Resulta llamativo que
tantas grandes mentes pensantes de nuestro país no sepan que federar
significa unir. Y unir lo que ya está unido... Me recuerda a esas
películas de sobremesa dominical donde parejas casadas en Las Vegas
deciden tener una boda tradicional; pero que, para poder hacerlo
“bien”, con el boato debido, y para darle más realismo, antes se
divorcian.
A perro flaco todo son
pulgas. La crisis global nos ha arrollado y sus embravecidas aguas
han sacado a la luz la mierda del fondo. Los eres de la Andalucía
socialista, los gürtel peperos de Madrid y Valencia, los pujoles de
Cataluña y CiU... hacen el aire irrespirable, se pone la monarquía
parlamentaria a caldo y parece que el pacto constitucional del 78
está caduco en una España que se resquebraja.
Cada vez son más las
voces que abogan por un estado federal como lugar de encuentro para
las distintas “sensibilidades” nacionales.
A un estado federal se
llega cuando varios estados acuerdan unirse y crear un gobierno
conjunto al que se le atribuyen determinados poderes que se pueden ir
ampliando (tendiendo, de hecho, cada vez a una mayor integración).
Por lo tanto, hay dos premisas comunes en los estados federales: la
existencia previa de unos estados plenos que continuarán teniendo
los poderes que no transfieran al federal y la simetría en las
competencias cedidas y conservadas. Además, una vez aceptado el
pacto integrador, no suele admitirse el derecho a la separación.
Véase la guerra de secesión estadounidense cuando los estados del
sur quisieron proclamar su independencia.
El Roto |
Ahora bien, en España no
hay pluralidad de estados desde la época de los Reyes Católicos.
Así que ¿cómo lo hacemos? Desde luego, una opción es estrellar el
país para que se rompa en pedazos (quién sabe cuántos saldrían)
que poder volver a unir estéticamente con la cola federalista. Pero
puede que se pierda algún pedazo o que ya no encajen bien. Además,
al no existir España, todos fuera de la UE. A ver luego cómo nos lo
montamos para que nos vuelvan a admitir... juntos, en grupitos o por
separado.
Por eso, hay quien dice
que, aplicando la técnica del trampantojo, se reforma la
Constitución, se reconoce la entidad nacional de las regiones y se
las convierte en estados y como ya estamos unidos, ya estamos
federados. Estado federal Español. Únicamente falta el tema de los
poderes que ahora son de los estados federados, pero con dejar la
representación nacional, la política exterior y la defensa a la
federal, listo. ¡Viva la deconstrucción virtual!
Pero, claro, ¿y las
“sensibilidades” nacionales? ¿quedarán satisfechas?
¿Cómo puede un estado
federado manifestar su singularidad histórica (o mítica) y
diferenciarse de los otros sin ciertos privilegios o asimetría en la
federación? ¿Los demás estados, ahora plenipotenciarios, van a
permitirlo? Y, en el caso de aceptarse una vinculación desigual,
¿quién determinará qué estado es más especial y, por ende, con
más derechos? Además, ¿aceptarán sus dirigentes políticos no
ostentar todo el poder y no poder tener sus propias embajadas o sus
selecciones nacionales, por ejemplo; o en sus viajes no recibir
honores de estado? ¿Converger en políticas comunes federales no
seguirá siendo la disculpa de sus propios males?
Puede que el trampantojo
federal sirva para establecer definitivamente los límites de las
distintas entidades políticas, pero ¿acabará con las pulgas de la
corrupción, de los problemas económicos, del paro, o tan siquiera
con las malas pulgas de los nacionalismos?
El truco, quizás, sea
alimentar al perro; es decir, sanear el país y fortalecerlo con
reformas económicas y políticas que favorezcan a las personas y no
a los chupópteros varios.