¡Feliz Año Nuevo a
todos! Espero que lo hayáis pasado estupendamente y que estéis
cargados de energía e ilusión para el 2015.
Muchos tendréis
grandes propósitos para este año; otros, midiendo fuerzas, os
habréis planteado cosas sencillas; alguno, descreído, habrá
renunciado a lo que considera una misión imposible. Sin embargo, es
bueno reflexionar sobre los aspectos que queremos mejorar en nuestra
vida porque, aún sin lograrlo plenamente, nos sirve de guía y de
motivación especialmente cuando nos sentimos tentados a dejarnos
llevar por la corriente a la deriva.
De manera colectiva,
como sociedad, también deberíamos hacer nuestra lista de buenos
propósitos para el 2015. No deseos que nos pueda conceder un genio o
resolver otro, sino proyectos que como sociedad podemos llevar a
cabo.
Ser una sociedad más equilibrada, más reflexiva.
Ser una sociedad más equilibrada, más reflexiva.
El Roto |
Nos hemos acostumbrado a
la inmediatez que nos proporciona nuestro modo de vida. Si quiero
hablar con alguien siempre está localizable -yo soy joven, pero
todavía recuerdo cuando en mi pueblo sólo había un teléfono y nos
venían a buscar a casa si teníamos alguna llamada- y si no contesta
nos irritamos (¡vaya con el doble check!). Nuestros deseos y
apetencias condicionan nuestra vida ya que todo es accesible al
momento. ¿Dónde quedó el refresco de la comida del domingo o el
postre especial de los cumpleaños? ¿Dónde quedó la ilusión por
ese regalo que esperabas desde hace meses en tu zapato? Hoy ya está
pasado de moda.
Igualmente, somos rápidos
para juzgar y para opinar y sin mesura, porque si nos equivocamos no
pasa nada, en seguida queda olvidado. Y, como todo se mide según
nuestras apetencias, dejamos que la pasión se desborde y que apenas
deje un resquicio a la razón, alimentando los extremos, pues el
equilibrio requiere tiempo y reflexión. Así, no es extraño que
cuestionemos hechos “¡porque opinamos que no estamos de acuerdo!”
o, por ejemplo, que hagamos arengas violentas contra los violentos.
Ser una sociedad más
equitativa, más generosa.
El bien común debería
ser nuestra estrella del norte. Cuando dejamos de mirarnos el
ombligo, cuando pasamos de ver a los demás como rivales a verlos
como compañeros, parte de la tensión en la que vivimos desaparece.
Pocas personas disfrutan perjudicando al resto; sin embargo, todos en
algún momento hemos hecho daño a alguien porque estábamos
centrados sólo en nosotros y en nuestras razones.
Estamos acostumbrados a
medir nuestro éxito, incluso nuestra felicidad, en comparación con
el del vecino. Como si de una balanza se tratase, ponemos nuestros
intereses enfrentados a los del resto. Sin embargo, las mayores cotas
de satisfacción se alcanzan cuando son compartidas.
Ser una sociedad más
ecologista, más respetuosa.
Hay muchas cosas que
podemos hacer nosotros para mejorar el entorno en el que vivimos.
Gestos sencillos para ahorrar energía, reciclar, compartir el coche,
usar la bicicleta, cerrar los grifos...; pero también con nuestra
cesta de la compra podemos transformar el mundo. Exijamos productos
hechos respetando el entorno y, por supuesto a las personas.
Compremos productos duraderos, reutilizables, o, simplemente
empecemos a dar valor a lo que compramos. Si no acumulamos tanto,
podemos pagar más por lo que verdaderamente necesitamos.
Y, por supuesto, seamos
limpios y respetuosos, no sólo con la naturaleza; sino en nuestros
pueblos y ciudades. Cuidemos y valoremos el lugar donde vivimos;
porque sí, a lo mejor, es responsabilidad del ayuntamiento que las
aceras estén bien, que haya papeleras o que el césped esté
cuidado; pero... ¿eso nos da derecho a tirar la basura al suelo o a
llevarnos las plantitas que ponen en las rotondas?
Ser una sociedad más
positiva, más productiva.
Ya lo decía Viktor
Frankl en su libro El hombre en busca de sentido (por
cierto, os lo recomiendo), incluso ante las situaciones más extremas
el hombre siempre tiene capacidad de elección.
Es cierto que las
circunstancias son muy difíciles para mucha gente. Y, para colmo,
mientras ves lo fáciles que son para unos pocos. Podemos regodearnos
en la frustración; podemos lamentarnos, enfadarnos, indignarnos;
podemos rebelarnos, instalarnos en la crítica; podemos hundirnos...
pero también podemos sonreír, arremangarnos y trabajar para cambiar
las cosas. No es cuestión de buscar culpables, sino de saber que
nosotros somos los responsables de nuestro futuro.
Yo este año voy a
hacer acto de constricción e intentar aplicarme el cuento. Porque
¡qué difícil es todo lo que he propuesto!
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