Hace
unos días, tomando un café con dos amigas, hablábamos de este blog
y del panorama actual. Una de ellas, a la que vemos poco porque vive
en Madrid (luego vive ajena a mis diatribas), nos pedía que no la
dejásemos en la angustia del análisis de la situación. Hace años
que desterró de su vida la tele y buscando la paz espiritual evita
en la medida de lo posible las noticias políticas y económicas que
le puedan llegar por otros medios. Así que, ante un retrato
ciertamente poco halagüeño, nos reclamaba un atisbo de solución,
de esperanza.
La
globalización nunca ha gozado de muy buena fama. Ya a finales del
siglo (y milenio) pasado, los movimientos
antiglobalización
se manifestaban en todos los foros políticos y económicos (Davos,
FMI, G7...) que concentraban a los principales detentores del poder.
Reclamaban humanidad frente al capital; solidaridad frente a usura,
perdón, quiero decir beneficio; y límites a la voracidad de las
grandes multinacionales. También aparecieron los movimientos
ecologistas
internacionales que nos llamaban la atención sobre cómo estábamos
destrozando globalmente
nuestra casa.
Sin
embargo, como decía en la entrada el oikos planetario,
la globalización es un hecho, un proceso imparable que pone de
relieve a escala mundial la idiosincrasia del hombre: los egoísmos
de algunos; la picaresca y la triquiñuela junto a la indolencia y
laxitud de muchos; y la asombrosa capacidad de justificar lo
injustificable llegando, incluso, al autoengaño.
Sampedro y Hessel |
La
actual crisis ha sido la guinda de esta tarta que nos han aplastado en la cara. Y las reacciones
no se han hecho esperar. Desde los indignados de Hessel
y Sampedro
(una delicatessen histórica la lucidez de aquellos dos nonagenarios)
cuya base es la movilización
ciudadana; a movimientos nostálgicos, como en Francia o en Inglaterra los
antieuropeístas
que añoran el esplendor nacional, pero también otros movimientos
nacionalistas
como el catalán, el escocés o el padano que sueñan una tierra
mítica, e incluso otras formaciones racistas, xenófobas, homófobas,
sexistas... que se reconocen tan despreciables e inútiles que tienen
miedo a todos los demás y penan por un contexto que nunca existió
donde no parecer pusilánimes; pasando por movimientos
regenerativos:
de la izquierda (Movimiento 5 estrellas, Syriza, Podemos...) y de la
democracia (algunos con recetas de más austeridad para contentar a
los mercados, otros de mantener el estado de bienestar primando lo
social y otros -o los mismos- oteando el cielo en busca de la
república salvadora).
Es
decir, un guirigay. Y la confusión es el caldo de cultivo de
populismos,
mesianismos
y milenarismos
como ya sucedió en la crisis del capitalismo industrial del 29, que
afectó a todo el espectro social: proletariado, clases medias,
ejecutivos, empresas... y que tuvo respuestas como el nazismo, el
fascismo o una nueva expansión de los movimientos marxistas. Pero
también hubo correcciones
del capitalismo como el New Deal de Roosevelt (que consiguió, por
ejemplo, el control bancario, la implantación del subsidio de
desempleo, mejoras laborales, etc.) inspirado en las teorías
intervencionistas de Keynes.
Pues
bien, evidentemente yo
no tengo la solución
a los problemas actuales, porque tampoco tengo el remedio a las
debilidades humanas. Sin embargo, sí que veo esperanza. Porque en
realidad, como he intentado explicar a lo largo de estas últimas
entradas del blog, no es la primera vez que la sociedad se enfrenta a
un cambio global en nuestra forma de vida: económico, político,
moral, ecológico...
Ya
sabemos cuál es la
pauta.
La increíble capacidad creativa del hombre impulsa avances
tecnológicos tales (internet, móviles, biotecnología,
nanotecnología, nuevas fuentes de energía...) que transforman la
organización humana. Esto trae consigo confusión: los viejos
modelos sociales intentan adaptarse a la nueva situación, o mejor
dicho, intentan adaptar la nueva situación a sus viejos modelos. El
resultado es el mismo que intentar poner una piedrecita para detener
un torrente. Además la nueva situación pone de relieve los defectos
de la antigua y, como si hubieran abierto el telón en el descanso,
vemos los tejemanejes del escenario y a los poderosos salvando lo
propio y lo ajeno ante un público estupefacto. Y, ante semejantes
desmanes, unos abuchean, otros suben al escenario a ver si queda
algo, algunos tiran tomates y otros claman al cielo. Y así estamos
entretenidos en nuestras pequeñas miserias locales y nacionales,
buscando nuevos actores para una obra que ya no está en cartel.
La siguiente fase es constatar que en paralelo a los nuevos avances,
aparecen las fuerzas encargadas de impulsarlos. En este caso,
amparadas por los poderes tradicionales, engordaron como
colonizadores económicos de estados débiles y poco regulados.
Cuando estalla la crisis (provocada ésta por su inagotable necesidad
de combustible financiero) y con ella el miedo y el desconcierto, se
posicionan como la voz de autoridad con una pléyade de economistas
que aseveran que la suya es la única vía plausible para ¿volver? a
la normalidad.
Ahora bien, sabemos que eso no es cierto. La economía no es más que
una forma organizativa de la actividad humana, luego no existe un
modelo bueno, sino que cada momento y contexto puede tener distintas
formas de abordarlo igualmente válidas.
No
nos cansamos de escuchar que estamos en un momento
histórico.
Efectivamente. Pero ¿queremos subirnos al carro de los que se
aferran al pasado como un sesentón vestido de adolescente? ¿queremos
agradar a los mercados a ver si así la toman con otro y nos dan un
respiro? ¿queremos enaltecer a los que nos dicen que recogen
nuestras inquietudes pero no manifiestan con qué intenciones?
¿queremos contentar a todos para repartir la decepción entre
muchos? ¿queremos hacer lo mismo de siempre confiando que esta vez
cambie el resultado?
Yo
creo que lo primero que debemos es entender que ha cambiado el
tablero de juego. Hemos globalizado la partida y esto nos tiene que
llevar a pensar
globalmente.
Los mercados, empresas y fondos financieros ya se manejan
internacionalmente con mucha soltura. Les vamos a la zaga. Tenemos
que buscar cómo organizarnos globalmente en todos los ámbitos,
reflexionar sobre el modelo de sociedad global que queremos tener y
ejercer ese poder social global que es mucho mayor que el de los
mercados, que deben volver a ser un instrumento de aquella.
Le
cuento a mi amiga que no hay manera de sustraerse de la realidad, así
que lo mejor es conocerla lo mejor posible para que no nos tomen el
pelo. Que las utopías son eso y que no quiero que me vendan motos.
Que el futuro, como el presente y el pasado se basan en el afán del
hombre de trasformar su entorno para vivir mejor, y que siempre ha
existido la lucha para conseguir que mejoren las condiciones para
todos y no para unos pocos a costa de otros muchos. Y curiosamente
ahí está el equilibrio, en no olvidar que somos muchos.
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