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jueves, 24 de julio de 2014

La globalización. Solución: globalización

Hace unos días, tomando un café con dos amigas, hablábamos de este blog y del panorama actual. Una de ellas, a la que vemos poco porque vive en Madrid (luego vive ajena a mis diatribas), nos pedía que no la dejásemos en la angustia del análisis de la situación. Hace años que desterró de su vida la tele y buscando la paz espiritual evita en la medida de lo posible las noticias políticas y económicas que le puedan llegar por otros medios. Así que, ante un retrato ciertamente poco halagüeño, nos reclamaba un atisbo de solución, de esperanza.



La globalización nunca ha gozado de muy buena fama. Ya a finales del siglo (y milenio) pasado, los movimientos antiglobalización se manifestaban en todos los foros políticos y económicos (Davos, FMI, G7...) que concentraban a los principales detentores del poder. Reclamaban humanidad frente al capital; solidaridad frente a usura, perdón, quiero decir beneficio; y límites a la voracidad de las grandes multinacionales. También aparecieron los movimientos ecologistas internacionales que nos llamaban la atención sobre cómo estábamos destrozando globalmente nuestra casa.

Sin embargo, como decía en la entrada el oikos planetario, la globalización es un hecho, un proceso imparable que pone de relieve a escala mundial la idiosincrasia del hombre: los egoísmos de algunos; la picaresca y la triquiñuela junto a la indolencia y laxitud de muchos; y la asombrosa capacidad de justificar lo injustificable llegando, incluso, al autoengaño.


Sampedro y Hessel
La actual crisis ha sido la guinda de esta tarta que nos han aplastado en la cara. Y las reacciones no se han hecho esperar. Desde los indignados de Hessel y Sampedro (una delicatessen histórica la lucidez de aquellos dos nonagenarios) cuya base es la movilización ciudadana; a movimientos nostálgicos, como en Francia o en Inglaterra los antieuropeístas que añoran el esplendor nacional, pero también otros movimientos nacionalistas como el catalán, el escocés o el padano que sueñan una tierra mítica, e incluso otras formaciones racistas, xenófobas, homófobas, sexistas... que se reconocen tan despreciables e inútiles que tienen miedo a todos los demás y penan por un contexto que nunca existió donde no parecer pusilánimes; pasando por movimientos regenerativos: de la izquierda (Movimiento 5 estrellas, Syriza, Podemos...) y de la democracia (algunos con recetas de más austeridad para contentar a los mercados, otros de mantener el estado de bienestar primando lo social y otros -o los mismos- oteando el cielo en busca de la república salvadora).

Es decir, un guirigay. Y la confusión es el caldo de cultivo de populismos, mesianismos y milenarismos como ya sucedió en la crisis del capitalismo industrial del 29, que afectó a todo el espectro social: proletariado, clases medias, ejecutivos, empresas... y que tuvo respuestas como el nazismo, el fascismo o una nueva expansión de los movimientos marxistas. Pero también hubo correcciones del capitalismo como el New Deal de Roosevelt (que consiguió, por ejemplo, el control bancario, la implantación del subsidio de desempleo, mejoras laborales, etc.) inspirado en las teorías intervencionistas de Keynes.



Pues bien, evidentemente yo no tengo la solución a los problemas actuales, porque tampoco tengo el remedio a las debilidades humanas. Sin embargo, sí que veo esperanza. Porque en realidad, como he intentado explicar a lo largo de estas últimas entradas del blog, no es la primera vez que la sociedad se enfrenta a un cambio global en nuestra forma de vida: económico, político, moral, ecológico...

Ya sabemos cuál es la pauta. La increíble capacidad creativa del hombre impulsa avances tecnológicos tales (internet, móviles, biotecnología, nanotecnología, nuevas fuentes de energía...) que transforman la organización humana. Esto trae consigo confusión: los viejos modelos sociales intentan adaptarse a la nueva situación, o mejor dicho, intentan adaptar la nueva situación a sus viejos modelos. El resultado es el mismo que intentar poner una piedrecita para detener un torrente. Además la nueva situación pone de relieve los defectos de la antigua y, como si hubieran abierto el telón en el descanso, vemos los tejemanejes del escenario y a los poderosos salvando lo propio y lo ajeno ante un público estupefacto. Y, ante semejantes desmanes, unos abuchean, otros suben al escenario a ver si queda algo, algunos tiran tomates y otros claman al cielo. Y así estamos entretenidos en nuestras pequeñas miserias locales y nacionales, buscando nuevos actores para una obra que ya no está en cartel.

La siguiente fase es constatar que en paralelo a los nuevos avances, aparecen las fuerzas encargadas de impulsarlos. En este caso, amparadas por los poderes tradicionales, engordaron como colonizadores económicos de estados débiles y poco regulados. Cuando estalla la crisis (provocada ésta por su inagotable necesidad de combustible financiero) y con ella el miedo y el desconcierto, se posicionan como la voz de autoridad con una pléyade de economistas que aseveran que la suya es la única vía plausible para ¿volver? a la normalidad.

Ahora bien, sabemos que eso no es cierto. La economía no es más que una forma organizativa de la actividad humana, luego no existe un modelo bueno, sino que cada momento y contexto puede tener distintas formas de abordarlo igualmente válidas.

No nos cansamos de escuchar que estamos en un momento histórico. Efectivamente. Pero ¿queremos subirnos al carro de los que se aferran al pasado como un sesentón vestido de adolescente? ¿queremos agradar a los mercados a ver si así la toman con otro y nos dan un respiro? ¿queremos enaltecer a los que nos dicen que recogen nuestras inquietudes pero no manifiestan con qué intenciones? ¿queremos contentar a todos para repartir la decepción entre muchos? ¿queremos hacer lo mismo de siempre confiando que esta vez cambie el resultado?

Yo creo que lo primero que debemos es entender que ha cambiado el tablero de juego. Hemos globalizado la partida y esto nos tiene que llevar a pensar globalmente. Los mercados, empresas y fondos financieros ya se manejan internacionalmente con mucha soltura. Les vamos a la zaga. Tenemos que buscar cómo organizarnos globalmente en todos los ámbitos, reflexionar sobre el modelo de sociedad global que queremos tener y ejercer ese poder social global que es mucho mayor que el de los mercados, que deben volver a ser un instrumento de aquella.



Le cuento a mi amiga que no hay manera de sustraerse de la realidad, así que lo mejor es conocerla lo mejor posible para que no nos tomen el pelo. Que las utopías son eso y que no quiero que me vendan motos. Que el futuro, como el presente y el pasado se basan en el afán del hombre de trasformar su entorno para vivir mejor, y que siempre ha existido la lucha para conseguir que mejoren las condiciones para todos y no para unos pocos a costa de otros muchos. Y curiosamente ahí está el equilibrio, en no olvidar que somos muchos.

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