El Roto -El País |
Acabamos de estrenar
la campaña electoral de las elecciones municipales y autonómicas y
los mensajes ya nos suenan machacones y las palabras huecas. Es el
momento de los coches paseando sus soniquetes, de los mítines, de
los políticos en la calle como caracoles al sol después de la
lluvia... Y de continuar la tarea de la precampaña en la que los
partidos y sus prohombres (y alguna que otra mujer) han acampado en
los medios de comunicación para hacernos llegar su visión y su
misión política.
Es tiempo de promesas
y de apelar a los sentimientos para que compremos futuros de
cartón-piedra llenos de felicidad, prosperidad y victoria.
En este año, vamos a
renovar una de las tres patas de la organización
social (gobierno, poder
económico y sociedad civil): la del poder político. Desde el
gobierno municipal hasta el nacional, nuestro voto va a decidir quién
va a ser el garante del bien común.
Durante la campaña el
ciudadano tendrá que escarbar entre la opinión disfrazada de
información, entre las promesas electorales y entre las
descalificaciones a los otros partidos para encontrar los cimientos
sobre los que asentarán su actuación política los diferentes
partidos, agrupaciones y coaliciones en la medida en que consigan más
o menos poder.
Algunos sostienen que,
cuanto más fina y esbelta sea esta pata del poder político, los
mercados y el sector privado podrán crecer más y proporcionar más
trabajo y beneficios a la sociedad.
Otros creen que el
gobierno debe enlazarse a la sociedad civil, de esta manera la sabia
de ésta fortalecerá el poder político frente al sector privado y a
su vez el gobierno la favorecerá siendo impulsor del proyectos,
educando en el activismo, etc.
Por supuesto, hay quienes
creemos que si se pierde el equilibrio, más aún si se
busca expresamente engordar o atrofiar alguna de las tres patas, la
sociedad se deteriora.
En estos días vamos a
oír propuestas concretas; pero, sobre todo, esbozos de principios de
actuación: van a favorecer esto, van a controlar aquello, van a
promover lo otro... Sin embargo, los ciudadanos tenemos que ser
conscientes que el gobierno no es absoluto y que está limitado por
otros poderes (incluso las mayorías absolutas están condicionadas
por los mercados, las decisiones de entes políticos superiores,
etc.) y por las circunstancias de cada momento.
Es cierto, que los
políticos tienen que postularse como ganadores para poder serlo y
que tienen que hacer un alarde de un poder mayor al que realmente
tienen. Y, por si fueran pocas las limitaciones con que se encuentran
a nivel local, regional o nacional, vivimos en un mundo globalizado;
aunque sólo en parte. El sector privado de las grandes empresas
trasnacionales y de los mercados financieros ha globalizado el mundo:
las comunicaciones, los productos, la producción, etc. Han
formado un sólido y vasto pilar económico global para una sociedad
globalizada. Sin embargo, no hay un poder político coordinado que
vele por los intereses de los ciudadanos del oikos planetario; y no
hay una sociedad civil fuerte que marque su impronta.
Es el momento de
estructurar las tres patas de la sociedad universal. Ese es el
verdadero cambio del que no se oye hablar. Tomemos las riendas del
futuro y veamos en qué mundo queremos vivir.
Es el momento de
comprometernos, de organizarnos civilmente de manera global para
defender un mundo más humano, equitativo y sostenible.
Pero, sobre todo, es el
momento de llevar a nuestros ayuntamientos, diputaciones y autonomías
un proyecto que no se pare ahí, que partiendo del cuidado y de la
gestión responsable de lo cercano se expanda y que se coordine a
nivel global recuperando el poder que han acaparado los mercados.
EQUO es un proyecto con
proyección global, integrado en el Partido Verde Europeo, asentado
sobre los cimientos de la ecología y la equidad social. Parece un
buen comienzo.
Hay un capítulo de
Los Simpson en el que Bart quiere crear un ejército para enfrentarse
a los matones del colegio. Reúne en su casa del árbol a todos sus
compañeros, maltratados como él por Nelson y sus secuaces, y
comienza su arenga: “no puedo prometeros la victoria...” Ante la
desbandada, recula y se lanza a prometer lo que quieren oír.
A veces, lo peor de
las promesas no es que no se cumplan, sino el coste de que sí lo
hagan.
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