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miércoles, 2 de julio de 2014

Economía y ecología

¡Qué diferente es desear que querer! Yo, por ejemplo, desearía estar más delgada y atlética; pero me pierden las salsas y apenas hago ejercicio. Querer implica voluntad, responsabilidad, poner los medios para conseguir el objeto de nuestro querer. Quise dejar de fumar y lo hice. Quise escribir este artículo y, pese a procrastinar lo justo, aquí está.
Deseamos un tipo de vida, un tipo de sociedad, un tipo de entorno, trabajo, ocio, bienestar... Pero, ¿lo queremos realmente?

Los griegos, que demostraron ser unos tipos muy listos, hablaban ya de la economía; es decir, del gobierno de la casa (oikos=casa + nomos=organización o ley). En la época helenística, la casa englobaba a la familia, siervos y esclavos que configuraban una unidad de producción y comercio. Luego el término se generalizó hacia las actividades de extracción, producción, intercambio, distribución y consumo de bienes y servicios en las sociedades. De hecho la gran obra de Adam Smith, padre de la economía moderna, fue La economía de las naciones.
El término ecología, mucho más moderno, nos habla también del oikos, del estudio de la casa del hombre, la naturaleza.
La conexión entre ambas disciplinas es evidente: ambas comparten la relación del hombre con la naturaleza como clave. En el caso de la economía, de la naturaleza el hombre extrae los recursos, base para su actividad al mismo tiempo que el propio entorno condiciona las necesidades de la población ahí situada (un factor que se diluye en la globalización actual). En la ecología se estudia la influencia del hombre en la transformación de la naturaleza, a la que somete para adaptarla a sus necesidades.
El problema, normalmente, es la falta de visión “panorámica” y de equilibrio.
El ser humano ha conseguido evolucionar desde la época prehistórica por su capacidad de adaptación y por su inteligencia aplicada a “domesticar” un entorno hostil y a crear herramientas que nos facilitan o mejoran la calidad de vida.
Sin embargo, en esta carrera hacia delante, parece que hemos perdido el rumbo. Hemos trasladado el centro: del hombre (hablamos del hombre no como ser individual aislado sino como el conjunto de miembros de una comunidad) al dinero.
El objetivo de la economía ya no es satisfacer las necesidades de las personas, sino generar riqueza. Así actualmente escuchamos con frecuencia que es necesario desregular los mercados, que no debería haber un salario mínimo, que los nuevos tiempos demandan más flexibidad laboral... es decir, que no importan los trabajadores, sino la cuenta de resultados. 


Lo mismo pasa en el campo ecológico. Ya no buscamos crear un entorno seguro y cómodo para la vida, sino que miramos los espacios naturales bajo el prisma del dinero. Aunque cada vez se habla más de sostenibilidad, se sigue favoreciendo el uso de combustibles fósiles, se patentan recursos naturales, se destruyen ecosistemas, se potencia la obsolescencia... todo para ganar más (hoy, porque mañana ¿habrá recursos?), no para que vivamos mejor. Es más, nuestra calidad de vida disminuye al vivir en entornos cada vez más degradados e insalubres.
Economía y ecología deben encontrarse de nuevo. Y sólo lo pueden hacer humanizándose. Es necesario volver a situar al hombre como centro y su bienestar como objetivo. De esa manera conseguiremos pensar y actuar globalmente, estableciendo una relación equilibrada con la naturaleza y desarrollando una verdadera ética del bien común.

Querer vivir mejor nos obliga a ser responsables de nuestras decisiones, de nuestros actos. No podemos sustentar nuestra calidad de vida sobre la miseria de otros ni podemos conservar nuestro entorno a costa del entorno del vecino. La ignorancia, la apatía o la comodidad no son justificaciones válidas para mantener un sistema ineficaz y autodestructivo.
Cada vez que encendía un cigarro sabía que era perjudicial para mi salud (y mi bolsillo) y la de los que estaban a mi alrededor, pero las consecuencias las veía lejanas y difusas; estar más cansada, tener menos capacidad pulmonar, estar pensando en salir a fumar en el trabajo, en el cine, en la casa de algunos amigos... era normal. Pensaba que no podría vivir sin fumar.
Pensamos que nuestra forma de vida es normal, que no podemos vivir de otra manera. Pero no es cierto. Nosotros podemos cambiar el mundo; pero hagámoslo ya, si no, esas “remotas” consecuencias nos pueden dejar sin futuro.

3 comentarios:

  1. Lo importante, son las personas, como decías en tu primera entrada; pero también es importante su entorno, porque un entorno sano en todo los aspectos, marca una gran diferencia en el desarrollo de las personas que somos y seremos, y por supuesto, en las personas que serán nuestros hijos, y sus hijos... Y como bien dices, a fin de cuentas, sin entorno, no hay personas, y ahora es un momento ideal para sembrar las semillas de un gran cambio.

    Enhorabuena por el blog, me resulta muy interesante!

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  2. Recién te acabo de descubrir, y te confieso que me atraes. Bien es cierto que no tanto tu persona como tu pluma. Ello porque no tengo el gusto de conocerte, claro. Jeje.
    Permites confluir y, a la vez, polemizar, por lo que espero sigas escribiendo estos lindos y provechosos pensamientos. Cuando alguien que, como yo, miembro de EQUO, escucha los cantos de sirena que desea oir, vuelve a enviar de nuevo cuantas veces pueda la barcaza cerca de las sirenas aunque estalle contra la rompiente....Gracias

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