ganaderas el hombre se ha
empeñado a fondo en domesticar la naturaleza.
Lo que pasa es que actualmente esas posibilidades son inmensas. Nunca
antes fue tan cierto eso de que el mundo es un pañuelo y que estamos
todos interconectados (dice la teoría de los seis grados que dos
personas están conectadas entre sí a través de una cadena de no
más de cinco individuos). Y nuestros avances son tales que el
impacto en el medio ambiente tiene dimensiones mundiales, incluso
universales: ya hemos empezado a enguarringar el espacio.
Se dice que la globalización es un proceso comercial y financiero
con consecuencias en el resto de los ámbitos de las sociedades
humanas. Puede ser. Pero lo cierto es que la globalización afecta a
todas las dimensiones humanas: economía, política, cultura,
tecnologías, sanidad, ocio, etc. Para bien y para mal.
El Real Madrid y el Barça causan furor en sus viajes
internacionales; internet y los móviles llegan hasta los lugares más
remotos y se han instalado en nuestro día a día; podemos fácilmente
acceder a productos de cualquier parte del mundo y la calidad de vida
se ha incrementado en general. Pero también la voracidad de China
está esquilmando África; la conflictividad en Irak hace que suba el
precio del petróleo; la deslocalización empresarial hace que en los
países desarrollados aumente el paro y en los otros que aumente la
precariedad laboral; y la inmoral de los bancos y sociedades de
inversión nos ha hundido en la crisis.
En definitiva, lo único que hemos hecho es cambiar la escala. Lo que no es poco, porque ahora somos muchos más los que tenemos que ponernos de acuerdo (es como una comunidad de vecinos, siempre está el típico vecino caradura que aplica la política de hechos consumados en su beneficio y es extremadamente quisquilloso con las necesidades del resto). Pero tenemos los problemas propios de toda sociedad humana: desigualdades, abusos, irresponsabilidad, dogmatismos, etc. con otro más añadido: la falta de una estructura con normas y órganos de poder.
De hecho, quizás ésta sea la más perversa de sus características.
No sólo no existe una regulación sino que las grandes empresas
internacionales, comerciales y financieras, han impulsado con
entusiasmo este proceso globalizador viciándolo (es decir,
apropiándoselo en su propio beneficio) con el consentimiento de los
estados.
Véase,
las grandes corporaciones económicas se han apoyado primero en sus
propios estados para que las protejan y favorezcan como grandes
creadoras de empleo y riqueza; y luego han buscado ventajas en las
naciones con más carencias y menos reguladas. El resultado ha sido
unos monstruos poderosos capaces de chantajear a los gobiernos
(el valor de mercado de algunas corporaciones es mayor que el PIB de algunos países).
Además, tampoco son reacias a pactar entre ellas para imponer sus
reglas o a utilizar a sus estados como marionetas de ventrílocuo
para conseguir pactos multinacionales, como el tratado transatlántico
de comercio e inversiones (ttip).
En definitiva, los poderosos, hoy difuminados en forma de
corporaciones y más aún de sociedades y fondos de inversión,
buscan sólo sus beneficios económicos, sin tener por qué generar
ningún beneficio a los ciudadanos, y qué mejor manera de hacerlo
sin nadie que les controle. Estamos en el salvaje oeste, pero sólo
ellos van armados.
En
el océano de la globalización, los mercados financieros y las
grandes multinacionales son los nuevos poseidones, con el poder
devastador de un tsunami. Entonces, ¿qué podemos hacer? Lo veremos
en el próximo artículo.
Nos gobiernan gentes a las que no hemos elegido para ello. Es urgente una revisión de nuestro modelo democrático.
ResponderEliminarEstamos atravesando un momento crucial, si las multinacionales y sus títeres los políticos consuman la globalización no habrá esperanza para la humanidad, de frente tenemos el TTIP que representa el primer peldaño hacia un Estado Mundial regido por élites y grandes corporaciones. En primer lugar debemos expulsar del gobierno a los lacayos que nos han llevado a esta situación, las verdaderas fuerzas de la izquierda y me refiero a Podemos, Equo e IU deben trabajar juntas para llegar al poder, debe iniciarse un proceso de democratización de la política partiendo de los movimientos asamblearios y las plataformas ciudadanas que han de participar de las decisiones de gobierno y deben monitorizar la gestión del ejecutivo, un ejemplo de ello es la aparición de Guanyem en Barcelona.
ResponderEliminarPor otro lado debe impulsarse el desarrollo de economías locales y ha de tenerse en cuenta la huella de carbono en el comercio, tenemos que llevar a cabo un programa que nos conduzca a un 100% de producción energética procedente de fuentes renovables y la alimentación debe proceder de la agricultura ecológica. Asimismo la producción de tecnología debe descentralizarse. Sería bueno que surgieran más iniciativas como las llamadas ecoaldeas, pueblos sostenibles o aldeas modelo, con sus luces y sus sombras podemos citar Amayuelas de Palencia y Lakabe de Navarra, ellos no han esperado a que surjan nuevos modelos políticos y económicos, han comenzado a caminar y han predicado con el ejemplo.
Salud
Sergio Zapatero Campo