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viernes, 15 de agosto de 2014

Gaza y el valor de la vida humana

El ser humano puede llegar a ser terriblemente necio. Es capaz de atesorar razones como si fueran diamantes para justificar su degeneración. Pero ninguna idea vale una vida. Ningún fin. Ninguna fe. Ninguna nación.

Una vez más nos llegan desde Israel y Palestina noticias de muerte y devastación, de cómo está siendo desolada Gaza. Las imágenes nos muestran al pueblo palestino desangrándose, sin refugio, desgarrado de dolor. Mientras, los periodistas nos hablan de un ejército israelí en guerra contra “objetivos terroristas-extremistas”.
En aproximadamente un mes, el ejército de Israel ha matado (asesinado) a casi 2000 palestinos, la mayor parte civiles; y Hamas ha matado (asesinado) a 67 israelíes, 64 de ellos militares. Esto no es una guerra. Y menos aún una guerra justa, si es que puede haber justicia en una guerra.
Netanyahu invoca el derecho a defenderse de los ataques terroristas. Con un presupuesto militar enorme, con armas sofisticadas, como los drones o su famoso escudo anti-misiles, con un sentimiento de pueblo que no conoce fronteras (los judíos de todo el mundo sienten Israel como suyo) y con la aquiescencia de otros países hija de la mala conciencia o de los intereses económicos y políticos; Israel se siente todopoderosa. Su gobierno actúa sembrando el terror indiscriminadamente, al tiempo que justifica las masacres de inocentes. Niños, mujeres y ancianos son “escudos humanos”. Barrios residenciales, hospitales o escuelas de la ONU son nidos de terroristas. Tampoco duda en utilizar a sus propios ciudadanos (que no militares) para colonizar Palestina haciéndoles cómplices de su abyecta política expansiva.
Hamas y otros movimientos palestinos proclaman su derecho a luchar contra el invasor. Sin embargo, con sus acciones ¿qué consiguen? Lanzan misiles “de represalia” contra Israel (que por suerte son interceptados en su mayor parte); así, en general, porque no es contra objetivos militares concretos. Y con eso desencadenan una oleada aún mayor de ataques contra la población palestina. Es incomprensible, es como pisarle un pie al matón del barrio. ¿Cómo creen que va a reaccionar? Además, en su demencial visión incitan y aplauden a los “mártires” de la causa nacional. Se aprovechan de la desesperación, la necesidad y el dolor de los palestinos para empujarlos contra Israel. Cada niño que mata Israel es una justificación para la aciaga existencia de Hamas.
Tanto el Estado de Israel como Hamas son unos totalitarios, asesinos, terroristas que sacrifican a sus pueblos en aras de sus respectivas naciones. No importa que uno sea poderoso y el otro débil (si Hamas pudiera, su daño sería muchísimo mayor), ambos comparten su ignominia y el escaso valor que dan a la vida humana.


Desde la creación del estado de Israel hace ya 66 años, esta zona de Oriente Próximo no ha conseguido convivir en paz. ¿Cómo puede un hermoso sueño, una tierra donde los judíos no fueran perseguidos, convertirse en una pesadilla? ¿Cómo se transforma un pueblo de víctima en verdugo? ¿Cómo unos fanáticos asesinos pueden hacerse no sólo con la voluntad de un pueblo (comprensible por la nefasta situación a la que se ven sometidos) sino con las simpatías de movimientos por todo el mundo que son capaces de condenar la violencia de Israel y defender la de Hamas?
Y lo que es más importante, ¿cómo se soluciona esto? ¿cómo acabar con esta sinrazón? ¿cómo conseguir la convivencia pacífica con tantas heridas abiertas?
El bien común sólo se consigue sobre una base sólida: el valor de las personas. No está el conjunto por encima de sus miembros, sino a su servicio, ya que lo que busca es el mayor bienestar para todos y cada uno de ellos. Por lo tanto, no hay lugar para mártires, víctimas del dogmatismo. Su sangre sólo riega la semilla del odio.
La violencia no se combate con violencia, como el fuego no se combate con fuego. La locura de Netanyahu y su gobierno y la de Hamas sólo pueden ser derribadas del poder por sus propios pueblos con el apoyo (moral y político) del mundo entero. Si Israel y Palestina quieren, pueden convertirse en Estados de derecho, modernos, abiertos y aconfesionales, donde los delitos se juzgan en los tribunales y donde todos tienen derecho a existir, a vivir con dignidad, independientemente de su religión o de la procedencia de sus ancestros.

En un mundo ideal, los asesinos de uno y otro lado acabarían en la cárcel y cada damnificado recibiría una compensación a sus padecimientos. Lamentablemente, lo más probable es que nada de esto vaya a suceder. Sin embargo, por muy dolorosas que sean las heridas, es necesario pensar en el futuro y apostar por uno mejor, sin violencia, donde todos puedan estar incluidos. Un futuro donde ninguna idea impida que dos niños sean amigos.

Cuando era pequeña, mi padre tenía una cinta de música sefardí. Recuerdo una versión del Hava Nagila que decía algo así: “quiero daros la esperanza de que al fin pueda el mundo ser feliz”.

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