Hace apenas unos días, en un
acto de presentación de Equo, dos personas se disculparon conmigo por haber
tenido relación con el catolicismo en el pasado. En un caso, por haber
bautizado al hijo (hoy ya un joven adulto) y, en el otro, por haber estudiado
en un colegio de curas. Está claro, ser cristiano no está de moda en el sector
“progre”. Debe de ser casi tan malo como ser monárquico o, incluso, empresario.
Vivimos en una sociedad
tremendamente contradictoria –algo que no se puede circunscribir sólo a
España–. Por un lado, hay un cierto hastío y relajación moral que se acomodaron
en la época de bonanza. Por otro, un puritanismo avasallador.
Es curioso que los interminables
casos de corrupción afloren justo cuando se acabó el “cash”. Quizás
antes no sabíamos ponerles número, pero quién era ajeno al amiguismo, al
despilfarro, a la enorme casa nueva, empresa o lo que fuere que de pronto había
montado fulano “de la nada”. Quién no conocía al típico cenutrio que trabajaba
en el ayuntamiento porque tenía un primo... Quién no sabía que el delegado
sindical de su empresa en sus horas sindicales se iba de cañas o de compras.
Quién no sabía que detrás de un “gran hombre” había un padrino (o varios) con
una montaña de trapos sucios. Quién no se pasmaba de cómo los gobiernos
desmantelaban y regalaban a sus compinches uno tras otro las empresas públicas.
Quién no sabía que las fundaciones (o cajas o empresas públicas, etc.) eran un
mamoneo de los –en teoría– encargados de velar por ellas. Y podríamos seguir
así hasta el infinito. Pero no pasaba nada entonces y, aparte del lógico cabreo
y el papeleo en los tribunales de justicia, apenas pasa nada ahora.
Al mismo tiempo que asumimos
rebotados esa realidad de la que formamos parte, buscamos con obsesión de
censor las faltas de coherencia o rigor de las personas que defienden sus
ideales de un mundo diferente. Sin ir más lejos, en una entrevista que le
hicieron a Juan López de Uralde en la radio a colación del citado acto de
presentación de Equo, le sacaron como incoherencia ser omnívoro. No sé qué
concepto tendría la periodista (y muchos otros) de lo que es el ecologismo,
desde luego, no lee este blog.
Y con la religión pasa lo mismo.
Se presupone y exige que toda persona creyente tiene que ser inmaculada. Debe
ser abnegada, generosa, humilde... y todo un compendio de virtudes
cuasi-divinas. ¡Benditos ateos! En cuán alta estima tienen a la religión, para
exigir tanto a sus pobres pecadores.
La cultura occidental ha bebido muchos
de sus valores del cristianismo. La fe, como otras áreas del ser humano, ha
impregnado el arte, la filosofía, la cultura, el folclore, etc. Renegar de todo
lo que representa es como renegar de nuestro pasado. Es como el hijo de
agricultor que al irse a vivir a la ciudad, desprecia sus raíces. No hace falta
que vuelva al pueblo; pero será más feliz si suma sus experiencias y los
conocimientos que le aportan.
No cabe duda de que queremos un
mundo laico, donde tengan cabida todas las creencias, como todas las
manifestaciones culturales, artísticas, políticas... siempre que respeten el
estado de derecho. Y, por suerte, la religión se va quedando en el ámbito
privado de la sociedad civil, que es donde realmente es libre; aunque haya
algunos dogmáticos (gran parte incapaces de bajarse de la atalaya del púlpito)
que no entienden que la fe es amor y respeto, nunca un yugo o una imposición.
Así, ser ecologista y pensar en
el bien común es una forma de ser cristiano, porque es una forma de amar y
respetar a todos los seres humanos y la casa donde vivimos. Gracias a Dios, estos
valores cristianos hoy son universales; por lo que no es necesario ser creyente
para ser ecologista o para luchar por el bien común. ¡Qué liberador poder ser
uno mismo!