Yo no soy Charlie, ni
falta que hace. No hace falta compartir sus opiniones ni su forma de
expresarlas para condenar lo ocurrido. Todo asesinato es execrable.
No cabe duda de que el
objetivo fundamental de los asesinos era infundir el terror en la
sociedad occidental. Ya no es Boko Haram en Nigeria (y todo el centro
de África) o el Estado Islámico en Siria e Irak, son unos
terroristas fundamentalistas franceses, en su propio país, en
Europa, en Occidente. La unidad
contra
el terrorismo
y en defensa de los valores democráticos y la libertad de expresión
es básica. La manifestación en París de los jefes de Estado y de
gobierno junto con otros representantes políticos y religiosos no
fue una hipocresía, sino una obligación.
Pero éste no es un
artículo sobre Charlie Hebdo, sino sobre la libertad de expresión.
La
libertad, también la de expresión, como toda acción humana no es
absoluta. Olvidemos de una vez esa visión infantil y egocéntrica de
que si soy libre tengo derecho a hacer o decir todo lo que me da la
gana, porque no es así. No tengo derecho a ofender a los demás, ni
a dañarlos, ni a injuriarlos, ni a insultar sus creencias
(no sólo religiosas). Porque los demás, como yo, tienen derecho a
ser respetados.
Ha
quedado perdido dentro del comentario del Papa pero, como bien dijo,
“cada
persona no sólo tiene la libertad, sino la obligación de decir lo
que piensa para apoyar el bien común”. Tengo derecho a expresarme
libremente porque tengo derecho a ser constructor de pensamiento,
puedo y debo ser partícipe y transformador de la realidad; pero no
destructor. Es evidente que la libertad de expresión no puede
esgrimirse para dañar
o perjudicar a otros (por ejemplo, difamando, hostigando...) ni para
incitar al odio o a la violencia.
Siguiendo
con el ejemplo que utilizó el Papa, nos es lo mismo que te rías de
cómo se viste mi mamá, o de cómo cocina o del carácter que tiene;
a que la insultes. En el primer caso puede que no me parezca muy bien
y que te replique, o puede que hasta me ría contigo. En el segundo
no esperes que vuelva a dirigirte la palabra.
¿Qué
consecuencias debe tener el abuso de la libertad de opinión? ¿La
reprobación social? ¿Una pena? Y, ¿cuál? ¿una multa? Lo que no
ofrece dudas es que el precio por tergiversar la libertad de
expresión nunca puede ser un castigo físico, menos aún segar una
vida. Ninguna idea, ninguna opinión vale una vida.
Algunos
acostumbran a ejercer su libertad de expresión sin pensar que
podrían hacer uso primero de su libertad de pensamiento. Hay
deslenguados que pululan en las redes sociales con la antorcha
siempre presta por si hay que convertirse en turba. Su historial de
comentarios está habitualmente cargado de bilis que escupen a
diestro y siniestro. Suelen eregirse en adalides de la libertad de
expresión y denostan con saña a los que osan a opinar de manera
diferente a ellos.
Por suerte, en España es
posible expresarse libremente (dentro de los límites que marca la
ley, como es lógico en un estado de derecho) y gracias a esto hoy
podemos leer sus opiniones igual que estás leyendo la mía.
Y sí, el ahora famoso
Facu Díaz ha tenido que declarar ante un juez por un sketch, pero
con eso se ha zanjado el asunto, como es normal. Y, por supuesto, el
código penal recoge límites a la libertad de expresión; los que
han legislado los políticos elegidos democráticamente de acuerdo,
en principio, con el sentir popular. En cualquier caso, ahí estamos
los ciudadanos que podemos votar a quien creemos que va a gestionar
mejor la organización común y el patrimonio y que va a legislar de
manera más adecuada.
Y, por supuesto, es
cierto que la famosa ley mordaza es una abominación del actual
ejecutivo, pero ¿por qué? No ya porque limite formas de ejercer la
libertad de expresión, entre otras cosas; sino porque usurpa a la
justicia la capacidad de determinar si se procede de acuerdo a la ley
o no, dejándolo en manos de la administración que se erige como
juez y parte, y poniendo duras sanciones económicas en función de
la supuesta gravedad y reiteración de los hechos, alejadas de las
multas judiciales que siempre tienen en cuenta la capacidad económica
del reo.
Afortunadamente,
disponemos de cauces para expresar nuestras reflexiones buscando
mejorar nuestra realidad.
Los lectores de
Charlie Hebdo dicen que la sátira nos lleva a reflexionar sobre
cosas que damos por sentadas y que es un revulsivo social. Lo que
está claro es que a quien no le guste, no hay mejor desprecio que no
hacer aprecio. Con eso basta.
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